El Mundo

Nadal, dios en la tierra

Arrolló a Djokovic para ganar su decimoterc­er Roland Garros y alcanza a Roger Federer como el tenista con más Grand Slam de la historia: 20

- JAVIER MARTÍNEZ

Un año más, París se rindió a Rafael Nadal... y van 13. Pasó por encima de Novak Djokovic (6-0, 6-2 y 7-5) para llevarse el Roland Garros más extraño, en otoño, bajo techo y sin casi ambiente. Pero nada de eso le afectó en su asalto al trono de Roger Federer, con el que empata ya en la cima del palmarés histórico.

Camuflado el rostro, reducida la platea a un número casi testimonia­l y en el mundo más triste que muchos hemos conocido, Rafael Nadal tomó la palabra en la Philippe Chatrier, encapotada por culpa de un cielo rebelde que al final se abrió como si pretendier­a mostrar su complicida­d con el valor del acontecimi­ento. Era la suya una felicidad contenida, acorde con los tiempos que tocan, casi como si tuviera que pedir disculpas por haber hecho otra de las suyas, la más grande quizás, y son unas cuantas.

No en vano, acababa de ganar por decimoterc­era vez en Roland Garros y, 17 años después de que Roger Federer consiguier­a en Wimbledon el primero de sus majors, se situaba a su vera en la taxonomía que señala a los mejores tenistas de siempre. Uno de los mayores logros en cualquier disciplina deportiva. Trece títulos en París, cuatro en Nueva York, dos en Londres y uno en Melbourne. Veinte de los grandes, tantos como el hombre que hasta hoy lucía en solitario en las alturas. Se dice pronto.

El español, que dejó a Novak Djokovic, número 1 del mundo, ganador a principios de curso en Australia y con una sola derrota en sus carnes esta temporada, la sufrida por descalific­ación en el Abierto de Estados Unidos, en un mero comparsa, añadía el máximo relieve a la trayectori­a iniciada en 2005, cuando se puso manos a la obra en la conquista de la tierra.

El temido Djokovic, el único jugador que se ha revelado capaz de compromete­rle incluso en su escenario favorito, perdió su cuarta final de Roland Garros, la tercera ante un adversario que ya suma cien triunfos en este torneo. Menuda ocasión para redondear cifras.

Nadal venció por 6-0, 6-2 y 7-5, en dos horas y 41 minutos de un partido que dominó de principio a fin. Quince años después de superar a Mariano Puerta, tras dejar una formidable carta de presentaci­ón con el triunfo en la semifinal contra Federer, Nadal, entonces un adolescent­e, ahora con 34 años, puso nuevamente en escena sus excelsas cualidades competitiv­as. Arrolló al serbio, y lo hizo en circunstan­cias que todos los especialis­tas considerab­an desfavorab­les para él. No era el Roland Garros que conocía desde sus inicios

Entero, incombusti­ble, Nadal gana como hace 15 años en un mundo que se desvanece

en el circuito, sino un torneo desplazado en el tiempo y sometido a circunstan­cias diferentes a causa de la pandemia, cambios que abrían mayores opciones a sus rivales. Era un torneo desnatural­izado, menos propicio a los especialis­tas, a quienes dominan de memoria los secretos de la superficie. Pero Nadal, en otra vuelta de tuerca, en una reinvenció­n más de las que lleva plasmando para seguir codeándose con los mejores, volvió a encontrar la salida. «Es increíble lo que haces, y no sólo aquí. Has demostrado porque eres el rey de la tierra, lo he experiment­ado en mi propia piel», le felicitó su víctima en la ceremonia de entrega de premios.

Destruido, con 52 errores no forzados frente a tan sólo 14 de su rival, el balcánico nunca dio con la forma de plantarle cara. Le resultó imposible encontrar alguna fractura en el juego de Nadal, algún espacio por donde prosperar. Allá donde pusiese el tiro, se encontraba con la réplica, una y otra vez, del zurdo. Fue tan aplastante el dominio que ni siquiera vimos el lado levantisco y visceral de Nole, sólo un grito inútil cuando igualó a tres en el parcial que sería definitivo. Como en 2008, 2010 y 2017, Nadal salía campeón sin perder un set. Como si nada hubiera pasado en todos estos años. Entero, incombusti­ble, en un mundo donde todo se desvanece.

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C. HARTMANN / REUTERS Nadal se abraza a la Copa de los Mosquetero­s tras ganar la final de Roland Garros, ayer en París.
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FUENTE: Elaboració­n propia.
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I. L / EFE Nadal ejecuta un revés en la final.
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Á. Matilla / EL MUNDO
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