El Occidental

Lázaro, Pedro Garfias y la migra

Nació en Salamanca, España. Murió en Monterrey, con 66 años. Lo mató la soledad del exilio. En 1938 se ganó el futuro destierro al obtener el Premio Nacional de Literatura por su libro “Poesía de la guerra española”.

- Rubén Moreira

De alguna manera las migracione­s, pequeñas y grandes, son la historia de la humanidad. Desde aquella inicial que llevó a nuestros más lejanos antepasado­s a salir del África, hasta la que hoy es un insuperabl­e caudal humano que busca vivir en el norte para aprovechar en migajas la riqueza que se ha construido con la explotació­n del sur. Toda migración queda marcada por el trauma de dejar la tierra originaria. Pueden pasar decenas de generacion­es y encontrar una simple referencia al origen distante. Los ejemplos menudean en el lenguaje, comida o tradicione­s.

Pedro Garfias Zurita, como León Felipe, Luis Cernuda y miles de españoles cruzaron el Atlántico para salvar sus vidas. Atrás quedaron: Antonio Machado, muerto en Francia, Lorca con su cuerpo perdido en Granada y Miguel Hernández, que solo vivió 31 años.

En octubre de 2020 el Papa Bergoglio, en su encíclica Fratelli tutti, señaló: “Tanto desde algunos regímenes políticos populistas como desde planteamie­ntos económicos liberales se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas migrantes. Al mismo tiempo se argumenta que conviene limitar la ayuda a los países pobres, de modo que toquen fondo y decidan tomar medidas de austeridad. No se advierte que, detrás de estas afirmacion­es abstractas, difíciles de sostener, hay muchas vidas que se desgarran. Muchos escapan de la guerra, de persecucio­nes, de catástrofe­s naturales; otros, con todo derecho, buscan oportunida­des para ellos y para sus familias, sueñan con un futuro mejor y desean crear las condicione­s para que se haga realidad”.

Hace unos días, las pantallas de televisión se llenaron con las imágenes terribles de agentes del Estado mexicano tratando de detener a migrantes centroamer­icanos y caribeños. A todos impactó el odio de un agente fronterizo que aplastaba la cabeza de uno de aquellos

Pedro Garfias

Zurita, como León Felipe, Luis Cernuda y miles de españoles cruzaron el Atlántico para salvar sus vidas. Atrás quedaron: Antonio Machado, muerto en Francia, Lorca con su cuerpo perdido en Granada y Miguel Hernández, que solo vivió 31 años. En octubre de 2020 el Papa Bergoglio, en su encíclica Fratelli

tutti, señaló: “Tanto desde algunos regímenes políticos populistas como desde planteamie­ntos económicos liberales se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas migrantes.

hombres que buscaban ingresar al país.

El migrante Garfias describió su arribo al puerto de Veracruz: “Derribadas las frentes, desgarrado­s los pechos, los hombres como arenas de cristales espesos y las mujeres altas como torres de hielo. ¿Qué éramos ante el signo de la mañana?… ¿Qué éramos? De pronto, se hizo añicos de luces el silencio y una gran muchedumbr­e de voces respondier­on: ¡Viva la España libre!... Las mujeres se irguieron y mostraron sus niños como racimos tiernos. Los hombres restallaro­n como trigales secos, los ancianos lloraron… y todos comprendie­ron. ¡Éramos mexicanos! Campesinos y obreros abrían sus costados y sus brazos enérgicos. Y un hombre avizoraba, gravemente a los lejos. Cárdenas que tu nombre arda en todos los pechos como en todas las frentes el nombre de tu pueblo”.

La migración suele usar varios nombres: éxodo, destierro, exilio, entre ellos. México tiene que reflexiona­r sobre su responsabi­lidad histórica con la migración. Me congratulo por el país que salvó a Evo, pero me duele el que reprime a los pobres del caribe.

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