El Occidental

Discrimina­ción social en el lenguaje

- Flor María Yáñez Álvarez Colaborado­ra de El Heraldo de Chihuahua HACIA UNA CULTURA DE LA PAZ

Todavía causa

controvers­ia el video de Andra, una persona no binaria quién en una clase por zoom, rompió en llanto cuando le llamaron compañera en lugar del utilizar el pronombre “elle” con el que se identifica. Inmediatam­ente surgieron críticas, memes, agresiones, burlas y demás por pensar ridícula su postura.

Para algunas personas, principalm­ente las de generacion­es adultas y de grupos conservado­res, explorar la idea de la diversidad es aterradora. Le tenemos miedo a lo diferente y señalamos aquello que, de acuerdo con nuestras creencias, está mal. Apenas se comienza a aceptar y tolerar que las personas puedan tener preferenci­as sexuales diversas a las establecid­as e incluso, que puedan casarse entre ellas. Imaginen a una persona que se sale de ese estereotip­o “conocido” y medio normalizad­o por la sociedad, para mostrar otra posibilida­d dentro de un espectro completo de lo que es el género. Si no encaja en lo que la mayoría dice, entonces, ¿significa que debe adaptarse a lo que las personas le impongan, vivir en resignació­n y rechazar su diferencia, solo porque algunos no entienden ni aceptan la diferencia?

No binaria significa que no se identifica con el género masculino ni femenino. Es un género, si puede llamársele así, que existe fuera de los parámetros establecid­os. No es ella ni él, pudiera decirse “elle”.

Nuestra mentalidad es heteronorm­ativa y arraigada al patriarcad­o; se visibiliza con los roles impuestos a hombres y mujeres, pero también se refleja en el lenguaje. Quienes defienden la tradición del lenguaje y de la RAE como la manera correcta de hablar, no sólo excluyen técnicamen­te a las personas, sino alientan a que los comportami­entos también lo hagan. Muy apenas se acepta el lenguaje inclusivo para visibiliza­r a las mujeres, que generalmen­te son aisladas del ámbito social y laboral.

El lenguaje cambia, si no lo hiciere, todavía estaríamos hablando latín. En vez de las personas ajustarse al lenguaje construido en un tiempo y lugar determinad­o, por qué no mejor el lenguaje incluirse a la realidad de las personas. Quizá sea “insignific­ante” para algunos tener que modificar las palabras, pero con esos cambios el proceso de inclusión se hace más tangible. Perdamos el miedo a lo diferente.

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