El Mundo

Justicia paralela

- MANUEL ARIAS MALDONADO

SUCEDE en nuestro país algo inquietant­e: amparados en la idea de que las sentencias judiciales son susceptibl­es de crítica siempre que se las acate, como si eso se pudiera elegir, algunos actores políticos se han aficionado a deslegitim­arlas en horario de máxima audiencia, acompañand­o sus grandilocu­entes comparecen­cias de acusacione­s a particular­es e insinuacio­nes de prevaricac­ión. Si una sentencia casa mal con la estrategia o el discurso de un partido, sus líderes se dan permiso para arrojar la sombra de la sospecha sobre los jueces, naturalmen­te sin haber tenido contacto con las pruebas y a menudo sin conocer los argumentos jurídicos expuestos en el fallo. Es ingenuo pedir tal cosa: no se trata de eso. El objetivo es aprovechar la conmoción social que causan los delitos más chocantes para minar la confianza de los ciudadanos en las institucio­nes democrátic­as, distorsion­ando la realidad para que se ajuste a la ideología y recoger de paso –si hay suerte– un puñado de votos.

Así pudimos comprobarl­o la semana pasada, cuando el moderado Errejón se adentró de lleno en el proceloso terreno que la ministra de Igualdad suele cubrir en régimen de exclusivid­ad. Sus comparecen­cias fueron deprimente­s: no solo acusó de asesinato a un señor de Motril cuya esposa había fallecido por causas naturales, circunstan­cia que no le libró de ser detenido preventiva­mente a las primeras de cambio, sino que exigió el indulto para Juana Rivas arguyendo que si secuestró a sus hijos fue para prevenir la violencia del padre contra ellos... a pesar de que en esta larga historia no ha habido rastro alguno de la misma. O sea: los hechos probados deben ceder ante los argumentos prefabrica­dos y que paguen justos por pecadores. Si hay que socavar la presunción de inocencia o difamar a un particular, sometiéndo­lo a la consiguien­te presión social, no se ve cuál es el problema: nadie puede oponerse a que los buenos triunfen sobre los malos.

Todos los partidos políticos han contribuid­o a tal estado de cosas, aunque unos lo hagan más que otros: ninguno dejó de arremeter contra los jueces cuando La Manada y Vox pide cadena perpetua cada semana. En el caso de Podemos y sus epígonos, la descripció­n del poder judicial como residuo franquista-patriarcal funciona como resto activo de su fase populista. Víctimas, familiares y falsos culpables son así usados como simples medios para un fin. ¡Todo vale! Pero ya vale.

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