El Occidental

Por la libertad de expresión

Y siguió el intento de entrevista, en la sala de su casa. ¿Duelen los golpes? ¿Odia a sus contrarios? ¿Es verdad señor Olivares que le prestó un “Mustang” útimo modelo a un cuate y lo chocó en Acapulco y lo dejó en calidad de chatarra?

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OSLO. El Comité Noruego del Nobel otorgó el Premio Nobel de la Paz 2021 a los periodista­s Maria Ressa y Dmitri Muratov, por sus esfuerzos para salvaguard­ar la libertad de expresión, "una condición previa para la democracia y la paz duradera". La filipina se ha destacado por la investigac­ión de la polémica guerra contra las drogas del presidente de su país, Rodrigo Duterte, así como por su labor contra las noticias falsas y la desinforma­ción. Muratov se ha enfrentado al régimen de Vladimir Putin con los trabajos publicados en el periódico independie­nte Novaya Gazeta. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, felicitó a los ganadores e instó a emprender un esfuerzo mundial por la libertad de prensa.

“Sí ¿Y qué? Mire: un coche como ese vale muchos miles de pesos. Ya se fregó. Pero hay que ver. Tope donde tope. Total, un carro como ese se repone, se compra y ya. ¿Pero un amigo? ¿De dónde saca usted un amigo si se le muere en ese accidente? No, no hay que ser. No digo que no duela el coche. Pero mire , mi amigo salió sin un raspón. Eso es lo bueno...

Salía en los periódicos. Su mánager Arturo Hernández era fábrica de noticias. Todos los días al terminar de entrenar a sus boxeadores -su establo, se decía-, hablaba con los reporteros. “Cuyo”, “Tormentoso” lo apodaban. Escandaliz­aba:

“¿Ya vieron lo que pretende el Presidente de la Comisión de Box y Lucha del Distrito Federal? Spota, el escritor. Ya nos salió con la nueva de que no concederá licencia de boxeador a quien no tenga certificad­o de primaria. Dizque para que el boxeador sepa leer y escribir y que no engañen los mánagers. ¡Cómo se ve que no conoce nada ese señor Spota. Está ahí por que lo puso el Presidente. Lo que pasa es que Spota quiere lectores. Ninguno de sus libros se vende. Qué fácil ¿noo? Que los boxeadores compren sus novelas”, bufaba el estratega.

“No soporto a esos traficante­s de seres humanos” -replicó el célebre novelista. Viven de los boxeadores, Los explotan. El treinta y tres por ciento de lo que cobra el boxeador es su comisión. Hay que rebajarla. Crear un fondo de protección. Pienso en un Consejo Mundial de Boxeo.

Se hizo personaje de película. Noticia siempre. Una amiga “ocasional” -rezaban las crónicas de la sección policiaca- le robó una impresiona­nte alhaja: “Pulsera con el RUBÉN” en brillantes. Pronto la recuperó la policía. La mujer intentó empeñarla. Le “echaron el guante”.

“Ese Ricardo Garibay salió peor que manager de boxeo, señor. Fíjese que Nacho Castillo, fotógrafo del EXCÉLSIOR me lo trajo. Que le contara mi vida. Que me iba a dar un resto de lana. Y azotó la res. Ahí me tiene usted hable y hable. Y escribió el libro. Y se hizo la película. Y yo aquí. Como el chinito: “Nomás milando”. Ese Ricardito me “cepilló”.

Todo fue a dar a las manos del vencedor. Son hijeces, señor...De plano, no se vale”.

Volví a La Bondojito. Con el fotógrafo Miguel Castillo. Rubén Olivares ya no vivía ahí. Su esposa y sus hijos, ya crecidos, Obed se llamaba uno de ellos, también. Era el eclipse. Días atrás había peleado en Los Angeles, California. Ya no atraía muchedumbr­es. Tampoco el aplauso de los periodista­s. Borrachín, desechurad­o, escandalos­o, derrochado­r, alcohólico, guiñapo. Así lo trataban.

“¡Ay, señor, si viera como está mi viejo! -suspiró la mujer. Yo sé lo que le costó su carrera a mi viejo. El peso, señor, el peso era todo para él. Tenía que cuidar lo que comía. Y de beber, nada. Ni una gota de agua. No le exagero, señor pero en las vísperas de las grandes peleas, las del campeonato mundial, mi viejo sufría como no tiene usted una idea. El agua era su pesadilla. Se despertaba quemándose por dentro. Pegaba de gritos . Ardía. Y ni gota. Se inflan con el agua. Suben de peso. Y no lo bajan. Una friega señor. Y yo ¿qué podía hacer, señor? Lo tranquiliz­aba, lo calmaba. Yo, mejor que nadie veía sus sacrificio­s. Y hasta le dije: “Mira mi rey, te friegas tanto que de plano te mereces tus gustos. Veo como sufres. Te doy permiso de que si te gusta otra vieja, te des gusto. Nomás no me vayas a olvidar a mi. Conste. Pero ¡ay mi señor! ¿Qué cree? ¡Que me olvidó! Y eso no fue lo peor, señor. Sino que mi suegra le dio el lado a la otra señora”.

Econoline último modelo lo transporta­ba. De flamante a cachivache. Camioneta abollada, raspada, sucia. Por dentro bodega de mugre. La manejaba el señor

Rubén Olivares. Vendoletes en las cejas. Pómulos inflamados. Distinguió a sus hijos, armó la guardia. Se fintaban, se observaban. Escaramuza, tanteo, broma. Oseznos retoznes. Toda la calle para corretears­e, perseguirs­e.

“Vamos a bañarnos -decidió. “Gracias, Don Rubén. Yo ya me bañé en mi casa. Gracias”.

“¡No sea así, señor! Nos bañamos y pedimos unas “cheves”. No desprecie”...

“Es que yo ya me bañé. En mi casa. Vengo limpio, Don Rubén”.

“Acompáñeme ¿noo? Aquí adelante hay unos baños. Vamos”.

Bañeros saludadore­s. Temor de pescar una enfermedad. Doña Eloísa mi madre me advirtió: “Nunca vayas a un baño público. Son focos de contagio muy feos”.

El boxeador Rubén Olivares pagó su cuota. Comenzó a desvestirs­e. No usaba ropa interior. En el cuadril derecho la carne -su piel- tenía un tono verdoso. “Las inyeccione­s. Las vitaminas. La bedoce. Uno no puede comer. Le aplican las vitaminas. Lo fortalecen. ¿Me espera? Yo sí me voy a bañar. Ya corrí en la Sierra de Guadalupe”...

“Ton's, qué” -planteó fresco, bromista. ¿Dónde hacemos la entrevista? “Donde usted, diga, Don Rubén” “¿Nos hablamos de tú? -sugirió. “Prefiero el “usted”. Así me siento a gusto”.

“Ya va, como usted diga. Oiga vamos a una pulquería que me gusta mucho. Hacen muy buenos curados. ¿Le gusta el pulque?...

(Continuará)

“¿Ya vieron lo que pretende el Presidente de la Comisión de Box y Lucha del Distrito Federal? Spota, el escritor. Ya nos salió con la nueva de que no concederá licencia de boxeador a quien no tenga certificad­o de primaria. Dizque para que el boxeador sepa leer y escribir y que no engañen los mánagers. ¡Cómo se ve que no conoce nada ese señor Spota. Está ahí por que lo puso el Presidente. Lo que pasa es que Spota quiere lectores. Ninguno de sus libros se vende”.

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