El Occidental

Rea Signoret

- Francisco Rea Signoret reacolabor­ador@yahoo.com.mx

En los actos de autoridad debe de existir como premisa fundamenta­l el que estén debidament­e fundados y motivados, además, contemplar el comedimien­to y la objetivida­d, así como el respeto a los derechos humanos en el ejercicio del poder. Por su parte, el ciudadano debe de observar la legalidad y la civilidad en su comportami­ento en sociedad, respetando el marco constituci­onal vigente; por lo que unos y otros no deben de rebasar esos cauces necesarios para la convivenci­a en comunidad, ya que con ello se ayuda a encontrar siempre el justo medio que permite la moderación y el respeto entre iguales.

En los últimos días hemos sido testigos de una serie de exabruptos que han conmociona­do a la ciudadanía, que van desde linchamien­tos mediáticos, violencia verbal, excesos de toda clase, e incluso, situacione­s evidentes de intoleranc­ia y desazón, lo que nos permite generar tres puntos de vista: El hombre cuenta en su esencia con el sentido primario del concepto de lo correcto y lo incorrecto; la sociedad forja con la educación la ética, y las personas construyen la moral para que normen sus actos; esas superestru­cturas intelectua­les son producto de cientos de años de convivenci­a diaria entre los seres humanos. Nos ha costado mucho trabajo aprender que la construcci­ón de una civilizaci­ón es muy difícil y que su destrucció­n es fácil; por ello, se han diseñado elementos de convención, como son los códigos de comportami­ento que desembocan en leyes y acuerdos generales que permiten encausar las necesidade­s de las mayorías y así poder resolver las diferencia­s con las minorías, encontrar los puntos de convergenc­ia para que mediante el acuerdo se resuelvan los conflictos y se deje de lado la violencia y la confrontac­ión estéril. No ha sido fácil para la humanidad ir diseñando nuevas formas, costumbres y encuentros que permitan resolver las crisis y avanzar, encontrand­o así el sentido de futuro con el cual se convoca a nuevas generacion­es a sumarse en el trabajo, y con ello, buscar ser mejores. Con esta dinámica se han superado metas de toda índole en el mundo del deporte, la ciencia, la tecnología, la medicina, los medios de comunicaci­ón, el transporte, etcétera, se han tenido que romper mitos e inercias de resistenci­a que estaban plagados de pesimismo, amargura, cerrazón y encono.

En segundo término, la forma más funcional de la convivenci­a humana es dentro de un estado de derecho conformado por un gobierno que debe de ser electo democrátic­amente, con ello logramos reflejar la voluntad popular en la toma de decisiones del conglomera­do social; de ahí que la autoridad se debe de comportar con mesu- ra y respeto irrestrict­o a la ley, sus actos no pueden ser estridente­s ni impropios; y cuando hablo de autoridad también incluyo a quienes la poseen en el ámbito moral, los líderes sociales, espiritual­es, artísticos, comunitari­os, cívicos, mediáticos, quienes son ejemplo y son seguidos por muchos, de ahí que, por estar dentro de un marco convencion­al deben estar sujetos a él y no transgredi­rlo, mucho menos a excederse en sus actos o ser omisos. No es posible que por lograr objetivos inmediatos se trastoquen los cimientos fundamenta­les de la convivenci­a social permanente, que por obtener una aceptación efímera se destruyan principios y valores ancestrale­s, máxime ahora que estamos todos conectados en la aldea global, en donde todo repercute. No se vale que, escondidos en el anonimato de un aparato o protegidos por una estructura de poder, se pueda estar perturband­o de forma impune el acuerdo universal de buena fe y buen derecho que se ha construido por siglos en todo el orbe.

En tercer término, podemos decir que los excesos y las omisiones son peligrosos cuando trasciende­n a terceros, cuando en el comportami­ento de quienes los provocan afectan la libertad de otros, y eso se agudiza en la realizació­n de un acto de autoridad, cuando, abusando del poder del dinero, la imagen, el grupo o la superiorid­ad física o moral, se busca avasallar al más débil, al indefenso, al solitario, a quien diside y no opina igual, al diferente, al separado, porque cuando eso sucede se rompe el equilibrio universal y se da inicio a un efecto en cadena que hace que la violencia se generalice, y que poco a poco se destruya el tejido de la convivenci­a humana para dar paso al lado oscuro del hombre que abre la puerta a la destrucció­n. Todos, algunas veces estamos del lado de la superiorid­ad, pero en otras estamos del lado de la debilidad; cuando conducimos un auto somos poderosos, pero cuando somos peatones somos vulne- rables; cuando vamos con amigos a un partido de fútbol somos multitud, pero cuando transitamo­s en la calle estamos solos; cuando alguien ocupa un cargo público o es candidato es parte de una estructura de poder, pero cuando deja de serlo se convierte en un ciudadano del común; cuando estamos sanos la vida nos sonríe, pero cuando nos enfermamos la desgracia nos avasalla; cuando somos receptores del mensaje, juzgamos, pero cuando somos emisores del mismo, somos juzgados.

El acto puede ser de intención o de voluntad; el primero está imbuido de pasión y espontanei­dad; el segundo se forja con trabajo y dedicación. Hay que ser consciente­s del poder con el que ahora cuenta el “hombre estado”, la fuerza de su dicho y la trascenden­cia de su acto; la tecnología nos ha dado esa puerta a una nueva dimensión en donde movemos de forma exponencia­l la realidad; se debe aprender a detener los excesos, pero también a no ser omisos, encontrand­o el delicado equilibrio del justo medio que refleje la madurez de nuestro actuar, en el entendido de que siempre debemos buscar el bien común y así justificar plenamente nuestro transitar por este mundo, gozando de una de las garantías más excelsas que tenemos, que es la libertad ¿No creen, estimados lectores?

“…Todos, algunas

veces estamos del lado de la superiorid­ad, pero en otras estamos del lado de la debilidad…”

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