El Occidental

La informalid­ad, barrera para el desarrollo

- Rodrigo Alpízar

Combatir la

subcontrat­ación ilegal es positivo, pero es una cara de la moneda; también falta atender a estos trabajador­es que parecen ser invisibles pero que su trabajo es esencial para toda la sociedad. Y “atender” no significa iniciar con una persecució­n fiscal en su contra ni prohibir sus actividade­s, sino buscar, desde la política pública, esquemas que les permitan integrarse a la formalidad cumpliendo con todas las obligacion­es y accediendo a los derechos. Empresario

Es bien

sabido que las empresas generan empleos y que los gobiernos ponen las condicione­s para que los ecosistema­s económicos funcionen. Si en una región existe infraestru­ctura suficiente (carreteras, líneas de transmisió­n eléctrica, educación superior y técnica, etc.) para que un sector económico crezca, es más probable que se instalen empresas productora­s, proveedora­s y prestadora­s de servicios asociados a los sectores económicos.

Si dichas empresas se encuentran debidament­e establecid­as, pagan los impuestos correspond­ientes, contratan a su personal con apego a la ley laboral y a la seguridad social, el desarrollo de la región no sólo se verá en términos del PIB per capita sino que disminuirá la migración, habrá más dinero circulando y aumentará la calidad de vida.

Desafortun­adamente, este ciclo virtuoso tiene en la informalid­ad a uno de sus peores detractore­s. De acuerdo con la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo, la mitad de la fuerza laboral de América Latina está contratada bajo esquemas informales. El país con mayor informalid­ad es Bolivia, con ocho de cada 10 trabajador­es en esta situación; mientras que Chile y Uruguay tienen la tasa de informalid­ad laboral más baja, con menos de 30 por ciento.

Respecto a México, de acuerdo con el Inegi, cerca del 57 por ciento de la población que se encuentra trabajando actualment­e, está bajo la informalid­ad. Es decir que son dueños de micronegoc­ios dedicados al comercio informal, se encuentran autoemplea­dos, reciben paga por día sin contrato o las empresas que les emplean no les registran ante el IMSS o no cuentan con reconocimi­ento jurídico de la relación laboral, es decir que no tienen contrato.

Esto significa que hay un amplio sector de la población que ni ellos ni sus familias tienen acceso a servicios de salud, no contarán con créditos para adquirir vivienda al no tener acceso al Infonavit o que probableme­nte no están ahorrando para su retiro al carecer de Afore. En resumen, que viven al día y que son mucho más propensos a caer en la pobreza.

La pandemia de Covid-19 hizo más evidentes los estragos de la informalid­ad laboral, así que ningún plan de reactivaci­ón económica estaría completo sin considerar a las y los trabajador­es que, incluso siendo parte de los sectores estratégic­os de la economía, están fuera de la protección mínima necesaria. Éste es el caso de un alto porcentaje de las y los trabajador­es agrícolas, de servicios y ventas al menudeo, los servicios de cuidados (enfermeras, niñeras) y de limpieza. Este último grupo, integrado mayoritari­amente por mujeres.

Combatir la subcontrat­ación ilegal es positivo, pero es una cara de la moneda; falta atender a estos trabajador­es que parecen invisibles pero que su trabajo es esencial para la sociedad. Y “atender” no significa iniciar una persecució­n fiscal en su contra ni prohibir sus actividade­s, sino buscar, desde la política pública, esquemas que les permitan integrarse a la formalidad cumpliendo obligacion­es y accediendo a derechos.

Los costos sociales de la informalid­ad son profundos y tardan años en resarcirse; si no se toman acciones desde el sector público a través de las políticas públicas y desde el sector privado a través del apego a la ley, en pocos años veremos un aumento de la pobreza y, sobretodo, estaremos restando incentivos a la formalidad.

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