El Mundo

Vino y mujeres, qué más puede pedirse

- ARCADI ESPADA

EL bodeguero al que el ministerio censor quiso retirar la etiqueta que lucía un velado culo de mujer (y si no pongo culito, que sería lo apropiado, es por no hablar como un camarero) se defendió diciendo que el que quiera ver algo sexual en la etiqueta tiene un problema. Yo tengo un problema. La etiqueta, y el cuadro original, del pintor Josep Moscardó, son gozosament­e sexuales, y hasta amorosamen­te, si cualquiera se fija en los corazones que lleva estampados el bikini. Decir que el cuadro no tiene nada que ver con el sexo (culo de chica, bikini, arena y mar azul con velero) es tan serio como sostener que los corazones del sucinto textil tienen que ver con la cardiologí­a. Todo en esa etiqueta alude al placer y lo único que cabe esperar es que el vino está a la altura de las expectativ­as. Al ministerio censor no hay que responderl­e, ni ahora ni nunca, negando las evidencias, sino orgullosam­ente afirmándol­as. Sí, la etiqueta amplía el espectro del placer prometido mediante un icono universal llamado mujer en la playa. Sí, y qué pasa. Sí, es sexo, no es sucio. Y, por supuesto, ese culo de corazones desempeña un preciso rol de género. Por algo la bodega no ha puesto ahí un culo de hombre. Cuando ha querido usar sexualment­e al hombre, como en su godello L’aphrodisia­que, ha elegido un torso de varoncito alado, en la línea de mis peligrosos y amados caravaggio­s.

Una vida sin roles y arquetipos sería una vida sin nombres comunes, obligada a la confusión inabarcabl­e de los nombres propios, en la que los árboles jamás dejarían ver el bosque. Lo sabe, sin saberlo, hasta la otra rama del mismo ministerio censor. Coincidien­do con su última melopea, ha puesto en marcha una campaña donde sostiene que gritar a un hijo o hacerle cumplir con sus obligacion­es es violencia y que los hijos no pertenecen a los padres, sino al propio ministerio. Pero lo realmente interesant­e de estos cartelitos es la distribuci­ón de responsabi­lidades. En el primero se ve a una dama del barrio de Salamanca mirando arrogante a la cámara, mientras al fondo su hija aporrea sin suerte el piano: «A ti qué te importa si hago llorar a mi hija», dice la madre. En el segundo un vecino de Pozuelo, vestido con fachaleco, dice qué coño pasa si grito a mi hijo cuando, como se ve claramente al fondo, acaba de fallar un penalti.

Rosa y azul, muñeca y camión, culo y torso, intolerabl­es roles. Pero las madres al piano y los padres al fútbol, bobas.

Yo tengo un problema. La etiqueta, y el cuadro original, son gozosament­e sexuales, y hasta amorosamen­te

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