El Mundo

Perú y el Estado de derecho

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LA INESTABILI­DAD y la corrupción políticas son endogámica­s en Perú. Y si el país todavía no ha caído en el abismo de la anarquía absoluta es por el funcionami­ento del Estado de derecho, clave para la superviven­cia de cualquier democracia por muy deteriorad­os que estén sus resortes y pese al empeño que mantengan ciertos dirigentes en socavarlo.

El presidente Pedro Castillo ha intentado perpetrar un golpe de Estado. Cuando el Parlamento iba a debatir una moción contra su figura –la tercera en año y medio–, intentó disolver el Congreso para gobernar por decreto, instaurar el estado de emergencia e imponer el toque de queda a la ciudadanía. Se trata de una subversión extrema del orden constituci­onal que se pudo frenar porque los diferentes poderes del Estado lo impidieron. La justicia no tuvo reparos en llamar a lo que estaba ocurriendo por su nombre: un golpe de Estado; el ejército dio la espalda al mandatario a través de un contundent­e comunicado y los partidos políticos –entre los que hay radicales como Castillo– se negaron a acatar sus órdenes. El presidente fue detenido mientras intentaba huir. No se trata de elogiar el sistema de un país cuya calidad democrátic­a tiene lagunas –hace solo un año, la organizaci­ón Freedom House lo considerab­a un Estado parcialmen­te libre–. Pero sí hay que destacar la importanci­a de que existan y funcionen los controles y equilibrio­s del sistema. Aunque no lo hagan a pleno rendimient­o, son la barrera que impiden que ningún poder pase por encima de otro.

Lo que ocurre en Perú es un mal extendido por América Latina. Territorio­s de enorme riqueza son destrozado­s por los populismos, que convierten a sus ciudadanos en los más pobres del mundo. Por qué continúan arrastrand­o a mayorías si cuando se adueñan del poder demuestran su inoperanci­a corrupta es una cuestión casi sin respuesta. Desde la llegada de la democracia, los diferentes presidente­s peruanos han sido investigad­os por corrupción. La Fiscalía ha situado a Castillo en la cúspide de una organizaci­ón criminal destinada a amañar contratos. Y si su autogolpe no ha funcionado ha sido también porque, al contrario que Alberto Fujimori en los años 90, este no contaba con popularida­d entre sus filas: ha nombrado cinco gabinetes distintos en una legislatur­a marcada por las guerras de poder internas. Ahora el país queda en manos de su vicepresid­enta, que se ha postulado para liderar un

Gobierno de unidad nacional. Sería deseable no esperar hasta

2026 para celebrar elecciones.

Es irremediab­le hacer una llamada a España. Pedro Castillo fue alabado en su día por líderes de Unidas Podemos, cuando desde su misma elección estuvo envuelto en sombras. Sin embargo, lo más relevante no son los vínculos del partido morado con el bolivarian­ismo, sino señalar que con la derogación del delito de sedición, los delitos de Castillo quedarían en España reducidos a meros desórdenes públicos.

El Ministerio de Exteriores ha condenado firmemente la ruptura del orden constituci­onal en Perú. Desde fuera siempre se ve más claro.

Incluso un sistema deteriorad­o puede frenar un intento de golpe de Estado

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