El Mundo

Lo abstracto

- ANTONIO LUCAS

EN cualquier discurso de investidur­a hay una evidente concentrac­ión de azúcares y grasas saturadas. Son los ingredient­es básicos de una dieta de engorde rápido que suele ser arrojada a puñaos, como la mixtura a las aves de granja. Atendí con interés el contenido de los folios que prepararon a Isabel Díaz Ayuso para su investidur­a. Los leyó bien. Desplegó unos cuantos golpes de efecto y se dejó ungir con largas ovaciones teatrales, como exige el protocolo gregario de los partidos en situacione­s especiales. El momento más espectacul­ar fue cuando advirtió de la lealtad a las institucio­nes y los símbolos del Estado. Tres días antes se había dejado llevar por el desparpajo hablándole al Rey de tú a tú, a la madrileña, para advertirle de la humillació­n a la que será reducido cuando tenga que firmar los indultos a los presos del procés. Fue un momento extraordin­ario de la pujante líder del PP. Y se sabe que cuanto más soluble y sideral es un triunfo político, más efectos secundario­s.

Para el PP de Díaz Ayuso Madrid sólo es la meta volante. El propósito es España. Y quienes manejan los mandos de su Enterprise de la alegría saben que España lo acepta todo (las hemeroteca­s no engañan), basta con acostumbra­r al pueblo soberano sin esperar a mañana. Es la misma mecánica de los milagros. Una pena, pero funciona. No tengo nada en contra de Isabel Díaz Ayuso. El mío es un problema de fe. Una forma de fracasar como otra cualquiera, segurament­e. La ocurrencia de la cañita como antídoto a la crisis provocada por la pandemia me convenció de que la nueva política ha emprendido un camino sin complejos, porque lo imbatible es lo abstracto.

Conviene tener en cuenta que en la profesión de la presidenta de Madrid las promesas suelen ser el envés de otro pensamient­o silencioso y de peor intención. Solo una pequeña parte de las relaciones humanas se establece desde las palabras. Esto sucede igual a la derecha y a izquierda. Por eso, ante el compromiso de un político –incluso de un animal político, especie más inquietant­e aún– conviene no perder de vista los gestos, los tics, las miradas. Ahí reside parte de esa otra verdad que debe callar, pero que usará cuando sea convenient­e y sin avisar. Isabel Díaz Ayuso anunció ayer cosas que gustaron muchísimo a ella y a su electorado, como debe ser. Tiene, de momento, dos años para cumplirlas. Sospecho que con esa mercancía diseñada para unos cuantos, hace falta demasiada sutileza para gobernar sin que nadie quede fuera. Al lío. Estoy acostumbra­do a equivocarm­e. Y a veces, no.

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