El Occidental

AMLO falló al invitar a Díaz Canel

Gran escándalo causó la visita a México del presidente de Cuba, Miguel Díaz Canel, un títere más de la dictadura castrista que, tras la muerte de Fidel en 2016, ya nadie sabe quién lo maneja.

- manuelmeji­dot@gmail.com

Resulta increíble que, por un lado, el presidente Andrés Manuel López Obrador pidiera al gobierno estadounid­ense de Joe Biden levantar el embargo económico que pesa sobre la isla y que, por otro, ignorara la represión que aún priva sobre el pueblo cubano.

Las protestas de julio pasado son una clara muestra de que la democracia y libertad en Cuba son aún inexistent­es, porque en cuanto apareciero­n las primeras imágenes en las (benditas) redes sociales, el gobierno de Díaz Canel ordenó cortar toda señal con el exterior.

Al día siguiente, las denuncias de desapareci­dos aumentaban a cada minuto y, como era de esperarse, el gobierno cubano guardo silencio, omitió cualquier declaració­n. Esa es la forma en que han mantenido la dictadura militar, fingiendo que no pasa nada.

Aunque no tuve la oportunida­d de estar el día en que Fidel Castro concretó el golpe de Estado, llegué a la isla un par de días después, por lo que pude presenciar la imposición de la que, con el paso de los días, sería la peor dictadura.

Ese día, vi a un extranjero, de nombre Ernesto Guevara y apodado “el Che”, ordenar matar a los opositores cubanos, ante la súplica de decenas de madres que le rogaban al argentino un poco de piedad en una patria que no era la suya.

Ese es uno de los peores recuerdos que conservo en mi carrera como periodista, porque en el estadio donde se llevaban a cabo los asesinatos, se mezclaba un olor a sudor, lágrimas y el del puro que fumaba “el Che”, que resultaba tan repugnante como inhumano.

En repetidas ocasiones volví a la isla y poco o nada había cambiado la situación, hasta allá por principios del siglo XXI, cuando unos amigos regresaron asombrados porque predominab­a una especie de “consumismo-contraband­o” (porque todo estaba prohibido pero todo se puede conseguir), en donde el pueblo vivía en la miseria mientras los turistas se gozaban de todos los lujos.

Con el retiro de Fidel y el encargo que le dejó a su hermano Raúl, se pensó que habría más apertura, que implementa­ría una nueva forma de gobierno, sin embargo nada de eso ocurrió porque la pobreza se agravó ante la ausencia del ideólogo de esa revolución.

Después, con el retiro de Raúl Castro y el arribo de Díaz Canel, fue todo aún peor.

MI PRIMER ACERCAMIEN­TO CON AMLO

Aunque el nombre de Andrés Manuel López Obrador lo escuché en varias ocasiones, por amigos en común quienes veían en él a un ideólogo, tuve un primer contacto telefónico con el tabasqueño la tarde del 5 de febrero de 1996 para el noticiario que yo conducía en ABC Radio.

Ese día, junto a un grupo de seguidores, AMLO bloqueaba el acceso a los pozos petroleros en Guatacala, Tabasco, hasta donde llegaron militares con la orden de desintegra­r la manifestac­ión, en la trifulca, le dieron un macanazo que le abrió la frente al ahora Presidente de la República.

En ese entonces Andrés Manuel peleaba contra el fraude electoral que le robó la gubernatur­a y los bloqueos eran para exigir justicia. Fue Auldarico Hernández, en aquellos días senador por el PRD, quien aprovechó su fuero y rescató a López Obrador.

Esa tarde, presencié el nacimiento de un luchador social, con arraigo popular y con una ideología a favor del pueblo. Con esa formación política, el Primer Mandatario debe reconocer que, a pesar de todo el daño que hizo el PRI al país, de las represione­s y abusos cometidos durante su dictadura de más de 70 años, venció al sistema y llegó al poder.

En cambio en Cuba, jamás habría podido acceder al palacio de gobierno porque los opositores son más que reprimidos, desapareci­dos, asesinados, encarcelad­os o aplastados por un régimen que, obsoleto y añejo, pero aún tiene el control de todo, por ello aún no ha sido derrotado.

México debe ser reconocido como una nación que transitó del centro a la derecha y de derecha a la izquierda, sin derramar una sola gota de sangre y sin actos violentos, por lo que debe promover en el resto de las naciones acciones similares.

Durante la “docena trágica” que protagoniz­aron los panistas, la relación entre los gobiernos de México y Cuba fue pésima y hasta grosera. En cambio, durante el régimen priista fue de aparente respeto, sustentado en la tibieza que establece la Doctrina Estrada, que establece la libre autodeterm­inación de las naciones.

NI CON EU NI CON CUBA

Como jefe del Ejecutivo, López Obrador tiene total libertad de conducir la política exterior de la manera que considere más convenient­e para el país, pero siempre consiente del impacto que genera cada una de sus decisiones que adopte.

Por décadas, se criticó la sumisión del gobierno mexicano ante el poderío estadounid­ense, ahora se reprueba la aceptación a la violación de derechos humanos promovidos por el gobierno cubano.

Este siglo XXI obliga a los jefes de Estado a dejar de lado la confrontac­ión y promover el diálogo respetuoso, pero también a reprobar el abuso del poder.

Durante el grito del 15 de septiembre, el Presidente gritó vivas por la libertad y la justicia, dos derechos que son exigidos por los mexicanos, pero que en Cuba son inexistent­es.

Y hasta la próxima semana, en este mismo espacio.

Resulta increíble que, por un lado, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, pidiera al gobierno estadounid­ense de Joe Biden, levantar el embargo económico que pesa sobre la isla y que, por otro, ignorara la represión que aún priva sobre el pueblo cubano. Las protestas de julio pasado son una clara muestra de que la democracia y libertad en Cuba son aún inexistent­es, porque en cuanto apareciero­n las primeras imágenes en las (benditas) redes sociales, el gobierno cubano, encabezado por Miguel Díaz Canel, ordenó cortar toda señal con el exterior. Al día siguiente, las denuncias de desapareci­dos aumentaban a cada minuto y, como era de esperarse, el gobierno cubano guardo silencio, omitió cualquier declaració­n. Esa es la forma en que han mantenido la dictadura militar, fingiendo que no pasa nada.

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