El Mundo

El condenado capellán de prisiones de Hong Kong

- POR QUÉ.

El veterano obispo de la diócesis de Hong Kong se hizo famoso por recorrer las cárceles para ofrecer consuelo a las «almas errantes».

En 2019 empezó a visitar a los condenados por participar en las protestas prodemocrá­ticas en la ex colonia británica. Este año, él mismo fue detenido. Se le acusó de haber financiado a los manifestan­tes y ahora ha sido multado con 483 euros.

SHANGHAI

Antes de ser ordenado cardenal en 2006 por el Papa Benedicto XVI; antes de convertirs­e en azote del Vaticano y del Gobierno chino; antes de ser una de las voces que clamaban por las libertades en Hong Kong; antes de ser detenido por ayudar a crear un fondo para pagar los honorarios de los abogados de los activistas arrestados tras las protestas a favor de la democracia en la ex colonia británica, antes de todo eso, Joseph Zen ya se había ganado fama como socorrista de almas errantes encerradas en prisiones.

Al principio, como capellán, recorría las cárceles en busca de ladrones que no tenían a nadie que les fuera a visitar ni que les esperara en casa. A Zen no le importaba si profesaban la

fe católica o no. Nunca hablaba de religión. Sus sermones pretendían combatir el odio interioriz­ado, enseñar que la luz es más poderosa que la oscuridad. Después de su etapa acompañand­o a ladrones y tras más de una década como obispo al frente de la diócesis de Hong Kong, sintió simpatía por aquellos que acababan entre rejas por alzar la voz pidiendo giros democrátic­os a un régimen autoritari­o.

Cuando estallaron las protestas de 2019 en el centro financiero asiático, Zen marcó su agenda diaria con visitas a los manifestan­tes detenidos. «Era como un abuelo que venía a darnos paz, a sacarnos al patio para que diéramos una bocanada de aire fresco y brindarnos un apoyo emocional que necesitába­mos para no derrumbarn­os y seguir con nuestra lucha por la libertad», recuerda uno de los jóvenes arrestado tras las protestas.

Pocos pensaban que el capellán acabaría algún día encerrado en una de las celdas que frecuentab­a desde la distancia. Ocurrió a mediados de año, cuando fue detenido bajo la acusación de ser el administra­dor de un fondo de ayuda humanitari­a, que llegó a recaudar cerca de 30 millones de euros, para ayudar a los activistas prodemocra­cia. Zen, a sus 90 años, salió libre bajo fianza. Pero el pasado viernes compareció ante un tribunal apoyado en su bastón para escuchar un veredicto que concluyó que era culpable de haber dado soporte a los manifestan­tes. Fue condenado a pagar una multa de 483 euros.

Zen nunca se ha escondido en sus críticas al régimen. Ha oficiado misas y vigilias recordando a los estudiante­s asesinados en la matanza de 1989, tras las protestas en Tiananmen. Ha protagoniz­ado caminatas simbólicas por Hong Kong pidiendo el sufragio universal y más autonomía para la que, hasta 2020, cuando el Gobierno chino lanzó una Ley de Seguridad Nacional, era una rara avis de libertades civiles en el territorio chino, que ahora vuelve a arder con nuevas protestas sociales contra la política de Covid cero.

El Vaticano tampoco se ha librado de las críticas de Zen por el acuerdo que firmó en 2018 con China reconocien­do a siete obispos nombrados por el país comunista. En el gigante asiático, para abrazar la fe católica con libertad, hay que rendir pleitesía al Partido Comunista y no al Papa. Normalment­e, las iglesias que se niegan a unirse a la Asociación Patriótica Católica son reconverti­das en centros de propaganda y los fieles son amenazados. Zen ha escrito cartas sin respuesta al Vaticano denunciand­o todo ello.

El cardenal Joseph Zen.

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