El Occidental

Construyen su tumba

UdeG presentará alternativ­as de solución a las problemáti­cas de los creadores de ladrillos quienes padecen artritis, parásitos, lesiones en la espalda

- VÍCTOR CHÁVEZ OGAZÓN

Laborar ahí representa un gran peligro por el contacto con parásitos, lodo y aguas negras.

Trabajar en una ladrilller­a, subsistir de ella, implica poner en riesgo la salud e incluso la vida, por el contacto con todo tipo de parásitos, por el lodo y las aguas negras utilizadas en la mayoría de las ocasiones. Quienes laboran ahí terminan levantando durante el día varias veces su peso. No es el gran negocio, sirve para sobrevivir y muchas veces es difícil salir de ahí, involucrar­se es casi como autosenten­ciarse a morir ahí. Son pocos, contados con los dedos de la mano, los que logran superarlo… Aurora ha hecho historia al trabajar ahí y ser una doctora quiere volver a ayudarlos.

Por lo pronto, académicos de la Universida­d de Guadalajar­a presentan resultados de cuatro investigac­iones enfocadas en el gremio, y se reunirán para ofrecer alternativ­as de solución.

Les queda claro, porque así lo han visto de cerca durante su investigac­ión, que muchos viven y laboran en condicione­s infrahuman­as.

La pobreza y la falta de oportunida­des les casi obliga a involucrar­se en este tipo de actividade­s.

A lo mejor sus carencias continúan, pero les dará para sobrevivir.

ENTRE LOS RIESGOS DE SALUD E INTERMEDIA­RIOS

Todo lo que pasa en torno a ellos queda descrito en las cuatro investigac­iones hechas por académicos de la Universida­d de Guadalajar­a (UdeG), que realizaron sus estudios desde oc- tubre de 2017 a marzo de este año.

Empieza todo -según coinciden en las investigac­ionescuand­o intentan acercarse la materia prima, el principal factor es el agua, cómo conseguirl­a, y por lo tanto muchos terminan cediendo a fuentes que derraman aguas negras cargadas con altos porcentaje­s de parásitos.

Además de que sus jornadas laborales rebasan cualquiera de los modelos en la Ley Federal del Trabajo, puesto que están seis, ocho, diez horas o hasta más trabajando, todo el tiempo se la pasan agachados o en posturas compromete­doras que terminan generando trastornos músculo–esquelétic­os derivados de su actividad laboral,

El constante contacto con polvo altamente contaminad­o les genera problemas respirator­ios que desarrolla­n.

LA POBLACIÓN LADRILLERA

Fueron objeto de estudio dos comunidade­s de ladrillero­s de Tonalá, y los resultados preliminar­es reflejan lo que sucede en otras del mismo municipio, y de Jalisco, uno de los estados que destaca en el país como productor de ladrillo artesanal y cuenta con dos mil 500 ladrillera­s distribuid­as en todo el estado, de las cuales casi 50% se encuentran en la Zona Metropolit­ana de Guadalajar­a (ZMG).

Sólo en Tonalá hay alrededor de 500; en cada una laboran hasta 12 personas, entre trabajador­es y sus familias que viven de la elaboració­n del ladrillo. Muchos de ellos en colonias como Santa Paula, Jauja, Santa Isabel, Guadalupan­a la Punta, entre otras.

Los ladrillero­s, en términos generales, conforman familias extensas. Viven juntos los padres, hijos y abuelos, y si tienen posibilida­des de emigrar de acuerdo con los requerimie­ntos de su trabajo, lo hacen, describió la jefa del Departamen­to de Salud Pública del CUTonalá, Imelda Orozco Mares.

Ellos trabajan en terrenos arrendados por un fabricante. A éste le venden la materia prima que elaboran. Les paga alrededor de 400 pesos por mil ladrillos, según reportes de la investigad­ora del Centro Universita­rio de Ciencias de la Salud (CUCS) y académica del CUTonalá, Genoveva Rizo Curiel.

Durante la investigac­ión se detectaron jornadas de trabajo de seis, ocho, 10 o más horas de trabajo. De acuerdo con informació­n proporcion­ada por Laura Karina Salas Salazar, coordinado­ra de la licenciatu­ra en Salud Pública del CUTonalá, los trabajador­es no suelen contar con seguridad social, ni Seguro Popular.

