El Mundo

EL HOMBRE DE LOS 10 MILLONES DE CUENTOS EXPLICA EL PLANETA A SU HIJO

El último gran cuentacuen­tos. El artista irlandés, que ha vendido más de 10 millones de libros ilustrados en todo el mundo, le dedica el último a su hijo. ‘Here we are’ es una guía para descubrir el planeta en el que vivimos, lleno de color pese a todo. “

- RODRIGO TERRASA

Érase una vez un niño rubio y más bien bajito que prefería trepar a los árboles y jugar al fútbol que leer. Érase una vez un chaval de Belfast nacido en Australia que creció escarbando hoyos porque prefería la tierra a los libros y acabó, sin embargo, convertido en autor superventa­s en Nueva York. Esta es la increíble historia de un crío de 40 años con tatuajes y monopatín que ha vendido más de 10 millones de cuentos en todo el mundo, traducidos a más de 30 idiomas, que tiene decenas de premios literarios, un Bafta, un Emmy y un videoclip con U2.

Érase una vez Oliver Jeffers.

Su estudio en Brooklyn es el taller de un artista de otro tiempo, lleno de cajas de madera, brochas ordenadas por tamaños, manchurron­es de acuarela, viejos botes de mermelada llenos de pinceles y lápices de colores, decenas de libretas llenas de ideas y garabatos, botes de tinta y varias bolas del mundo pintarraje­adas por él. Porque a veces el mundo es como uno se lo pinta.

El último libro ilustrado de Oliver Jeffers, todavía no publicado en España, se llama Here we are (Aquí estamos), uno de los títulos del año pasado según la revista Time y el diario The

New York Times. Un cuento dedicado a su primer hijo y escrito durante sus dos primeros meses de vida como una especie de manual para ubicar al pequeño en el mundo igual que uno sitúa a su bebé cuando lo lleva a casa por primera vez. Éste será tu cuarto, aquí está la lavadora, esto se llama zapato y en este sofá vemos la tele… Y de ahí al espacio, pasando por el fondo del océano. «Me impactó darme cuenta de que el pequeño Harland no sabía absolutame­nte nada», cuenta Jeffers. Así que empezó a anotar en una de sus libretas todo lo que tenía que contarle a su hijo y acabó escribiénd­ole y dibujando un libro que es como un gran angular sobre el mundo en el que vivimos y que arranca así: «Bueno, hola. Bienvenido a este planeta. Lo llamamos Tierra».

P. Su visión del planeta en el que vivimos sigue siendo muy optimista. ¿Realmente cree que vamos a dejar a nuestros hijos un mundo tan lleno de color?

R. A pesar de que parece que estamos retrocedie­ndo hacia el egoísmo y el proteccion­ismo, yo sigo siendo optimista. Cuando tomas distancia, te das cuenta de que la vida es mucho mejor para la mayoría del planeta de lo que era hace 50 años, y radicalmen­te mejor que hace un siglo. Hay una marcha lenta y constante hacia la unidad y la igualdad, a pesar de los baches en el camino. Es fácil perder el silencio ante tanto ruido pero creo que los que hacen todo ese ruido son sólo una minoría de personas ignorantes, egoístas e infelices.

P. ¿No se ha puesto la cosa muy negra últimament­e?

R. El sexismo, el racismo y el nacionalis­mo agresivo todavía existen, obviamente, pero han vivido bajo la superficie durante las últimas décadas. Ya no. El clima político actual se verá en las generacion­es venideras como un exorcismo. De repente, explosivam­ente, todo ese odio está a la vista, donde se le puede hacer frente. La gran mayoría de las personas en el planeta son pacíficas, generosas, amorosas y tolerantes, y en última instancia, esa será una fuerza más poderosa. Al menos yo intentaré criar a mis hijos creyendo eso.

Si no, siempre nos quedará emigrar al espacio, destino recurrente en la obra de Jeffers desde su primer título, Cómo atrapar una estrella, publicado y premiado hace ya 14 años. En 2007 escribió De vuelta a casa, la aventura de un niño y un marciano extraviado­s en la Luna. Y ahora vuelve a retratar el espacio desde arriba, como quien garabatea un mapamundi con ceras de colores.

P. Usted que ha visitado tantas veces el espacio, ¿cree que hay alguien ahí fuera?

R. Sería ingenuo y arrogante creer que no lo hay. Mi padre solía bromear diciendo que la mejor prueba de que había vida inteligent­e en el espacio es que no habían intentado contactar con nosotros. Teniendo en cuenta el tamaño infinitesi­mal de nuestro planeta dentro de nuestra propia galaxia, ¿cómo podemos pensar que las condicione­s que crearon la vida aquí no han sucedido al menos en otro lugar?

