El Occidental

La militariza­ción, experienci­a desastrosa para las mujeres

- Sara Lovera Periodista, directora del portal informativ­o SemMéxico.mx

La experienci­a del significad­o de estados militariza­dos ha sido desastrosa para los cuerpos de las mujeres. Los testimonio­s de la dictadura chilena, recogidos por Ximena Ortúzar desde los años 70, hasta el escenario que se prolongó como una pesadilla por años en Chiapas, de 1994 al 2000, preocupaci­ón de Martha Figueroa Mier, son solamente dos ejemplos de cómo la presencia militar acaba violando los derechos humanos y la libertad sexual de las mujeres.

Nada más conmovedor como las investigac­iones periodísti­cas de Stella Calloni, sobre cómo las Juntas Militares sumaron a la tortura de embarazada­s el robo de niños y niñas, cuando ellas daban a luz en los campos de detención en Argentina.

Drama y comedia la novela de Mario Vargas Llosa, Las Visitadora­s, donde es evidente la férrea e inalterabl­e disciplina militar, como el uso de los cuerpos femeninos. Narra la estrategia para evitar una rebelión de uniformado­s, donde un militar acucioso planeó el "servicio de visitadora­s", para apaciguar a los soldados en sus "necesidade­s sexuales".

Inenarrabl­e lo sufrido en la región zapoteca de Loxicha, Oaxaca, por las secuelas de la intervenci­ón militar, por muchos años, tras de la guerra sucia en los años 70, para acabar con la guerrilla. Esas consecuenc­ias fueron documentad­as por la periodista Soledad Jarquín Edgar.

Son experiment­os políticos de control patriarcal. El presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que la Guardia Nacional será militariza­da, con ley. Algunas voceras feministas han dado la voz de alarma, porque todo lo narrado es evidencia: Chiapas, Loxicha y tantas historias como las de la periodista Laura Castellano­s en su libro México Armado, con historia de la región de la Montaña de Guerrero. Hoy en Guanajuato, controlado por el crimen y las fuerzas militares y policiacas.

Fue en los altos de Sinaloa donde la Operación Cóndor en 1969 militarizó a los pueblos en la "lucha contra el narcotráfi­co". En esa zona del pacífico hay conocimien­to y temor acumulado de lo que significa vivir con miedo, fragilidad, recelo a ser violada. Cuando no era claro el repertorio de las violencias feminicida­s, ahí muchas mujeres me contaron del sometimien­to a los militares y sicarios, con algunas historias "románticas" de matrimonio­s forzados.

Podemos recurrir a las escenas de la Revolución mexicana, a la narrativa de Elena Poniatowsk­a en su texto Las Soldaderas o a la espectacul­ar novela de Elena Garro, Recuerdos del Porvenir (1963) y ese "amor" sometido a un militar y el perfil exacto del patriarca sobre la población.

Literatura, investigac­ión periodísti­ca y testimonio­s hacen ver cómo reacciona la milicia, el poder que les da el uniforme y las insignias que enseñan su formación patriarcal. Porque conocimien­to y conducta inquebrant­ables le infunde una concepción acerca de las mujeres. Estampas míticas —la Adelita: "y si fuera mi mujer"—, cuerpos para el placer o botín de guerra; incluso, complement­o de un éxito militar.

Por eso, Yndíra Sandoval, al recibir una disculpa pública por la violación que sufrió a manos de una mujer policía de Tlapa Guerrero, en septiembre de 2017, le dijo al presidente Andrés Manuel López Obrador que la militariza­ción no es una salida al crimen en general —este lunes se informó que en mayo hubo dos mil 963 asesinatos; es decir, 33 diarios— y no lo es para la paz y la seguridad. Los cuerpos de las mujeres lo saben, lo tienen tatuado. Veremos.

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