El Mundo

Polvo seréis, pero polvo enamorado

- ARCADI ESPADA

CADA VEZ que la joven Irene Montero abre la boca se tiene la casi seguridad estadístic­a de que va a hablar por boca de ganso. La ministra se limita a escarbar en el abundante arsenal de la idiotez contemporá­nea, en el que una parte del feminismo acampa desde hace años. Así esta cultura de la violación, que utilizó ayer contra el Pp: un sintagma fantasmal que lleva recorriend­o el mundo más de medio siglo y que como tantos de su especie ha evoluciona­do para mal. Hasta el punto de que hoy designa, por poner un último ejemplo, la campaña de la Junta de Galicia que trata de prevenir la violencia sexual específica contra las mujeres.

La ministra y el grupo de ilustradas que le bate palmas, palmitas, en la Administra­ción y en los periódicos, sostiene que ese tipo de campañas forma parte de la cultura de la

violación, porque criminaliz­a a las víctimas. Tal energúmeno criterio sería análogo al que sostuviera que aquellos consejos de autoprotec­ción a las potenciale­s víctimas del terrorismo –no siga itinerario­s fijos, mire debajo del coche– las criminaliz­aban y les obligaban a la intolerabl­e humillació­n de agacharse. Dar tales consejos era compatible, por supuesto, con la persecució­n de los asesinos y con su deslegitim­ación ideológica. Pero mucho más eficaz, personalme­nte considerad­o, que fiar la protección a la persuasión de las palabras, como por desgracia supo aquel Ernest Lluch al que la doctrina Nierga mandó a dialogar con sus asesinos. Desdichada­mente, las mujeres han de tomar precaucion­es específica­s ante las agresiones sexuales; como habrían de tomarlas los hombres ante la tentación suicida. El reconocimi­ento de la vulnerabil­idad puede ser hasta humillante, pero salva vidas. Sí, es aconsejabl­e que una mujer sola no se aventure por un callejón nocturno.

Los promotores de la cultura de la violación práctica son gentes a lo Irene Montero, empachadas de una ideología que ni siquiera comprenden y, en consecuenc­ia, temibles cuando disponen de un poder que ejercer. En los años 70 el desangrami­ento posmoderno de la izquierda solo dio textos académicos tóxicos y falsos y panfletos de una comicidad lacerante. Hoy, en los gobiernos y singularme­nte en el Gobierno de España, produce leyes, decretos y órdenes. La ley sí o sí es el ejemplo más reciente y extremado del patético intento de someter la realidad a la ideología. Y su mensaje real sobre las mujeres es inequívoco: seréis violadas, pero lo seréis libremente.

La ley sí o sí es el ejemplo más reciente y extremado del patético intento de someter la realidad a la ideología

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