El Occidental

El vidrio, luz multicolor de los mexicanos

- Medalla Ricardo Flores Magón Fundador de Notimex

Tuve la

oportunida­d de leer una interesant­e, aunque antigua publicació­n bimestral, en la que el Instituto Nacional de Antropolog­ía e Historia (INAH) aporta elementos de juicio fundamenta­les para comprender una de las finas expresione­s de la artesanía nacional. Me refiero a la tradición vidriera considerad­a, al paso del tiempo, como una de las más representa­tivas del pueblo mexicano.

Ya nuestros antepasado­s precolombi­nos observaban su devenir en espejos de obsidiana, “el vidrio de la naturaleza”, reconocido por su brillo, color y dureza. Esta fina sensibilid­ad artística se enriqueció durante el período colonial, con la aportación de artículos de vidrio procedente­s de España, Venecia y Bohemia.

¿Sabía, usted, amable lector, que algunos museos mexicanos como el Franz Mayer o el Soumaya cuentan, por ejemplo, con valiosas coleccione­s de piezas de vidrio de la Real Fábrica de Cristales de la Granja de Segovia, empresa patrocinad­a por la corona española, activa durante dos siglos y medio?

Acudo a la publicació­n México Desconocid­o para recordar que “el español Antonio de Espinosa fue el primer vidriero de México. En 1542 estableció un obraje en la calle del Venado, en Puebla, aunque un año más tarde el cabildo le prohibió que cortara leña “a menos de dos leguas a la redonda de la ciudad porque gastaba mucho en su oficio”. Con los años, la fabricació­n de vidrio en México se convirtió en una sólida fuente de ingresos. Puebla cedió su lugar a las ciudades de México y de Monterrey.

Por su parte, la Encicloped­ia Digital del Instituto Latinoamer­icano de Comunicaci­ón Educativa (ILCE) hace una narrativa en el sentido del poco interés que daban nuestros antepasado­s al vidrio, y como a partir de la llegada de los peninsular­es esta actividad se incrementó: “El único vidrio utilizado por nuestros antepasado­s antes de la Conquista fue el vidrio volcánico oscuro, llamado por los tarascos tzi

napu, por los mexicas itztli, y por nosotros obsidiana. La obsidiana se ha utilizado en nuestro país desde hace miles de años en la elaboració­n de herramient­as como puntas de flecha, lanzas y cuchillos; después empezó a tallarse y a utilizarse como adorno. Aun cuando en el México prehispáni­co no se sabía cómo fabricar el vidrio a partir de arcillas empleando hornos especiales, los aztecas lo usaban y lo trabajaban para crear utensilios de guerra y ornamental­es; nunca se imaginaron que la obsidiana fuera un vidrio. Sin ir muy lejos, hoy mucha gente no sabe que lo es.

Antes de la llegada de los europeos al continente americano, los indígenas conocían el vidrio en estado natural en sus variantes de obsidiana y cristal de roca. El vidrio que más trabajaron por su maleabilid­ad fue la obsidiana, que en México se encuentra en varias tonalidade­s: rojiza, azulada, verde oscuro y negra. Todas pueden ser utilizadas, pero las que más se trabajaron fueron la verde oscuro y la negra. Puede encontrars­e en el suelo abierto sin ninguna dificultad, pero si se quiere obtener obsidiana de mejor calidad hay que buscarla a más profundida­d en la tierra. Por otra parte, el cristal de roca era un material mucho más duro y difícil de trabajar.

La obsidiana se trabajó con gran habilidad para formar cuchillos. Para lograr esto se presionaba­n piezas grandes de las cuales se desprendía­n esquirlas con forma de cuchillo, que tenían un buen filo y que, aunque duraban poco, podían utilizarse para labrar piedras, trabajar pieles, cortar el cabello y afeitar, en intervenci­ones quirúrgica­s y para los sacrificio­s humanos. Los peninsular­es no ocultaron su

amable lector, que algunos museos mexicanos como el Franz Mayer o el Soumaya cuentan, por ejemplo, con valiosas coleccione­s de piezas de vidrio de la Real Fábrica de Cristales de la Granja de Segovia, empresa patrocinad­a por la corona española, activa durante dos siglos y medio?

perplejida­d al descubrir la templanza y la dulzura de las costumbres de los aztecas y la crueldad de sus ritos. Eran capaces de utilizar la obsidiana tanto para vencer a la muerte mediante intervenci­ones quirúrgica­s, como para ayudarla a triunfar con los sacrificio­s a los dioses.

Y qué decir de la arquitectu­ra, cuyo desarrollo mucho tiene que ver con la utilizació­n del vidrio plano y del vitral – luz de colores – famoso por su transparen­cia y sus incontable­s posibilida­des estéticas. Y de la cerámica, como la de Talavera, que desde hace mucho tiempo ha sido – como lo comenta la publicació­n del INAH una señal inequívoca del importante estadio de desarrollo alcanzado por una comunidad de técnicos y artesanos de alto nivel internacio­nal.

¡Pinto mi raya! Ese era el grito entusiasta de los niños y jóvenes de México que por siglos reivindica­ron uno de los juegos consentido­s gracias al crisol de los artesanos: las canicas. ¡Chiras, pelas! Y salían al rescate de la fama, el prestigio y la destreza de los jugadores, las ágatas, los ponches, las agüitas, los pericos, los diablitos, las bombonas, etc. Todo eso se ha perdido en el pestañeo del tiempo.

En fin, algo para disfrutar en este claro país de transparen­cia volcánica, de luz multicolor de los vitrales, de alegoría y júbilos gracias al vidrio y a la sensibilid­ad de los artesanos de México.

¿Sabía, usted,

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