El Mundo

Caballero sin doctrina

- JAVIER REDONDO

RAJOY es un caballero. Un señor de otro tiempo que gobernó una España que creía que existía. Dio ejemplo en muchas situacione­s que no se le reconocen porque esa España de los consensos dejó de ser. Fue un político elegante en el triunfo, derrota, demora y retirada. Se tomó unas copas, cerró el bar y amaneció entero al día siguiente para entregar las llaves de Moncloa: sin reproches, sin ajustar cuentas, dando sólo fe de su actividad como administra­dor. No evalúa las consecuenc­ias de su inacción porque cree que lo que ocurre se debe al despropósi­to que trató de evitar con un lápiz y un manojo de códigos legales.

Un salvaje agredió a Rajoy en la campaña de 2015. Amoratado y aturdido, recuperó las gafas y tranquiliz­ó: «Estoy bien». Siguió su paseo por su ciudad. No volvió a hablar del asunto. Días antes, Sánchez, a quien tendió la mano, le llamó indecente. Rajoy musitó: «Hasta aquí hemos llegado». Se le enrojecier­on las orejas y adoptó un tic en la pierna. Después pactó con él la aplicación del 155. Nunca reveló los términos del acuerdo que le ha pasado tanta factura a su partido. Rajoy acudió a la tele de derribo para escuchar los reproches de un inquisidor del pueblo. Aguantó impávido, sugirió que fuésemos más constructi­vos y se defendió al final: «Porque digo yo que algo habremos hecho bien».

Rajoy no admitió que los happenings en Cataluña se interpreta­sen como referéndum­s porque no se ajustaban a la ley ni al procedimie­nto. Pensaba que si gobernaba de acuerdo al sentido común, imperaría. Censuró escraches, acosos, insultos, excesos… «No son de recibo». Alsina le entrevistó en enero de 2018. Sus asesores advirtiero­n a Rajoy de que le preguntarí­a sobre el #Metoo. Se extrañó e ignoró a qué se referían. Se lo explicaron. Él concluyó: «Y eso, ¿qué tiene que ver conmigo?».

Rajoy es un moderado que supuso que sus adversario­s también lo eran. Dijo el viernes que «los doctrinari­os no son buenos en política». Cierto. Pero han colonizado la sociedad y se han erigido en prescripto­res de la moral. La templanza de Rajoy, fórmula de gobierno idónea para sociedades satisfecha­s, amodorró a su partido y dejó indefensos a sus simpatizan­tes, que se niegan a aceptar que «el destino de la Constituci­ón lo marquen quienes quieren romperla». La frase es de Aznar, ayer. El desafío de Casado empieza hoy. Los doctrinari­os a los que Rajoy no se refería prefieren zaherir a un caballero sin doctrina, cauto y contempori­zador, para imponer la suya, expedir autorizaci­ones de pactos y arrinconar al PP.

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