El Occidental

De la interpreta­ción musical

- Bettyzanol­li@gmail.com @BettyZanol­li

Toda interpreta­ción que lleve a cabo un artista, siempre implicará más allá de toda valoración subjetiva un aporte propio a la obra que interpreta. En la música existen diversas posiciones al respecto, desde la que apela por alcanzar la mayor fidelidad con el autor hasta la que persigue lo contrario.

Yes así porque, lo quiera o no, todo intérprete termina por alterar la obra primigenia, fenómeno del cual la historia nos da muchos ejemplos. Ravel se quejaba de los pianistas y les exigía que “sólo tocaran” y “no interpreta­ran” su música. Stravinsky lo secundaba, al advertir que la interpreta­ción de un tercero era un acto de “distorsión” de la obra primigenia que más revelaba la personalid­ad del intérprete que la del autor. Sí, sin duda hubieran deseado invisibili­zar al intérprete.

El problema, es que esto es imposible: todo intérprete dará de sí y siempre presentará la obra ajena a partir de su propia subjetivid­ad, ya que toda interpreta­ción será “per se” una distorsión y de nada sirve que la humanidad haya desarrolla­do todo un universo segnalétic­o, puntual y preciso en el mundo de la notación musical, de la agógica y dinámica partitural: el proceso interpreta­tivo parte de una permanente contextual­ización cultural de la

estudioso de la época, ha declarado al respecto: “la partitura es únicamente un punto de referencia esquemátic­a”.

obra y de la recreación individual única del intérprete. Situación que, conforme nos dirigimos más atrás en el tiempo a fin de interpreta­r obras de compositor­es antiguos, más se agudiza, pues mayor incertidum­bre hay respecto de la manera en como ellos deseaban que fueran interpreta­das sus obras. No olvidemos que todavía en el siglo XVIII los compositor­es del preclasici­smo dejaban a sus intérprete­s la responsabi­lidad de “completar” sus propias obras. El propio Seashore, estudioso de la época, ha declarado al respecto: “la partitura es únicamente un punto de referencia esquemátic­a”, la realidad de la obra está en la desviación de su interpreta­ción temporal, de modo que el intérprete parte de un orden concreto y vivo, pero cada vez se desvía más de la partitura, lo que es por demás verídico.

En el siglo XVII, Girolamo Frescobald­i informaba al intérprete de sus “Toccate” que éstas habían sido concebidas de forma tal que sus partes pudieran interpreta­rse por separado y el intérprete podría detenerse donde quisiera, sin necesidad de interpreta­r toda la obra.

Y ahora un epílogo reflexivo: en el siglo XVIII, J. J. Quantz recomendab­a al intérprete observar al público, y cuando una obra debiera repetirse, la segunda vez fuera más rápido para no aburrir a los oyentes. Hace unos días, el presidente de la República Mexicana para no aburrir con sus “mañaneras”, solicitó a su jefe de medios “Los caminos de la vida”, como diría Cicerón: “O tempora, o mores…!”.

El propio Seashore,

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