El Mundo

La soledad de Marlaska

- JAVIER REDONDO

Coincidió la nueva comparecen­cia de Marlaska en el Congreso con una informació­n publicada por un consorcio de prensa del que participa El País. Este reportaje añade a lo ya sabido 40 nuevos testimonio­s, 35 de ellos de parte, pues son de inmigrante­s supervivie­ntes de la tragedia; algunas imágenes nuevas y una detallada infografía.

El revuelo generado antes de la sesión parlamenta­ria giró en torno a una conjetura, la declaració­n de un Guardia Civil, que aseguró, respecto de la posibilida­d de que se hubieran producido muertes en suelo español: «Es probable, sí, no lo descartamo­s». No está probado, de modo que Marlaska pudo aferrarse a su versión. Puede que sea cierto lo que asegura el ministro, y puede también que no lo sepa; o puede que asuma, como sugiere Pérez Reverte en El maestro de esgrima, que la mentira tiene un componente estético, que hay que tirar con ella hasta el final; morir con ella, pues desdecirse es morir dos veces.

Marlaska puso a disposició­n de la Cámara, la Fiscalía y el Defensor del Pueblo imágenes incompleta­s del tumulto con mucho retraso. Marlaska se parapetó ayer otra vez en la defensa de la actuación de las Fuerzas de Seguridad –como ruego e invocación al sentido de Estado del PP– y se agarró al clavo ardiendo de la proporcion­alidad. Pasase lo que pasase durante aquel fatídico amanecer, la respuesta fue proporcion­al [legal en cuanto que proporcion­al, desliza]. Apalancars­e a este término es importante porque fue el propio Sánchez el primero que hizo suya la versión que hoy abrasa a Marlaska.

Sánchez consideró que lo de Melilla «había sido bien resuelto». Para Sánchez, la turba de 1.700 personas, organizada­s, agresivas, famélicas, desesperad­as y armadas con machetes y piedras constituyó un «ataque a la integridad territoria­l». Una semana después saldó a Marlaska al reconocer: «No conocía esas imágenes cuando hice esa declaració­n». Por fin, forzó, expuso y simuló respaldar a Marlaska al garantizar que «el Gobierno no tiene nada que ocultar».

Marlaska se personó ayer completame­nte solo. La bancada azul estaba vacía. Ningún ministro escuchó el leve crepitar de las pavesas con los restos de Marlaska. Fueron 30 minutos de agonía porque ya se conocen las contradicc­iones de su versión: no existe «tierra de nadie», expulsó a muchas más personas de las que admitió inicialmen­te, procedió a deportacio­nes masivas, prescindió del control judicial y eludió, pese a que lo niegue, las obligacion­es internacio­nales. Su justificac­ión y comodín es la proporcion­alidad.

El País no habla de fallecidos en España en su informació­n, a la que dio el visto bueno Interior, que consideró que el «artículo no desvirtúa en ningún momento la realidad de los hechos». El texto habla de vivos ensangrent­ados sobre un montón de muertos y recoge el testimonio de Youssef. Si es cierto lo que dice, entró en Melilla, luego lo devolviero­n a Marruecos, donde lo metieron 10 horas en un autobús abarrotado. A 620 kilómetros de la frontera los soltaron a todos. Marlaska, abandonado por Sánchez, se apaga envuelto en la primera versión de Sánchez, aunque su espectro ocupe todavía su sitio en el Consejo de Ministros a la espera del veredicto de Bruselas: Marlaska, de alfil a peón.

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