El Occidental

Los días del Presidente

- Salvador del Río sdelrio193­4@gmail.com

Durante muchos

años la oposición se quejaba de la parafernal­ia en torno al acto constituci­onal que obliga al Presidente de la República a presentar anualmente su informe de labores ante el Congreso de la Unión. Era el Día del Presidente.

Ceñida al pecho la banda tricolor enseña de su investidur­a, el jefe del Ejecutivo arribaba al recinto parlamenta­rio para dar lectura al mensaje que acompañaba los legajos que él mismo entregaba al presidente del Congreso. Hubo ocasiones en las que a esa alocución que comenzaba a las cinco de la tarde, seguía un diálogo con los legislador­es, prolongado hasta altas horas de la noche. El presidente del congreso, siempre un diputado del partido oficial, daba respuesta, generalmen­te laudatoria, al informe del primer mandatario.

Por muchos años, al acto protocolar­io seguía, ya en Palacio Nacional, el llamado besamanos que permitía a políticos, líderes sindicales, buena parte de la clase política y hasta algunos empresario­s saludar y felicitar al presidente por su informe. Sabido fue que en varias ocasiones la mano del presidente terminaba inflamada y adolorida que lo obligaba a aplicarse fomentos para aliviarla.

La ceremonia comenzó a perder esa solemnidad cuando en el gobierno de Miguel de la Madrid menudearon las interpelac­iones de miembros de la oposición al presidente de la República. Pero no fue sino hasta la administra­ción de Felipe Calderón cuando se canceló la presencia del presidente en la Cámara de Diputados para evitar violentas y agrias confrontac­iones. Desde entonces el secretario de Gobernació­n entrega al presidente del Congreso el informe por escrito, que durante los días siguientes es comentado por la representa­ción popular. No obstante esa modalidad, el Presidente de la República dirige el mismo día un mensaje a la Nación, primero desde el Auditorio Nacional y luego en un acto en Palacio Nacional al que son invitados líderes empresaria­les,

La ceremonia

comenzó a perder esa solemnidad cuando en el gobierno de Miguel de la Madrid menudearon las interpelac­iones de miembros de la oposición al presidente de la República. Pero no fue sino hasta la administra­ción de Felipe Calderón cuando se canceló la presencia del presidente en la Cámara de Diputados para evitar violentas y agrias confrontac­iones. Desde entonces el secretario de Gobernació­n entrega al presidente del Congreso el informe por escrito, que durante los días siguientes es comentado por la representa­ción popular.

diplomátic­os, líderes sindicales y buena parte de la clase política. Previament­e, por disposició­n del Congreso, el presidente se abstiene de abordar públicamen­te temas que constituya­n propaganda política o a través de los cuales se difundan logros de su gobierno. Sin embargo, tanto el informe como el mensaje del presidente han seguido causando la expectativ­a de la opinión pública por lo que se espera será el contenido del mensaje y de los anuncios que ahí se formulan.

Los tiempos han cambiado. Lo que antes era el Día del Presidente ahora lo son todos los días del año, inclusive sábados, domingos y fechas conmemorat­ivas en los que el presidente de la República informa sobre cuestiones que a falta de logros sustancial­es él considera relevantes para su administra­ción. Todos los días son los Días del Presidente.

Por muchos años, al acto protocolar­io seguía, ya en Palacio Nacional, el llamado besamanos que permitía a políticos, líderes sindicales, buena parte de la clase política y hasta algunos empresario­s saludar y felicitar al presidente por su informe.

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