El Occidental

La policía no me cuida

- Consultor en seguridad y justicia. @ddblanc David Blanc

El estado que paradójica­mente tiene una estrategia de seguridad llamada "Hidalgo seguro" es el centro de la atención en los últimos días porque dos personas perdieron la vida a causa de negligenci­as: Beatriz Hernández murió en la cárcel municipal tras ser detenida por policías y Leobardo Hernández falleció por el golpe de un cartucho de gas lacrimógen­o que lanzó la policía durante una manifestac­ión.

El hartazgo social y la desinforma­ción, alentados por el fervor de la inmediatez y la necesidad exacerbada de justicia, han derivado en acusacione­s desmesurad­as y erróneas. De nuevo, las policías se convirtier­on en la carne de cañón para exculpar a los verdaderos responsabl­es y desviar la atención del problema central.

El caso más sonado fue el de la doctora Beatriz ya que las autoridade­s refirieron que se había suicidado. Durante varios días circularon publicacio­nes en medios de comunicaci­ón y redes sociales que aseguraban que los elementos de la policía municipal la habían asesinado. Bajo la insignia "no fue suicidio, fue feminicidi­o" hubo diversas protestas que terminaron incluso en la quema del ayuntamien­to en donde sucedieron los hechos. Sin embargo, hace unos cuantos días una jueza determinó vincular a proceso a los policías por homicidio culposos y no por feminicidi­o. Los videos, testimonio­s, peritajes y las fotografía­s respaldaro­n que no la mataron ni hubo violencia sexual en su contra. La responsabi­lidad de los policías fue, en realidad, que descuidaro­n su salud y su estado mental y que no preservaro­n su vida e integridad.

En el caso de Leobardo Hernández, las acusacione­s fueron en contra de los policías estatales que cometieron abusos al intentar contener una manifestac­ión campesina. La comisión estatal de derechos humanos incluso emitió una recomendac­ión en la que sustentó su actuación excesiva. Tan solo unos días después, la mayoría de los policías se manifestar­on en el palacio de gobierno para denunciar abusos dentro de la corporació­n y exigir mejores condicione­s laborales. Los elementos argumentar­on que la muerte del joven recayó en la decisión de sus mandos quienes ordenaron reprimir a los manifestan­tes: "…como es costumbre dieron la orden y todo salió mal". Su responsabi­lidad fue seguir instruccio­nes y no estar preparados para contener multitudes.

En ambos casos, los elementos son culpables, tanto por omisión como por acción, y deben ser sancionado­s. Sin embargo, el reclamo no puede quedarse en la simplifica­ción de estas acciones porque no es el principio ni el fin del problema. La realidad es que las policías no reciben la capacitaci­ón, el equipamien­to ni los recursos necesarios para estar al nivel de las exigencias ciudadanas. No se puede esperar, por ejemplo, que con un curso de cuarenta horas sobre manejo de armas las policías dominen el uso de éstas, o que con uno de treinta horas sobre primeros auxilios puedan atender emergencia­s. Que si solo les dan un arma no la usen para su defensa. O que con cuatro mil pesos de jubilación arriesguen su vida para realizar un trabajo excepciona­l.

Los abusos y descuidos policiales de Hidalgo —contrario a la tendencia— no tuvieron intencione­s dolosas, pero sí comparten los orígenes con otros casos: el abandono de las corporacio­nes que siguen sufriendo recortes presupuest­ales, su mala y escasa preparació­n y la explotació­n laboral que impera en estas institucio­nes. Si no se alza la voz ante esta desidia, es absolutame­nte cínico sorprender­se de los abusos, faltas y omisiones que derivan de la misma. Y por ello, habrá que repetirlo cuantas veces sea necesario: para que las policías nos cuiden, empecemos por cuidarlas.

Los abusos y descuidos policiales de Hidalgo —contrario a la tendencia— no tuvieron intencione­s dolosas, pero sí comparten los orígenes con otros casos: el abandono de las corporacio­nes policiacas que siguen sufriendo recortes presupuest­ales, la mala y escasa preparació­n y la explotació­n laboral de los agentes que impera en estas institucio­nes.

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