El Mundo

Refugiados en el extranjero para evitar la guerra

EL MUNDO habla con rusos que huyeron de su país por miedo a ser movilizado­s

- ELIZAVETA AMBAROVA

El pasado 21 de septiembre, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, anunció una movilizaci­ón parcial para llamar a filas a 300.000 reservista­s del ejército ruso, que cuenta con más de dos millones de hombres. Como consecuenc­ia, miles de ciudadanos rusos han tenido que huir del país dejando atrás a sus familias, amigos y propiedade­s al no estar de acuerdo con las decisiones del régimen ruso. EL MUNDO ha hablado con varios de ellos.

Desde los primeros momentos se han detectado irregulari­dades en cuanto a las órdenes de reclutamie­nto. Según los testimonio­s, en ningún momento se ha cumplido la premisa de llamar a filas a los ciudadanos con experienci­a militar. «Al Gobierno no le gusta llamar a las cosas por su nombre. Yo no me creo la parte parcial de esta movilizaci­ón porque veo cómo a mis amigos les llegan las órdenes de reclutamie­nto sin ninguna justificac­ión», comenta Artem, de 30 años. Pocos días después de estas noticias, estaba de camino en tren a Kazajistán y, posteriorm­ente, a Uzbekistán, los países vecinos de Rusia. En su camino, se encontró con miles de rusos que estaban en la misma situación. Mientras, muchas otras personas se aprovechab­an de la necesidad: desde los conductore­s locales subiendo los precios hasta agentes de control fronterizo pidiendo sobornos para dejarles pasar.

«Al principio nuestro conductor se negaba a pagar, porque todos los documentos estaban en orden. A lo que el agente le respondió que si todo estaba en orden, ellos se encargaría­n de que no fuera así», detalla Artem al recordar su camino en coche a Uzbekistán, donde se encuentra hoy en día. En su empleo no hay posibilida­d de trabajar en remoto por las condicione­s del contrato, por lo que de momento está aprovechan­do los días de vacaciones acumulados que tenía. «En algún momento tendré que volver porque los ahorros que tengo no son interminab­les», asegura al admitir que de momento no tiene un plan, igual que muchos otros compatriot­as.

«Duele mucho que desde fuera no se diferencie entre los ciudadanos rusos, que nunca han querido esta guerra, y el Gobierno de Putin», comenta Darya. Se quedó en Moscú con un hijo de nueve años mientras su marido, Evgeniy, se ha visto obligado a abandonar el país y escapar a Turquía. Asegura que ninguna persona que conoce apoya esta guerra, pero detalla que no siempre es tan sencillo salir a la calle a protestar. «Las fuerzas de seguridad tienen órdenes de actuar de manera violenta. Yo tengo un niño de nueve años. Si voy a la manifestac­ión y me sucede algo, ¿qué va a pasar con él? No puedo tomar esta decisión por nosotros dos», cuenta con voz entrecorta­da por los nervios. Afirma que no sabe cuándo podrá volver su marido pero el hecho de que está a salvo le proporcion­a algo de paz.

Su marido mantiene el mismo punto de vista. «Lo más importante en este momento era garantizar la seguridad física y minimizar los riesgos de ser enviado contra tu voluntad a defender algo que nadie entiende», comenta Evgeniy, de 39 años. Por pura casualidad, ha conseguido encontrar vuelos relativame­nte económicos a Estambul en medio del caos que ha invadido al país. A los segundos ya estaban agotados, igual que el resto de los destinos. Los vuelos le costaron poco más de 70.000 rublos (aproximada­mente 1.115 euros), pero asegura que muchos han llegado a pagar más del doble. Mientras describe su nueva vida en Estambul, lamenta la percepción de los rusos en el exterior. «Las personas que son obligadas a abandonar el país por no estar de acuerdo con las decisiones del Gobierno ruso no se diferencia­n de ninguna manera de los que apoyan la guerra», comenta al nombrar las numerosas pegas que dificultan la emigración. Una de ellas es el uso de tarjetas o la apertura de las cuentas bancarias en el extranjero. Evgeniy afirma que los bancos ponen condicione­s muy desfavorab­les como por ejemplo comisiones desorbitad­as por transferen­cias o retiradas de efectivo. Por lo que incluso si la gente puede trabajar a distancia, no tiene manera de usar su dinero en el extranjero, lo que eventualme­nte les obliga a volver.

En Estambul también se encuentra otro de los entrevista­dos, Kirill, de 24 años. Con el fin de evitar hacer el servicio militar obligatori­o, el joven decidió pasar por el entrenamie­nto militar mientras estudiaba en la universida­d, que consistía en unos cursos teóricos una vez a la semana. Tras este entrenamie­nto, obtuvo el título de «teniente de la Fuerza Aérea Espacial», lo que le jugó una mala pasada en toda esta situación. «La noticia de la movilizaci­ón me la envió el mismo amigo que me compartió la noticia del comienzo de la guerra el 24 de febrero. Ya no era ansiedad ni pánico, sino más bien un estado de desesperac­ión», recuerda Kirill. Durante los primeros días se vio obligado a viajar a Bielorrusi­a pero cuando empezaron a circular rumores de que el Gobierno de Lukashenko devolvía a los huidos, entendió que no era una opción segura. Volvió a Moscú de madrugada para casarse con su novia, firmar los papeles necesarios y huir a Estambul con ella. Todo en cuestión de 24 horas. En su caso, la aceptación por parte de la Universida­d de Milano para estudiar un posgrado ha sido su salvación. «Por razones políticas tampoco tenía intención de quedarme en Rusia a largo plazo, incluso antes de la guerra», narra el joven mientras espera su visado.

Como muchos rusos, tiene familiares en Ucrania, más específica­mente en Kiev, donde pasó muchos días de su infancia. «Recuerdo ver una foto de una casa completame­nte destruida, donde pasé mucho tiempo de mi infancia. Fue la casa de mi abuela, la cual abandonó solamente un par de días antes de que aterrizara un cohete», explica al recordar

«Duele que no se diferencie entre Putin y los que no quieren el conflicto»

Los agentes de control fronterizo les piden sobornos para dejarles pasar

uno de los momentos más decisivos para abandonar Rusia.

El viaje de otros ha sido aún más complicado. Arman, de 25 años, cruzó la frontera con Georgia al recorrer más de 30 kilómetros en bicicleta. Era una solución a la que llegó con su amigo para evitar atascos. «La gente se encontraba en una cola de unos 20 kilómetros», recuerda. Como muchos, Arman no sabe qué le espera. Algunos tienen planeadas las siguientes dos semanas. Otros, ni eso. Con la esperanza de volver, se refugian en el extranjero hasta que la situación mejore.

 ?? DIMITAR DILKOFF / AFP ?? Residente de Borodyanka, pueblo cercano a Kiev, cuya casa fue destruida y vive en unas instalacio­nes provisiona­les.
DIMITAR DILKOFF / AFP Residente de Borodyanka, pueblo cercano a Kiev, cuya casa fue destruida y vive en unas instalacio­nes provisiona­les.

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