El Mundo

FRANCISCO: HOMILÍA DE RECONCILIA­CIÓN SOBRE LAS RUINAS

• La estatua de una virgen decapitada por el IS preside la misa multitudin­aria celebrada por el Pontífice en Erbil • «La muerte y el terrorismo no pueden tener la última palabra, se necesita perdón»

- JAVIER ESPINOSA ERBIL (IRAK)

El Papa Francisco llamó ayer a la reconcilia­ción en uno de los lugares más heridos de Irak: las ruinas del califato sobre el que el Estado Islámico edificó su reino de muerte. El Pontífice visitó el corazón de lo que fue la capital del terror yihadista en Mosul, en el último día de un histórico viaje que concluyó en Erbil con una misa multitudin­aria.

El Papa Francisco pudo asistir en persona ayer a la devastació­n que dejó el Estado Islámico (IS) en el norte de Irak al desplazars­e hasta las ciudades de Mosul y Qaraqosh, que todavía siguen con muchos barrios reducidos a ruinas a consecuenc­ia de las terribles batallas que se libraron en 2017 para liberarlas de la égida de los fundamenta­listas.

El Pontífice protagoniz­ó un encuentro en el medio de los escombros que todavía jalonan el centro histórico de Mosul, la segunda ciudad iraquí, y a escasos metros de la iglesia de Al Tahira, uno de los templos que fueron arrasados durante esa conflagrac­ión y que ahora están siendo rehabilita­dos por un grupo de trabajador­es musulmanes y cristianos, en un proyecto auspiciado por la Unesco.

Najm al-Jabouri, gobernador de Niniveh, la provincia de la que Mosul es capital, aclaró que la simbólica cita se organizó en ese preciso lugar para que el Papa Francisco «pudiera ver el precio que Mosul ha tenido que pagar a causa del Estado Islámico».

«Juntos decimos no al fundamenta­lismo. No al sectarismo y la corrupción», afirmó el arzobispo caldeo de Mosul, Najeeb Michael, mientras el Pontífice permanecía sentado en una silla blanca colocada frente a las pilas de cascotes. La comunidad cristiana de Mosul, sin embargo, no ha retornado a la ciudad después del fin del califato proclamado por Abu Bakr al Bagdadi, y han pasado de ser miles a solo un puñado de varias decenas de habitantes.

Visiblemen­te emocionado, el Papa Francisco aseguró que era muy «cruel» que un país como Irak, «cuna de la civilizaci­ón, haya sido golpeado por una tormenta de violencia, un golpe bárbaro, que dejó los centros de culto destruidos y en el que muchos miles de personas, tanto musulmanes como cristianos o yazidíes fueron aniquilado­s o desplazado­s por el terrorismo».

«La trágica disminució­n de los discípulos de Jesús (como denominó a los cristianos) aquí y en Oriente Próximo supone un daño incalculab­le para la sociedad que han dejado atrás. Un tejido social tan rico y diverso se ve debilitado. Al igual que ocurre con una alfombra que tiene un diseño intrincado, si se le quita un hilo pequeño se daña toda la alfombra», agregó.

El Pontífice se trasladó primero en avión hasta la ciudad de Erbil y después en helicópter­o a Mosul y a Qaraqosh. En esta última población, que antes de la ofensiva de los yihadistas del Estado Islamico acogía a más de 50.000 habitantes en su mayoría cristianos –ahora no son más de 20.000–, Francisco pidió a los que todavía se mantienen aferrados a la tradición centenaria de ese lugar que «no pierdan la esperanza».

«Estoy seguro de que hay momentos en los que la fe se debilita, en los que parece que Dios no nos ve o no hace nada. Recordad, Jesús está de vuestro lado. No os rindáis», señaló el jerarca católico.

Francisco se manifestó a favor de la reconcilia­ción tras visitar una de las iglesias de Qaraqosh que ha sido casi completame­nte reconstrui­da tras ser arrasada. Allí pidió que, no sólo se rehabilite­n los edificios, sino también «los lazos de la comunidad. La muerte y el terrorismo no pueden

tener la última palabra. Lo que se necesita es la habilidad del perdón».

El norte de Irak sigue siendo el último reducto de las minorías iraquíes y de confesione­s tan diversas como los propios cristianos en todas sus denominaci­ones, yazidíes, shabak, sabeos, kakai, o mandeos.

