El gran saqueo de Jersón
Los rusos arrasaron con el patrimonio de la ciudad ucraniana antes de retirarse: robaron los restos del general Potemkin, 10.000 piezas de arte de los museos, bibliotecas y hasta los animales del zoo
El pedestal ubicado en el centro de Jersón donde se erigía la estatua de Grigory Potemkin se encuentra ahora tan vacío como la cripta que acogía sus restos. El robo de la estatua y los huesos de este general se inscriben en el amplio y metódico saqueo que protagonizaron las fuerzas rusas de ocupación en esta metrópoli antes de abandonarla. Además del habitual asalto de supermercados e instalaciones administrativas, el expolio se cebó también sobre monumentos, museos, bibliotecas y hasta el zoo. Así, robaron más de 10.000 piezas de arte de las principales pinacotecas, libros y también animales como mapaches, lobos, un burro y varios pavos reales. «No podemos calcular en dinero lo que se han llevado, pero tenía un enorme valor para la identidad de Ucrania», asegura consternado el gobernador de la región, Yaroslav Yanushevych.
El pedestal ubicado en el centro de Jersón donde se erigía la estatua de Grigory Potemkin se encuentra ahora tan vacío como la cripta que acogía sus restos. Tan sólo se puede leer la placa donde se hacía apología de sus andanzas: «A los que descubrieron esta tierra en la que estamos viviendo, una muestra de respeto a nuestros predecesores por sus grandes logros».
El monumento levantado a la memoria del famoso general ruso tampoco eludió los sobresaltos que ha tenido que enfrentar su tumba. Las fuerzas bolcheviques lo destruyeron en
1921 y sólo fue reconstruido en 2003.
La suerte del cadáver de quien fuera gobernador general de Novorossia (Nueva Rusia) –el mismo territorio que se ha convertido en un referente vital para Vladimir Putin– fue todavía más ajetreada.
Tras su muerte en 1791, la zarina Catalina la Grande –de la que fue amante– le dedicó un pomposo funeral y ordenó que se le enterrara en la misma catedral cuya construcción «supervisó» el almirante.
El enterramiento pasó a ser lugar de peregrinaje de los que le admiraban, lo que enervó al sucesor de Catalina, su hijo Pablo I, que ordenó exhumar sus restos y esconderlos en un emplazamiento anónimo.
Ésa fue la primera profanación de las nueve que ha tenido que afrontar su tumba, según la contabilidad de Simon Sebag Montefiore, autor del libro Catalina la Grande y Potemkin.
«Los bolcheviques también se llevaron sus huesos y los esparcieron por los alrededores [de la iglesia]. Fueron los habitantes de Jersón los que los recogieron», aclara el sacerdote Ilia Bologa, responsable del templo de Jersón.
El panteón dedicado a quien fuera fundador de Jersón se encuentra a pocos metros del altar del habitáculo dedicado al culto. «Jersón fue su niño. Él la creó», apunta Bologa. La construcción, rodeada por una valla de metal, recuerda todos sus títulos y atribuciones, y siete de los enclaves que estableció o capturó el militar: desde Crimea a Nikolaev, o la citada Jersón.
Bologa puntualiza que la sepultura de Potemkin se encuentra en realidad en el subsuelo del templo y abre una trampilla que conduce por una estrecha escalinata de piedra hasta el subterráneo.
«Nuestra iglesia mantenía sus restos porque los consideramos un legado histórico, pero nada más. Las fuerzas de ocupación quieren darle otro significado para sacar partido del pasado. Los ucranianos siempre protegieron sus restos, a diferencia de lo que hicieron los bolcheviques», relata delante del sepulcro de piedra que fue quebrantado.
El clérigo hace alusión a los años en los que los despojos de Potemkin fueron exhibidos en el mismo complejo religioso –que pasó a ser el «museo del ateísmo»– con proclamas donde se anunciaba la presencia del «cráneo y los huesos del amante de Catalina II».
Moscú ni siquiera ha intentado ocultar el robo. A finales de octubre, quien fuera designado gobernador del Jersón ocupado, Vladimir Saldo, anunció el «traslado» (sic) en la televisión rusa y dijo que uno de los objetivos es que el general Potemkin «pudiera ver no sólo la ciudad de Jersón sino toda la región» (sic).
«Es irónico. Se llevan los huesos de Potemkin pero dejan tirados los de miles de sus soldados que han muerto en el campo de batalla», explica el diputado de Jersón, Roman Kostenko.
El robo de la estatua y los huesos de Potemkin se inscribe en el amplio y metódico saqueo que protagonizaron las fuerzas rusas de ocupación en esta metrópoli antes de abandonarla, que además del habitual asalto de supermercados o instalaciones administrativas incluyó desde monumentos –se llevaron también los dedicados al general Oleksandr Suvorov y el almirante Fedor Ushakov, otras dos insignes figuras asociadas al imperio ruso–, a miles de obras de arte, libros y hasta animales del zoológico local.
