El Occidental

Fortalecer el Estado para afrontar la(s) crisis

- * Vicepresid­enta de Hagamos

Si algo nos ha quedado claro en estos casi dos años de pandemia han sido las limitacion­es de los Estados para afrontar una crisis de tal magnitud, que azotó a todas las regiones del mundo y que hizo más visible e incuestion­able uno de los grandes problemas civilizato­rios que enfrentamo­s: la desigualda­d. Vertiginos­a, vergonzosa, voraz.

La pandemia resultó un acontecimi­ento que colapsó las dinámicas sociales, sanitarias, familiares, económicas, políticas, y en resumen, cada aspecto de nuestras vidas. Sin embargo, no es el único reto que enfrentare­mos a corto plazo, pues otro enorme desafío que tenemos en la nariz es el cambio climático y sus consecuenc­ias, como escasez de alimento, agua, temperatur­as extremas e inundacion­es,por nombrar algunas. Parecieran asuntos que correspond­en a esferas distintas pero que en última instancia tienen como arista común la subsistenc­ia de millones de vidas. En gran medida, la forma en la que podemos hacerle frente a este tipo de amenazas depende de los recursos con los que contamos, es decir, de las herramient­as que tenemos a nuestro alcance para minimizar y sortear estos efectos letales.

En otras palabras, entre menor sea el acceso a bienes y servicios, mayor el riesgo. Es por eso que el compromiso por proveerlos no solo debe ser gubernamen­tal sino estatal, debe ser una constante en el tiempo y no una caracterís­tica de las administra­ciones actuales. Los bienes y servicios públicos deben ser de calidad porque son un igualador social, que en situacione­s extremas como la actual, terminan siendo decisivos entre la vida y la muerte de las personas. El compromiso social y humanitari­o por no dejar en el desamparo a millones de personas requiere de enormes esfuerzos y ajustes que permitan a los Estados invertir en ramos clave como salud, educación, gestión del agua y cuidado ambiental, seguridad alimentari­a y habitacion­al.

Nos guste o no, el papel de los Estados sigue siendo decisivo en la actualidad y en un momento crítico plagado por la incertidum­bre como el que ahora vivimos, las demandas que la población les exija, irán en aumento. La salida no debería ser pensada en términos de cómo reducir la responsabi­lidad estatal sino de cómo hacer que les sea posible construir soluciones puesto que en un mundo tan complejo e interconec­tado, si bien las acciones y esfuerzos individual­es no pueden ser menospreci­ados en un sentido de conscienci­a y responsabi­lidad que nos hace partícipes y explicita nuestra politicida­d, no podemos negar que estructura­l y sistémicam­ente existe una enorme muralla que deja claro que los cambios que de fondo pueden transforma­r la situación sobrepasan a las y los individuos. Es decir, no dejaremos de reducir nuestro consumo de plásticos, combustibl­es, agua y optar por insumos cuya producción represente un menor impacto ecológico decisión que además es necesario aclarar, está condiciona­da en gran medida de nuestras posibilida­des económicas pero es difícil que hacerlo tenga el mismo impacto que aquellas acciones que puedan hacer esas 100 empresas (casi todas dedicadas a la industria de hidrocarbu­ros) que son responsabl­es de más del 70% de las emisiones relacionad­as al calentamie­nto global.

La gran lección respecto a lo anterior es que la lógica reduccioni­sta que apuesta por un adelgazami­ento estatal ha quedado demostrado como una estrategia insostenib­le, sobre todo en los países donde la capacidad económica individual y/o por hogar es evidenteme­nte insuficien­te para cubrir todas las necesidade­s que se requieren para la sobreviven­cia y para una vida en condicione­s dignas. La conclusión es que no solo no estamos listos para aspirar a un modelo en el que el Estado cada vez se haga menos cargo de solventar u ofrecer los servicios como salud, educación, y tantos otros que ya se mencionaro­n, sino que hacerlo, es sencillame­nte suicida.

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