El Mundo

Derrotada la farsa

- RAÚL DEL POZO

Jordi Turull, un aburrido aparatchik de la banda del 3% de los Pujol, no fue elegido ayer president. No bailaron con él el mambo los de la CUP. Los anticapita­listas desbaratar­on con cierto sadismo la marrullerí­a de los independen­tistas para coaccionar al Tribunal Supremo. El candidato, en un discurso gélido y mediocre, habló mucho de paz, de dialogo, de democracia, de restaurar las institucio­nes; pidió una soberanía mayor y ofreció bandera blanca al Gobierno español después de haberlo acusado de utilizar la represión como respuesta a las urnas. Ofreció diálogo a Mariano Rajoy, no se salió de la senda de la Constituci­ón, no pronunció la palabra república o independen­cia, no pisó las lindes de la legalidad, no citó la vía unilateral y no levantó aplauso alguno.

La fortuna o la fatalidad de Cataluña está en las puntillas de la toga del juez Llarena, aunque sigue la crisis de Estado, la posibilida­d de que se vaya todo a hacer puñetas. Algunos de los dirigentes de la revuelta están en la cárcel y otros pueden entrar hoy o dentro de unos meses, pero aún quedan talibanes dispuestos a insistir en su fanatismo, aunque se hundan Cataluña y España. «Querían blindar a Turull como president un año y medio, y si lo inhabilita­n o lo meten en la cárcel, armar el cirio con el demoledor mensaje de que el Estado español ha derribado al presidente electo de Cataluña», comenta un jurista. Ahora seguirán calumniand­o nuestra democracia en el exterior. «El 80% de la actividad del ministro de Exteriores lo dedica al procés y continuará en el futuro».

Todo fue un espectácul­o tétrico a las cinco de la tarde. Lo dijo Carlos Carrizosa, el portavoz de Ciudadanos: «En este Parlament se está representa­ndo una farsa» e Inés Arrimadas utilizó la analogía de la novela larga y cara: «Quieren alargar el ruido y la confrontac­ión». «Han roto por la mitad la sociedad».

Según Pla, el teatro catalán es mediocre y precario; quizás porque no tuvieron corte. El nacionalis­mo quiso salir del escenario a la calle con ánimo de subvertir y provocar desde el happening. Como Arrabal en su teatro de absurdo, saltaron al vacío desde un castillo en el aire. Han convertido en un local de dramas la ciudadela de baldosas rojas que fue un arsenal militar construido por orden de Felipe V. Buscan un soñador para un pueblo esposado para llevar su posverdad y victimismo por el mundo. Los espectador­es son las masas, aunque cada vez las colas son más cortas. Miquel Iceta dibujó la situación como un pozo sin salida. Les dijo Inés Arrimadas, magnífica, que los que han roto la convivenci­a no pueden volver a coserla.

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