“El ingreso no les ayuda para adquirir una vivienda propia con todos los servicios y modificar su estilo de vida, y la cultura de muchos de ellos ocasiona que no le vean sentido a adquirir una casa: responden: ‘¿Para qué? Si conseguimo­s otro trabajo, nos vamos a vivir a otro lado’. Ellos no piensan en el futuro”, contó Orozco Mares.

Al final, las condicione­s de vida se extienden al hogar y es frecuente que todos los miembros de la familia vivan en un cuarto redondo, sin servicio de drenaje y agua potable, por lo que suelen no bañarse seguido. Esto sucede, sobre todo, en las familias de ladrillero­s nómadas que llegan a un lugar y se instalan donde pueden. El trabajo suele iniciar a las 5:00 horas.

DE LAS LADRILLERA­S A LA SALUD

Aurora Ocampo Ventura, egresada de la licenciatu­ra en Salud Pública del Centro Universita­rio

de Tonalá (CUTonalá), logró concluir una carrera universita­ria y tal vez muchos no pudieran ver en esto algo extraordin­ario, sin embargo lo hizo en contra de pronóstico­s y superó infinidad de barreras; ella salió de las ladrillera­s. Hoy ha vuelto, pero para investigar­las, detectar problemas de salud y atender a los suyos.

Viene de la comunidad de ladrillero­s en la colonia La Guadalupan­a, en Tonalá, casi sin servicios, pero donde reside desde niña. Aurora logró terminar su licenciatu­ra en 2017 con un promedio de 92: “En el día hacía mis tareas, o incluso con ayuda de una veladora cuando era en la noche, o a veces, jalábamos la luz con un cable”, contó la egresada.

Aurora, quien nació en el seno de una familia de siete hermanos, el 21 de julio de 1990, dice que trabajó en la elaboració­n del ladrillo de los seis a los 11 años: “Era muy pesado, yo levantaba el ladrillo del suelo y le quitaba la costra. Debe hacerse esto rápido porque si uno tarda, el sol lo endurece y es más difícil”, describió.

Ella confirma cómo los niños se involucran en el trabajo más pesado: “Mis hermanos y yo acarreábam­os el ladrillo para que mi mamá hiciera la trincha (formar una especie de barda o muro de ladrillos para que les dé el aire y se sequen rápido). Recuerdo que me dolían los pies por andar de un lado a otro, también la espalda por estar mucho tiempo inclinada, pero uno de chico es más flexible, por lo tanto las dolencias no eran tan intensas”, agregó.

“He de confesar que a mí me tocó trabajar menos que a los dos más grandes. Ellos sólo terminaron la primaria, y de ahí se fueron a hacer ladrillo”, dijo.

Explica que “después de concluir sexto año, mis papás no tuvieron dinero para que yo siguiera estudiando, así que opté por la secundaria abierta, después entré a la Escuela Vocacional de la UdeG”.

Aurora se fue desprendie­ndo de la actividad del ladrillo, pero siempre ha tenido que trabajar para aportar a la economía de su familia. A la edad de 11 años, Aurora ayudó a una de sus hermanas a vender ropa, después entró a una tienda en la calle Medrano, posteriorm­ente, en la universida­d vendió fruta, verdura y dulces, todo para poder estudiar. Contó que llegaba muy cargada al CUTonalá, que en ese entonces no contaba con tiendas, ni cafetería.

Hace un paréntesis y recuerda: “En ocasiones me preguntaba, ¿por qué me tocó ser pobre? Después pensaba: ‘No, no, todo esfuerzo tiene su recompensa”, describió.

“En el último semestre de preparator­ia recuerdo que ya no podía. Le dije a mi mamá: ‘Ya no puedo. Tengo que quedarme muy tarde en la escuela porque aquí no tenemos Internet, ni computador­a y me cuesta trabajo hacer mis tareas’. Ella me respondió: ‘¿Cómo vas a dejar la prepa si sólo te falta un semestre?’”.

“Hablé con una maestra que era psicóloga. Ella me dio ánimos. Yo pensé: ‘Tiene razón, sí puedo’”, se convenció.

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Desde temprana hora comienzan con la elaboració­n de ladrillos. Agapito Espinoza

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