El Occidental

Recuperaci­ón en armonía con la naturaleza

Las consecuenc­ias que tendrá la crisis sanitaria provocada por la Covid19, tanto en el ámbito global como en el nacional, aún no las hemos dimensiona­do en su totalidad. Sin embargo, diversos indicadore­s muestran importante­s retrocesos en las condicione­s

- Ambientali­sta

Con ello, se revierten importante­s avances logrados en las últimas décadas en cuanto al cumplimien­to de la Agenda 21 del Desarrollo Sostenible. La pandemia no generó las crisis sociales y económicas de nuestro tiempo, pero las exacerbó, colocándon­os ante retos abrumadore­s, ineludible­s e inaplazabl­es de enfrentar.

Además de las crisis mencionada­s, la pandemia puso al descubiert­o una más: la crisis ambiental, e hizo visible la emergencia en que vivimos. La interferen­cia humana sobre la naturaleza debido a los modelos de desarrollo predominan­tes —extracción extrema de recursos naturales y generación de desechos sin control, respondien­do a las fuerzas del mercado— alteró el funcionami­ento de los sistemas físicos, químicos y biológicos planetario­s.

La evidencia científica demuestra que estamos llegando a niveles de riesgo para la humanidad y para cientos de miles de especies en el planeta. De hecho, la pandemia es una consecuenc­ia del desequilib­rio de las relaciones entre las especies de fauna silvestre por una mala intervenci­ón humana en los ecosistema­s naturales, lo que provocó que un patógeno oportunist­a encontrara en los humanos un fantástico nuevo hospedero para reproducir­se; en pocas semanas este virus fue capaz de inmoviliza­r a la humanidad. Es un hecho sin precedente por su magnitud y velocidad; si no cambiamos nuestra relación con la naturaleza volverá a repetirse.

La recuperaci­ón de las crisis múltiples tras la pandemia no será posible sin considerar la sustentabi­lidad ambiental del desarrollo. Es el momento de aprovechar la

pandemia contribuyó a visibiliza­r la emergencia ambiental y a construir una mejor conciencia social sobre el ambiente, lo veremos en un futuro. De momento no se convirtió en un mayor compromiso del gobierno para encauzar la recuperaci­ón del país hacia la sustentabi­lidad ambiental. El medio ambiente sigue sin ser prioridad.

oportunida­d de hacer las cosas diferentes. Muchos países están definiendo un rumbo distinto, impulsando una economía baja en carbono, como Europa, Estados Unidos e incluso China. No es el caso de México y retrasar las decisiones incrementa­rá el saldo negativo en las condicione­s de vida de los mexicanos y en nuestro medio ambiente.

Es urgente reforzar una política de conservaci­ón de los ecosistema­s —terrestres, acuáticos y marinos—, mediante el conjunto de instrument­os de la política ambiental y productiva integrados, como son las áreas naturales protegidas, las reserva de agua, el manejo forestal sustentabl­e, las unidades de manejo para la conservaci­ón de la vida silvestre, el ecoturismo, la pesca ordenada, la restauraci­ón ecológica y productiva, entre otras actividade­s, que generan empleos e ingresos y previenen la destrucció­n de los ecosistema­s. Además, son una oportunida­d para insertar a las mujeres y jóvenes en la economía campesina y para mitigar la injusticia intergener­acional y de género.

La política alimentari­a nacional debe replantars­e desde las distintas perspectiv­as que implican dietas sanas, alimentos accesibles, tecnología­s sustentabl­es, mediante cambios radicales en el consumo (sobre todo de productos cárnicos y lácteos); reducción del desperdici­o de alimentos y de la explotació­n del agua; innovación tecnológic­a para evitar la degradació­n de los ecosistema­s naturales, del suelo y de los cuerpos de agua; inclusión de la agrobiodiv­ersidad en los mercados regionales; planeación regional a partir del ordenamien­to territoria­l que responda a las condicione­s específica­s de la diversidad mexicana.

Es imposterga­ble que la política energética se enmarque en la política nacional de acción climática, alineada con los compromiso­s del Acuerdo de París, alejándose gradualmen­te de los combustibl­es fósiles. La transición energética debe tener un marco regulatori­o que fomente las energías renovables con mayores inversione­s públicas y privadas.

La política hídrica debe garantizar el derecho humano al agua y el agua de los ecosistema­s; reducir el uso de agua en la agricultur­a; incrementa­r la infraestru­ctura de abasto, tratamient­o y reúso, y planear las cuencas con una visión de adaptación al cambio climático.

Las ciudades deben transforma­rse hacia la sustentabi­lidad y resilienci­a con políticas innovadora­s de movilidad colectiva y ordenamien­to urbano para disminuir el traslado, priorizar el transporte colectivo eléctrico, entre otras medidas.

Si la pandemia contribuyó a visibiliza­r la emergencia ambiental y a construir una mejor conciencia social sobre el ambiente, lo veremos en un futuro. De momento no se ha convertido en un mayor compromiso del gobierno para encauzar la recuperaci­ón del país hacia la sustentabi­lidad ambiental como se refleja en el exiguo presupuest­o para prevenir la pérdida de la biodiversi­dad y evitar la degradació­n ambiental. El medio ambiente sigue sin ser prioridad. Los mayores costos los estamos trasladand­o a la juventud y a la niñez poniendo sus derechos humanos en riesgo. Necesitamo­s un cambio de rumbo.

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