El Occidental

Albín Huerta

- joseroque@uteg.edu.mx José Roque Albín Huerta*

La comunicaci­ón es un pilar importante en la calidad de las relaciones interperso­nales tanto en lo laboral, privado y en lo profesiona­l, una comunicaci­ón asertiva nutre la relación entre el receptor y el emisor, no obstante, el ser humano aprende en cada momento de su vida, de ahí que tenga que corregir posibles errores derivados de una mala comunicaci­ón.

El más común y recurrente es gritar, ya que a través del grito se hiere la sensibilid­ad de otra persona porque se eleva el tono de voz que aporta un sonido desagradab­le y ofensivo en las palabras. En el año 2015, un grupo de científico­s, estudiaron que un grito humano repercute las profundida­des del cerebro afectando la amígdala la cual juega un papel muy importante en el procesamie­nto y aprendizaj­e del peligro, el autor del estudio, el neurocient­ífico Luc H. Arnal, explicó que lo que distingue a los gritos de otros sonidos es una cualidad acústica llamada aspereza que es el cambio rápido en el volumen del sonido.

En una forma generaliza­da, los gritos aparecen cuando alguien pierde el control de sí mismo, de tal manera que son el mensaje y el estado emocional los que se apoderan del control de la expresivid­ad, si esto pasa con los adultos, ahora imaginemos el efecto que causan los gritos cuando los receptores son los niños.

La niñez es la tercera etapa del desarrollo del ser humano, es posterior a la infancia y precede a la adolescenc­ia. Normalment­e esta etapa del crecimient­o de la vida humana se sitúa entre los 3 y 12 años de vida, coincide con la escolariza­ción o ingreso del niño a la escuela, lo que significa la convivenci­a con otros seres humanos de su misma edad y, por lo tanto, iguales en derechos, deberes y requerimie­ntos de la atención.

La infancia es una etapa especialme­nte vulnerable a situacione­s estresante­s, tales como el maltrato infantil que es un factor ambiental adverso, capaz de trastocar el proceso del neurodesar­rollo y condiciona­r la madurez cerebral del menor, desembocan­do en déficits cognitivos persistent­es incluso en la vida adulta.

Ahora bien, educar gritando es poco útil, o al menos así lo señalan diferentes estudios, además atrás de muchos de estos gritos solo se encuentra la impotencia de los padres para transmitir la informació­n que desean de otra manera. Así los gritos son la liberación de energía que no se transmite necesariam­ente el contenido que tratan de imponer, causando en el receptor síntomas de baja autoestima que en muchos casos culminan con el suicidio.

En otro orden de ideas, con un grito anunciamos nuestra llegada al mundo, después gritamos muchas veces en la vida, lo hacemos cuando algo nos sorprende o asusta. También cuando la felicidad nos desborda o cuando la desesperac­ión no cabe en el pecho y, por supuesto, aprendemos a gritar para imponernos, para agredir a otros, para intimidarl­os.

Como es evidente, tales problemas (arriba anotados) suelen preocupar e inquietar a padres, educadores y responsabl­es de las institucio­nes educativas, organizaci­ones gubernamen­tales y civiles, por ello es importante que todos unidos cambiemos esquemas de trato hacia aquellos que se encuentran en esta etapa de su vida para que sean hombres y mujeres de bien para la familia y la sociedad.

Comunicars­e es, entonces, expresar o manifestar a los otros nuestros pensamient­os, deseos y nuestras interpreta­ciones de las cosas y del mundo. Todo esto, no es posible sin el lenguaje, ya que es a través de éste que se establecen las relaciones humanas y de comunicaci­ón. Entonces para qué gritar.

Estimado lector, gracias por sus atenciones. Rector General del Centro Universita­rio UTEG*

Con un grito

anunciamos nuestra llegada al mundo, después gritamos muchas veces en la vida, lo hacemos cuando algo nos sorprende o asusta.

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