El vidrio, luz multicolor de los mexicanos
Tuve la
oportunidad de leer una interesante, aunque antigua publicación bimestral, en la que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) aporta elementos de juicio fundamentales para comprender una de las finas expresiones de la artesanía nacional. Me refiero a la tradición vidriera considerada, al paso del tiempo, como una de las más representativas del pueblo mexicano.
Ya nuestros antepasados precolombinos observaban su devenir en espejos de obsidiana, “el vidrio de la naturaleza”, reconocido por su brillo, color y dureza. Esta fina sensibilidad artística se enriqueció durante el período colonial, con la aportación de artículos de vidrio procedentes de España, Venecia y Bohemia.
¿Sabía, usted, amable lector, que algunos museos mexicanos como el Franz Mayer o el Soumaya cuentan, por ejemplo, con valiosas colecciones de piezas de vidrio de la Real Fábrica de Cristales de la Granja de Segovia, empresa patrocinada por la corona española, activa durante dos siglos y medio?
Acudo a la publicación México Desconocido para recordar que “el español Antonio de Espinosa fue el primer vidriero de México. En 1542 estableció un obraje en la calle del Venado, en Puebla, aunque un año más tarde el cabildo le prohibió que cortara leña “a menos de dos leguas a la redonda de la ciudad porque gastaba mucho en su oficio”. Con los años, la fabricación de vidrio en México se convirtió en una sólida fuente de ingresos. Puebla cedió su lugar a las ciudades de México y de Monterrey.
Por su parte, la Enciclopedia Digital del Instituto Latinoamericano de Comunicación Educativa (ILCE) hace una narrativa en el sentido del poco interés que daban nuestros antepasados al vidrio, y como a partir de la llegada de los peninsulares esta actividad se incrementó: “El único vidrio utilizado por nuestros antepasados antes de la Conquista fue el vidrio volcánico oscuro, llamado por los tarascos tzi
napu, por los mexicas itztli, y por nosotros obsidiana. La obsidiana se ha utilizado en nuestro país desde hace miles de años en la elaboración de herramientas como puntas de flecha, lanzas y cuchillos; después empezó a tallarse y a utilizarse como adorno. Aun cuando en el México prehispánico no se sabía cómo fabricar el vidrio a partir de arcillas empleando hornos especiales, los aztecas lo usaban y lo trabajaban para crear utensilios de guerra y ornamentales; nunca se imaginaron que la obsidiana fuera un vidrio. Sin ir muy lejos, hoy mucha gente no sabe que lo es.
Antes de la llegada de los europeos al continente americano, los indígenas conocían el vidrio en estado natural en sus variantes de obsidiana y cristal de roca. El vidrio que más trabajaron por su maleabilidad fue la obsidiana, que en México se encuentra en varias tonalidades: rojiza, azulada, verde oscuro y negra. Todas pueden ser utilizadas, pero las que más se trabajaron fueron la verde oscuro y la negra. Puede encontrarse en el suelo abierto sin ninguna dificultad, pero si se quiere obtener obsidiana de mejor calidad hay que buscarla a más profundidad en la tierra. Por otra parte, el cristal de roca era un material mucho más duro y difícil de trabajar.
La obsidiana se trabajó con gran habilidad para formar cuchillos. Para lograr esto se presionaban piezas grandes de las cuales se desprendían esquirlas con forma de cuchillo, que tenían un buen filo y que, aunque duraban poco, podían utilizarse para labrar piedras, trabajar pieles, cortar el cabello y afeitar, en intervenciones quirúrgicas y para los sacrificios humanos. Los peninsulares no ocultaron su
amable lector, que algunos museos mexicanos como el Franz Mayer o el Soumaya cuentan, por ejemplo, con valiosas colecciones de piezas de vidrio de la Real Fábrica de Cristales de la Granja de Segovia, empresa patrocinada por la corona española, activa durante dos siglos y medio?
perplejidad al descubrir la templanza y la dulzura de las costumbres de los aztecas y la crueldad de sus ritos. Eran capaces de utilizar la obsidiana tanto para vencer a la muerte mediante intervenciones quirúrgicas, como para ayudarla a triunfar con los sacrificios a los dioses.
Y qué decir de la arquitectura, cuyo desarrollo mucho tiene que ver con la utilización del vidrio plano y del vitral – luz de colores – famoso por su transparencia y sus incontables posibilidades estéticas. Y de la cerámica, como la de Talavera, que desde hace mucho tiempo ha sido – como lo comenta la publicación del INAH una señal inequívoca del importante estadio de desarrollo alcanzado por una comunidad de técnicos y artesanos de alto nivel internacional.
¡Pinto mi raya! Ese era el grito entusiasta de los niños y jóvenes de México que por siglos reivindicaron uno de los juegos consentidos gracias al crisol de los artesanos: las canicas. ¡Chiras, pelas! Y salían al rescate de la fama, el prestigio y la destreza de los jugadores, las ágatas, los ponches, las agüitas, los pericos, los diablitos, las bombonas, etc. Todo eso se ha perdido en el pestañeo del tiempo.
En fin, algo para disfrutar en este claro país de transparencia volcánica, de luz multicolor de los vitrales, de alegoría y júbilos gracias al vidrio y a la sensibilidad de los artesanos de México.
¿Sabía, usted,