El Occidental

El grito de la adulación

- Benjamín González Roaro

La celebració­n de nuestra independen­cia con una arenga y discurso públicos la inició Maximilian­o de Habsburgo. El Emperador en septiembre de 1864 viajó al pueblo de Dolores. A las diez de la noche del 15 visitó la casa de Hidalgo y una hora más tarde, desde un balcón, leyó un discurso donde elogiaba la figura del cura Miguel Hidalgo y Costilla, Padre de la Patria y llamó a todos los mexicanos a la unión y a la concordia.

Durante el gobierno de Porfirio Díaz se continuó con la costumbre establecid­a a lo largo del siglo XIX. Aunque el General sustituyó los discursos por una breve arenga al pueblo, desde el balcón central del Palacio Nacional, y la verbena popular comenzó a organizars­e en la Plaza Mayor de la Ciudad de México. Para 1896 ordena el traslado de la campana de Dolores a Palacio Nacional. Desde ese momento la Campana de Dolores se convierte en la mente colectiva de los mexicanos en un símbolo y la fiesta en el Zócalo capitalino como una hermosa tradición.

A pesar de pifias y errores nunca habíamos llegado a la abyección como lo que se vivió en la ceremonia del grito del 15 de septiembre pasado en el que tres mujeres; la gobernador­a morenista de Campeche, la alcaldesa de Iztapalapa, también morenista y la cónsul en

Estambul, nombrada por este gobierno, protagoniz­aron un vergonzoso momento al exclamar “Vivas” para López

Obrador.

Ellas saben muy bien lo que hacen. Juegan deliberada­mente a rendirle honores al “jefe” y hacerlo sentir muy bien, casi como un Rey, apostando a que ese esquema redundará en una cercanía mayor. No les importa para nada el bochornoso acto de adulación y el doblar la espalda hasta romperse, haciendo caravanas a su jefe porque conocen su psicología, en realidad a este Presidente le gusta se le trate como a un Monarca.

En el sexenio de la ausencia de corrupción es preciso decir que la adulación corrompe al adulador porque su motivación es una compensaci­ón interesada. Se compra su lealtad, a cambio de su mentira o engaño. Y corrompe al adulado porque le confunde o le conviene para mantener una posición insostenib­le desde la razón y la crítica. La adulación, además, no tiene garantizad­o el éxito porque no se fundamenta en la realidad, sino en su sublimació­n. Y porque nada serio y riguroso se logra con espuma de jabón.

Hubiéramos esperado un cese fulminante de la empleada en Estambul o por lo menos una amonestaci­ón pública, pero no hubo nada. Será porque a este Presidente le gustan los ¿vivas al Rey?, ¿las adulacione­s a gritos? Si es así Presidente, recuerde del famoso cuento de Hans Christian Andersen: ¡Pero si el Rey va desnudo!.

Hubiéramos esperado

un cese fulminante de la empleada en Estambul o por lo menos una amonestaci­ón pública, pero no hubo nada. Será porque a este Presidente le gustan los ¿vivas al Rey?, ¿las adulacione­s a gritos? Si es así Presidente, recuerde del famoso cuento de Hans Christian Andersen: ¡Pero si el Rey va desnudo!.

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