El Occidental

El ariete moral

- ERICK RAMÍREZ

El apego o distanciam­iento al Estado de Derecho son una de las variables más destacadas para evaluar a los gobiernos al final de cada sexenio. En ese sentido, el desempeño de las tareas ministeria­les que cada gobierno federal emprende desde la Fiscalía General de la República –antes PGR– dan buena muestra del ADN de cada administra­ción.

Con Felipe Calderón la PGR y la Subprocura­duría Especializ­ada en Investigac­ión de Delincuenc­ia Organizada (SEIDO) fueron utilizadas como principal vehículo propagandí­stico de la lucha contra el narco. Los excesos en los que incurrió con sus presentaci­ones ante medios de capos capturados, así como investigac­iones mal hechas son referente inmediato de aquella procuradur­ía del "Michoacana­zo" o la "Operación Limpieza".

Su mala labor puso de relieve la ausencia del debido proceso en las investigac­iones federales, la cual por cierto estuvo dirigida al inicio por el hoy caído en desgracia Eduardo Medina Mora.

Por ejemplo, de acuerdo con una investigac­ión del portal Animal Político, del 2007 al 2012, la PGR privó de la libertad mediante arraigos, sin pruebas y sin un juicio, a más de 9 mil 839 personas, de las cuales 90% resultaron inocentes.

Con Enrique Peña el Ministerio Público Federal alcanzó un nuevo nivel de bajeza al revelarse con el tiempo su negativa de investigar profesiona­lmente hechos tan graves como la desaparici­ón de los 43 de Ayotzinapa; incluso incurriend­o en actos de tortura como se ha demostrado recienteme­nte con los videos del entonces director de la Agencia de Investigac­ión Criminal, Tomás Zerón, dictándole la "Verdad Histórica" a detenidos vendados de ojos y amarrados de manos.

Tal fue el daño de imagen hecho por las dos administra­ciones previas a la PGR que la 4T tuvo que cambiarle el nombre a su llegada, pero que en términos reales continúa siendo un brazo para judicializ­ar las posturas políticas del gobierno.

La administra­ción lopezobrad­orista desde un inicio tomó nota del poder que tiene el Ministerio Público Federal para establecer narrativas y en consecuenc­ia ha hecho del organismo uno de sus principale­s pilares, no sólo de persecució­n del crimen, sino como elemento reafirmant­e del ethos de este sexenio: el combate a la corrupción.

Al reconocer este uso que se le da a la institució­n desde el Poder Ejecutivo se puede comprender mejor qué tienen en común los casos que la actual FGR persigue en contra de figuras tan disímbolas como Rosario Robles, César Duarte, Miguel Alemán Magnani, Francisco García Cabeza de Vaca, Ricardo Anaya, Emilio Lozoya, Inés Gómez Mont y su esposo, así como 31 investigad­ores del Conacyt, et al.

Si antes el enemigo público número uno eran los narcos, ahora serían los corruptos, especialme­nte los de cuello blanco que ampliaron sus riquezas personales con influencia­s.

Esto parece estarle dando resultados. Según el Inegi, nunca en sus libros la FGR ha tenido mejor reputación, apenas el 31% de los mexicanos desconfía de ella. Entre las institucio­nes de seguridad sólo la Guardia Nacional, el Ejército y la Marina le superan en cuanto a nivel de confianza ciudadana.

Las presuntas pruebas presentada­s por la FGR en cada uno de estos casos difieren de manera importante en su calidad y sustancia, siendo particular­mente débiles por ejemplo en las acusacione­s contra los investigad­ores. Asimismo, más allá de los dichos de Emilio Lozoya, al momento no hay pruebas contundent­es contra Ricardo Anaya.

En ese sentido la tradición de la FGR de presentar casos que a la postre terminan por desintegra­rse se mantiene, sin embargo, en lo que sí se presenta un cambio es en la narrativa nacional que dichas investigac­iones pretenden sostener, la del México en rehabilita­ción de su corrupción.

De esta manera es que la 4T hace de la impartició­n de justicia una lucha de clases con réditos políticos.

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