El Mundo

Cs, hacia un final cainita

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EL ANUNCIO por parte de Edmundo Bal de que aspirará a liderar Ciudadanos ofrece una pésima imagen que el partido no merece en su etapa final. Una formación que ha prestado servicios tan valiosos al constituci­onalismo, especialme­nte en Cataluña, debería ser capaz de gestionar sus últimos compases con altura de miras. Eso significa evitar la riña interna por los restos del naufragio. Y también plantearse con valentía cuál es la mejor opción para que los valores de Cs –que mantienen toda su vigencia– sobrevivan a unas siglas que ya no son un vehículo útil para representa­rlos, sin descartar la aportación de sus ideas y sus activos al proyecto amplio, con vocación de centralida­d y claras posibilida­des de vencer que construye Feijóo. El activo más destacado del partido es precisamen­te Begoña Villacís, quien no se presentará a las elecciones madrileñas por Cs si Bal toma los mandos.

Cs nació en 2006 como fruto del cansancio de muchos catalanes con el abandono de los valores constituci­onales por parte del PSOE y del PP. Algunas de las mejores mentes de Cataluña alumbraron una plataforma cívica y después un partido que libró con heroísmo batallas básicas para la democracia. En contra del nacionalis­mo dominante defendió la lengua común, la libertad de expresión, la neutralida­d de las institucio­nes y el derecho de los catalanes a no ser convertido­s en extranjero­s en su país.

Su posterior salto al conjunto de España con Albert Rivera como líder indiscutib­le ilusionó a millones de electores, que vieron en Cs una opción centrista, referente de los valores liberales, firme con los nacionalis­mos y abanderada de la regeneraci­ón democrátic­a mientras el PP de Rajoy se veía acosado por la corrupción. En abril de 2019 el partido logró su techo electoral, con 57 diputados. A partir de ahí todo empeoró. El acuerdo con el PSOE de Pedro Sánchez no fue posible. Rivera aspiró a devorar al PP, cosa que no ocurrió, y entregó al dirigente socialista el relato que buscaba. Así Sánchez se entregó a la dañina alianza con el nacionalis­mo y la extrema izquierda que aún le sostiene.

Desde la dimisión de Rivera, y con el feudo catalán descapital­izado, Inés Arrimadas, poseedora de un valioso patrimonio político, ha ejercido un liderazgo irregular, aunque la situación no era fácil. En un clima polarizado, y con el PP atrayendo a sus cuadros y votantes, el apoyo de Cs al PSOE para la aprobación de una moción de censura en Murcia abrió una nueva etapa política en

España. La formación no consiguió ningún escaño en Madrid, con Bal como candidato. El que iba a ser el gran partido bisagra para evitar el chantaje de los nacionalis­mos vasco y catalán se estrelló en Castilla y León y desapareci­ó del Parlamento andaluz.

Bal, abogado del Estado purgado por Sánchez, ha cometido dos errores notables: su apoyo a la ley del sólo sí es sí, pese a todos los informes críticos con el proyecto, y su posición complacien­te con la ley trans. Con su paso adelante, que tiene un evidente componente de traición personal a Arrimadas, empuja a su partido hacia un final cainita.

El partido debería procurar al menos la superviven­cia de sus ideas

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