La responsable de uno de los principales supermercados locales, Valentina Peredergi, de 55 años, indica que durante los últimos días de control rusos los uniformados forzaron la entrada del recinto para llevarse «alcohol, cigarrillos y compresas» (que usan como vendas).
«No me sorprendió lo que hicieron en Jersón. En Bucha o en Irpín los rusos robaron los frigoríficos o las lavadoras», apostilla Roman Kostenko.
El gobernador de Jersón, Yaroslav Yanushevych, aclara que en el caso de esta ciudad el objetivo de los rusos fue más ambicioso. «No podemos calcular en dinero [el precio de] lo que se han llevado, pero tenían un enorme valor para la identidad de Ucrania», una realidad que Vladimir Putin pretende borrar de la historia.
La acometida de los uniformados de Moscú contra el patrimonio cultural de Jersón alcanzó su clímax con el saqueo del Museo de Arte local, el cercano Museo Provincial y la Biblioteca Científica de la villa.
Tres sucesos más que incluir en el listado de al menos 200 localizaciones culturales destruidas o dañadas por las fuerzas rusas desde el inicio de la invasión, según el
cálculo que maneja la Unesco. Hanna Skrypka, de 51 años, fue testigo del hurto masivo de la colección del primero de estos recintos, que se encontraba a su cargo desde que la directora del museo, Alina Dotsenko, escapó de la región de Jersón en mayo.
El operativo ruso fue vigilado por combatientes chechenos y todo un equipo de empleados de otros museos del país vecino, que llegaron a formar cadenas humanas para sacar las más de 10.000 piezas de arte que se llevaron. La polémica acción constituye todo un guiño a la historia. Los últimos saqueadores del mismo habitáculo fueron los militares de la Alemania nazi.
«Empezaron el 31 de octubre y estuvieron saqueando hasta el 4 de noviembre. Nos robaron un 80% de la colección», apunta, mientras pasea por el elegante inmueble, una construcción que data de la era imperial y se extendía por una docena de salas.
La razzia, sin embargo, se registró cuando todas las obras se encontraban apiladas en la primera planta del edificio, ya que el resto se encontraba sometido a obras de rehabilitación.
Los responsables de la sustracción solían llenar dos camiones por día y se hacían acompañar por «colaboradores» locales –incluida una cantante que sustituyó a Alina Dotsenko como máxima autoridad del centro cultural– que les indicaban cuáles «eran las obras más valiosas», enfatiza Skrypka.
En una de las habitaciones todavía se observan decenas de óleos que fueron ignorados por los ocupantes rusos, que sí se apropiaron de obras de pintores tan reputados como el francés Nicolas Toussaint, el alemán Auguste Von Bayer, el holandés Peter Lely y otros muchos artistas del Imperio ruso.
El museo de Jersón era uno de los más significados del sur del país. Su muestrario ha quedado reducido a un 20%, opina la empleada de la pinacoteca. Dos de las habitaciones que enseña están completamente vacías. «De aquí sacaron todo. También robaron miles de iconos y serigrafías», agrega. Días más tarde, las redes sociales rusas comenzaron a difundir fotos de la llegada de las mismas obras de arte a un museo ubicado en la ciudad ucraniana de Simferopol, en la Crimea bajo control ruso.
«Son unos bandidos». El empresario Víctor Gregorevich no puede ocultar su indignación. Su colección privada tampoco se salvó del pillaje. La había iniciado su tatarabuelo en Crimea. De los más de 300 cuadros e iconos que había acumulado sólo se salvo uno. «Todos ellos tenían más de 100 o 150 años. Podían valer más de tres millones de dólares», relata.
El 20 de agosto una quincena de personas irrumpió en su domicilio. Esa jornada tan sólo se apropiaron de algunos rifles de caza. Días más tarde volvieron junto a tres sacerdotes de la iglesia ortodoxa rusa, que acudieron expresamente para analizar las efigies religiosas. «Uno venía de Moscú».
«Creemos que parte de este saqueo se ejecutó por orden de coleccionistas privados rusos», piensa Roman Kostenko.
El hurto generalizado alcanzó a los inquilinos del zoo de Jersón, de los que se apropió una conocida figura pública aliada con los ocupantes rusos: Oleg Zubkov, propietario de un parque de animales sito en Crimea.
El vídeo de Zubkov agarrando a un mapache por la cola se ha convertido en una imagen viral en Ucrania y parte de una campaña sarcástica en la que los ucranianos exigen la «liberación» del animal «secuestrado». Los internautas han ofrecido intercambiar al «rehén» por la estatua de Catalina la Grande ubicada en Odesa.
Zubkov se llevó del zoo de Jersón siete mapaches, dos lobos, una llama, un burro y varios pavos reales. Según manifestó al diario The Moscow Times, sólo quería «ofrecerles un alojamiento durante algún tiempo. Es un refugio temporal».
Para el gobernador de Jersón, Yaroslav Yanushevych, «cuando un ejército se dedica a asesinar a gente a diario, robar un mapache no significa nada».