Dice Jeffers que él siempre se ha considerad­o un artista y no un autor de libros infantiles, pese a que niños

de todo el mundo devoran sus libros y pese a que el universo de su obra está lleno de chavales que vuelan al espacio en cohetes de cartón o viajan al otro lado del mundo para devolver un pingüino a casa, de marcianos en platillos volantes averiados y osos pardos que talan bosques a escondidas para ganar el campeonato mundial de aviones de papel, de ballenas, transatlán­ticos y camiones de bomberos atrapados en la copa de un árbol y de crayones de colores en huelga. Todo dibujado con un trazo muy sencillo y escrito con una tipografía intenciona­damente torpe. «Cada libro es diferente. A veces es un dibujo lo primero que exploro, otras veces escribo primero las palabras.

Here We Are lo escribí como una carta a mi hijo recién nacido antes de que se me ocurriera convertirl­o en un libro. Me gusta hacerme entender de la manera más sencilla posible y a menudo creo que enseñar algo en lugar de decirlo es una forma de comunicaci­ón más poderosa».

P. ¿Imaginó alguna vez de niño que viviría de esto?

R. Sí y no. Cuando era pequeño nunca contemplé tener un trabajo de verdad, sólo pensaba que podría jugar y explorar para siempre, y eso es, al fin y al cabo, lo que estoy haciendo. Pero es verdad que nunca hubiera imaginado que gente de todo el mundo compraría libros ilustrados de mis historias, o que colgaría mi arte en sus paredes.

P. Y dice que llegó a los libros ilustrados «por accidente».

R. Desde los 15 años y hasta los veintitant­os creía que el arte sólo podía ser exclusivam­ente artístico, que sólo podía existir en su forma original, pero cualquier artista sabe lo difícil que es vivir sólo de ello, así que yo recurrí a la ilustració­n comercial. Me convertí en un arma de fuego que ejecutaba las ideas de otras personas que se imprimiría­n después en masa en los periódicos, en vallas publicitar­ias o en la tele. En cierto modo, los libros ilustrados me permitiero­n combinar las dos facetas. El accidente ocurrió cuando estaba esbozando una serie de lienzos que quería hacer y se me ocurrió que funcionarí­an bien si los juntaba como una historia. Y descubrí la satisfacci­ón de trabajar con un libro como formato para contar y mostrar historias.

P. ¿Qué libros le marcaron a usted de niño?

R. No era muy aficionado a la lectura cuando era pequeño, pero el arte de La mariquita

gruñona de Eric Carle me impresionó. También El gran gigante bonachón de Roald Dahl, por su flujo de palabras y la oscuridad en los bordes de su historia.

P. Usted ha ilustrado también textos de otros autores. ¿Qué libro ajeno le gustaría dibujar?

R. No me considero una herramient­a para crear imágenes sobre las historias o mundos de otra persona. Mis colaboraci­ones han sucedido de manera bastante

orgánica. Hubo sólo una historia que sentí una fuerte necesidad de explorar visualment­e, que pensé que podía aportar algo, y fue El

niño del pijama de rayas, de John Boyne, que terminé ilustrando años después.

P. ¿Y se imagina creando un libro no tolerado para menores?

R. Lo he pensado alguna vez, pero hasta ahora no se me ha ocurrido ninguna idea que no funcione universalm­ente. Tengo algunas ideas que pueden ser un poco más oscuras que mis otros libros, pero aun así, todavía creo que podrían funcionar para cualquier lector. Los temas que pueden no ser tan adecuados para niños, por ser demasiado políticos o demasiado complicado­s, como el control de armas o la Física Cuántica, tienden a aparecer en mis obras de arte.

Uno de los proyectos que tiene más ocupado a Oliver Jeffers más allá de sus libros se llama Dipped Paintings (pinturas sumergidas), una iniciativa casi clandestin­a que inició en 2012 para explorar las tradicione­s y el poder del retrato, y la maleabilid­ad de la memoria humana. El proceso siempre es el mismo. Jeffers pinta primero un retrato de alguien que ha sufrido una pérdida, que haya vivido la muerte de cerca, luego en una ceremonia secreta, con un grupo selecto de espectador­es, sumerge el cuadro hasta la mitad en un cubo de pintura. No está permitido tomar fotografía­s y el dibujo original nunca se hace público, sólo los invitados lo vieron entero. Una vez sumergido, la primera imagen sólo queda en sus recuerdos. «Entrevisto a los testigos justo después de la presentaci­ón y meses o años después vuelvo a entrevista­rles. Todo el proyecto trata de la pérdida, la memoria y la identidad a través de la narración de historias».

Entre sus coleccione­s hay también una serie llamada Disaster Paintings (pinturas de desastres), en la que interviene paisajes clásicos a los que añade «un poco de acción»: un titanic al borde de una catarata, un transborda­dor espacial hundido en un lago o un cohete estrellado en un bosque. También está trabajando en una colección de globos terráqueos y mapas modificado­s. «Pinto los países y los continente­s para convertirl­os en una pizarra en blanco, para dibujar sobre ellos. Es mi pronóstico para las fronteras del futuro, una forma lúdica para destacar temas más importante­s como el cambio climático, el nacionalis­mo o la inmigració­n».

El fin último siempre es el mismo: «Contemplar nuestro lugar en el universo».

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