Golpe de Estado
Pablo Iglesias no era muy partidario del gradualismo en aquel otoño de 2014 e invitó a los suyos a una reflexión sobre el poder: el cielo no se tomaba por consenso, sino por asalto. Aún faltaban más de cinco años para que él arañase el cielo que soñaba en la Vicepresidencia segunda del Gobierno.
Podemos nunca ha tenido miramientos con eso que la izquierda siempre ha calificado despectivamente como «libertades formales» y su líder nunca se ha tenido por la parte más débil de la coalición. Su arrogancia siempre nos hizo temer (y desear) que alguna vez topara con el límite de aguante del presidente del Gobierno. Recuerden cuando le restregó a Sánchez que su partido tenía el pasado manchado de cal viva. Aquí se acabó, pensamos todos los que aún no habíamos llegado a comprender la extraordinaria elasticidad de las tragaderas de Pedro Sánchez. No es solo que su capacidad de hacerse el distraído le permita surfear por encima de los escándalos en que incurren sus socios de Gobierno. Es que Pablo Iglesias se ha convertido en el motor del Ejecutivo. Sus propuestas son hechas propias por el presidente del Gobierno, ya sean los desvaríos de Irene Montero con la Ley Sisí o la portentosa Ley de Bienestar Animal de la no menos portentosa ministra Belarra, que servirá para impulsar la ley de Irene. ¿La ley de bienestar animal para garantizar la protección de los derechos de las mujeres? Justicia poética se llama esa figura.
Son muchas más trapacerías las que ha urdido este chisgarabís para hacerse fuerte