Rea Signoret
En los actos de autoridad debe de existir como premisa fundamental el que estén debidamente fundados y motivados, además, contemplar el comedimiento y la objetividad, así como el respeto a los derechos humanos en el ejercicio del poder. Por su parte, el ciudadano debe de observar la legalidad y la civilidad en su comportamiento en sociedad, respetando el marco constitucional vigente; por lo que unos y otros no deben de rebasar esos cauces necesarios para la convivencia en comunidad, ya que con ello se ayuda a encontrar siempre el justo medio que permite la moderación y el respeto entre iguales.
En los últimos días hemos sido testigos de una serie de exabruptos que han conmocionado a la ciudadanía, que van desde linchamientos mediáticos, violencia verbal, excesos de toda clase, e incluso, situaciones evidentes de intolerancia y desazón, lo que nos permite generar tres puntos de vista: El hombre cuenta en su esencia con el sentido primario del concepto de lo correcto y lo incorrecto; la sociedad forja con la educación la ética, y las personas construyen la moral para que normen sus actos; esas superestructuras intelectuales son producto de cientos de años de convivencia diaria entre los seres humanos. Nos ha costado mucho trabajo aprender que la construcción de una civilización es muy difícil y que su destrucción es fácil; por ello, se han diseñado elementos de convención, como son los códigos de comportamiento que desembocan en leyes y acuerdos generales que permiten encausar las necesidades de las mayorías y así poder resolver las diferencias con las minorías, encontrar los puntos de convergencia para que mediante el acuerdo se resuelvan los conflictos y se deje de lado la violencia y la confrontación estéril. No ha sido fácil para la humanidad ir diseñando nuevas formas, costumbres y encuentros que permitan resolver las crisis y avanzar, encontrando así el sentido de futuro con el cual se convoca a nuevas generaciones a sumarse en el trabajo, y con ello, buscar ser mejores. Con esta dinámica se han superado metas de toda índole en el mundo del deporte, la ciencia, la tecnología, la medicina, los medios de comunicación, el transporte, etcétera, se han tenido que romper mitos e inercias de resistencia que estaban plagados de pesimismo, amargura, cerrazón y encono.
En segundo término, la forma más funcional de la convivencia humana es dentro de un estado de derecho conformado por un gobierno que debe de ser electo democráticamente, con ello logramos reflejar la voluntad popular en la toma de decisiones del conglomerado social; de ahí que la autoridad se debe de comportar con mesu- ra y respeto irrestricto a la ley, sus actos no pueden ser estridentes ni impropios; y cuando hablo de autoridad también incluyo a quienes la poseen en el ámbito moral, los líderes sociales, espirituales, artísticos, comunitarios, cívicos, mediáticos, quienes son ejemplo y son seguidos por muchos, de ahí que, por estar dentro de un marco convencional deben estar sujetos a él y no transgredirlo, mucho menos a excederse en sus actos o ser omisos. No es posible que por lograr objetivos inmediatos se trastoquen los cimientos fundamentales de la convivencia social permanente, que por obtener una aceptación efímera se destruyan principios y valores ancestrales, máxime ahora que estamos todos conectados en la aldea global, en donde todo repercute. No se vale que, escondidos en el anonimato de un aparato o protegidos por una estructura de poder, se pueda estar perturbando de forma impune el acuerdo universal de buena fe y buen derecho que se ha construido por siglos en todo el orbe.
En tercer término, podemos decir que los excesos y las omisiones son peligrosos cuando trascienden a terceros, cuando en el comportamiento de quienes los provocan afectan la libertad de otros, y eso se agudiza en la realización de un acto de autoridad, cuando, abusando del poder del dinero, la imagen, el grupo o la superioridad física o moral, se busca avasallar al más débil, al indefenso, al solitario, a quien diside y no opina igual, al diferente, al separado, porque cuando eso sucede se rompe el equilibrio universal y se da inicio a un efecto en cadena que hace que la violencia se generalice, y que poco a poco se destruya el tejido de la convivencia humana para dar paso al lado oscuro del hombre que abre la puerta a la destrucción. Todos, algunas veces estamos del lado de la superioridad, pero en otras estamos del lado de la debilidad; cuando conducimos un auto somos poderosos, pero cuando somos peatones somos vulne- rables; cuando vamos con amigos a un partido de fútbol somos multitud, pero cuando transitamos en la calle estamos solos; cuando alguien ocupa un cargo público o es candidato es parte de una estructura de poder, pero cuando deja de serlo se convierte en un ciudadano del común; cuando estamos sanos la vida nos sonríe, pero cuando nos enfermamos la desgracia nos avasalla; cuando somos receptores del mensaje, juzgamos, pero cuando somos emisores del mismo, somos juzgados.
El acto puede ser de intención o de voluntad; el primero está imbuido de pasión y espontaneidad; el segundo se forja con trabajo y dedicación. Hay que ser conscientes del poder con el que ahora cuenta el “hombre estado”, la fuerza de su dicho y la trascendencia de su acto; la tecnología nos ha dado esa puerta a una nueva dimensión en donde movemos de forma exponencial la realidad; se debe aprender a detener los excesos, pero también a no ser omisos, encontrando el delicado equilibrio del justo medio que refleje la madurez de nuestro actuar, en el entendido de que siempre debemos buscar el bien común y así justificar plenamente nuestro transitar por este mundo, gozando de una de las garantías más excelsas que tenemos, que es la libertad ¿No creen, estimados lectores?
“…Todos, algunas
veces estamos del lado de la superioridad, pero en otras estamos del lado de la debilidad…”