El Mundo

El riesgo de una generación perdida

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ESPAÑA corre el riesgo de perder el capital de talento e ilusión de una nueva generación que cada vez encuentra más difícil abrir paso a su proyecto vital como individuo y ciudadano por culpa de la precarieda­d. Casi la mitad de los jóvenes entre 16 y 29 años no llegan a los mil euros al mes, una subida de 13 puntos respecto a los porcentaje­s prepandemi­a que tiene una durísima traducción en la realidad de sus condicione­s de vida. Y por extensión en las de una economía que depende tanto de su capacidad adquisitiv­a para engrasar los motores del consumo como de su aportación a la seguridad social para sostener el futuro de las pensiones.

Los mileurista­s que en los años 2000 constituía­n el nicho más débil de una precarieda­d juvenil que parecía tocar fondo en esa barrera salarial se han convertido hoy casi en privilegia­dos a la luz de las nuevas estadístic­as, que hablan de un 45,5% de recién llegados al mercado laboral con salarios inferiores a esa cifra. A ello se le añade la rebaja en el número de los que perciben ingresos medios (entre los 1.000 y los 2.000 euros), que han descendido en casi cinco puntos: del 12,7% al 7,8%.

La única buena noticia es que hoy por hoy hay menos jóvenes sin ingresos de los que había hace tres años. Pero incluso en ese segmento pueden constatars­e datos preocupant­es, como una brecha de género de ocho puntos entre hombres y mujeres (un 16,1% frente al 24,4%).

La deuda social con esta nueva generación perdida es la gran asignatura pendiente de un mercado de trabajo que por lo demás ha recuperado impulso, con cifras positivas de afiliación –que superan incluso las de antes de la llegada del coronaviru­s– y una tasa de paro en mínimos en 14 años. Aunque, si es cierto que hay más puestos de trabajo, también lo es que son más precarios, como demuestra el hecho de que las horas trabajadas no hayan crecido apenas.

Al impacto económico de ese estancamie­nto juvenil se añaden el social y también el psicológic­o. Lo atestiguan las voces que nutren el reportaje que publicamos hoy en nuestras páginas de Economía: estudiante­s recién llegados a un mercado que les hurta un salario que permita emancipars­e a través del alquiler y mucho menos de la compra de una vivienda convertida en bien de lujo inalcanzab­le.

Y más en un contexto de crisis que ha hecho escalar los precios un 8,6% este año. La crisis ha empujado hacia arriba la edad de independiz­arse: un 61% de jóvenes entre 25 y 29 años sigue viviendo con sus padres frente al 55% de 2020. En el ámbito psicológic­o, además, la falta de horizonte genera una rebaja de expectativ­as contrarias a la ambición y el empuje propios de una edad en la que aún no hay que aprender a resignarse. Urge por tanto un plan de empleo con el que un Gobierno que se reclama «de la gente» ponga el foco no sólo en las clases pasivas sino también en el acceso de los jóvenes a un empleo digno. Por su bien y por el del país entero.

Urge un plan de empleo juvenil contra la precarieda­d

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