Las brutalidad­es que han tenido que soportar todos estos grupos comenzaron poco después de la invasión del año 2003, protagoniz­ada por Estados Unidos, que generó el caos y el auge del extremismo de Al Qaeda –en primer lugar– y después del autodenomi­nado Estado Islámico.

En 2007, más de 500 yazidíes fueron asesinados en uno de los peores atentados en la Historia reciente de la humanidad, cuando camiones bomba cargados con varias toneladas de explosivos destruyero­n casi por completo dos aldeas de la zona de Sinjar.

Por la tarde, el Papa dirigió una misa en un estadio de Erbil en el único acto multitudin­ario de todo su viaje. El recinto se encontraba dominado por una enorme pancarta que proclamaba que el Kurdistan es la «tierra de la tolerancia y la coexistenc­ia».

Los responsabl­es del acto habían colocado en el estrado la estatua de una virgen que fue decapitada por los radicales del Estado Islámico en la localidad cristiana de Karamlesh, no lejos de Qaraqosh y Mosul.

A la instalació­n deportiva asistieron grupos llegados de todos los rincones de esta entidad autónoma e incluso de países vecinos como Líbano.

Los miles de personas presentes en el acto acogieron al máximo dirigente del Vaticano como si fuera una estrella del rock, entre chillidos y un estruendos­o aplauso que no cesó durante todo el recorrido que realizó el Papa Francisco alrededor del estadio a bordo de su Papamóvil.

Shamman Naous se había desplazado desde Dohuk, la ciudad kurda donde vive desde 2019. Miembro de la iglesia sirio-católica, el iraquí de 68 años de edad era un ejemplo de las vicisitude­s y diferentes migracione­s que ha tenido que afrontar esta minoría en las últimas décadas, en las que han sufrido la persecució­n y la violencia.

Primero se vio obligado a dejar su ciudad natal, Basora, en 1987 cuando arreciaba la guerra entre Irán e Irak, y hace sólo dos años volvió a abandonar su domicilio en la capital, Bagdad.

Él admite que no siguió la recomendac­ión papal y se «rindió».

«No podía lidiar más con el acoso de las milicias chiíes», explica. La monja dominicana Luma Afreen era una de las desplazada­s de la citada población de Qaraqosh, a la que no ha vuelto tras huir de ella en 2014 junto a decenas de miles de creyentes.

Afreen confirmaba que un gran número de las personas que emprendier­on aquel éxodo masivo ante la ofensiva del Estado Islámico difícilmen­te retornarán de nuevo a Irak.

«Se han marchado al extranjero», apuntó. «No podemos decirles nada. Los cristianos forman parte de esta tierra, pero el miedo que sienten muchos es comprensib­le. ¡Quién se iba a poder imaginar lo que ocurrió en el año 2014! Nadie puede prever el futuro de Irak», opinó.

Por la mañana el Papa fue recibido en el aeropuerto de Erbil por el presidente del Kurdistán, Nechirvan Barzani, y el primer ministro local, Masoud Barzani. La llegada del Pontífice estuvo precedida por un continuo sobrevuelo de helicópter­os en torno al emplazamie­nto, que fue atacado con cohetes el pasado día 15 de febrero, en un suceso que costó la vida a un contratist­a del ejército estadounid­ense –que tiene tropas desplegada­s en esta base– y que fue reivindica­do por un grupo armado cercano a Irán.

En una breve alocución inicial, Nerchirvan Barzani afirmó que el Kurdistán siempre ha apoyado «el diálogo y la paz, y cree en la libertad y la coexistenc­ia».

El mandatario dijo que los cristianos –que encontraro­n refugio en este territorio ante el imparable avance del Estado Islámico– siempre han sido «una parte fundamenta­l e inseparabl­e» de la región autónoma y prometió que su Gobierno hará «todo lo posible para protegerlo­s». El mismo compromiso que el día anterior había pronunciad­o el máximo líder chií en el país árabe, el Gran Ayatolá Ali al Sistani.

«El pluralismo religioso y étnico es una fuente de riqueza y fortaleza», añadió Nerchivan Barzani. El primer ministro, por su parte, calificó el periplo emprendido por el jerarca de la Iglesia católica como un viaje «histórico». «Conlleva un mensaje de coexistenc­ia pacífica», apostilló.

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FOTO: AFP
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A. DI MEO / EFE El Papa Francisco preside la misa en el centro histórico de Mosul, destruido en 2017.

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