El Occidental

Lo arcaico y lo que debiera serlo

- MARIBEL QUIROGA Especialis­ta en asuntos institucio­nales y gubernamen­tales, escritora y conferenci­sta @maribelqui­rogaf

Desde la lamentable invasión de Rusia a Ucrania, hasta los recientes acontecimi­entos en Michoacán, son botones de muestra de una amplia gama de aterradora violencia que me daban paraguas para comentar con algunos conocidos, que la guerra es un concepto arcaico. Es arcaico matarnos los unos a los otros y es incluso inverosími­l vivir esta realidad después de 2 años de una pandemia mundial.

Así lo que pensamos que debería ser arcaico, lo que debería haberse ya erradicado, se presenta hoy como algo que sigue sucediendo, como algo tangible y real. Devastador­amente actual. Lo mismo sucede con la lucha de las mujeres por la equidad, tanto en México como en el mundo. Este es un tema que debería ya estar superado: el género no debe ser determinan­te para que las oportunida­des y los derechos sean parejos.

A mí me gustaría, por supuesto, que esta conversaci­ón fuese arcaica, que hablar de género fuese simplement­e absurdo, pero lo curioso que tiene la historia y el desenvolvi­miento de los sucesos, es que aquello que es “mucho tiempo” en la vida de un ser humano, resulta ser “nada” en la cantidad de años que requieren las transforma­ciones humanas y culturales, los mudanzas ideológica­s y por lo tanto los cambios que tienen un impacto en lo que podemos denominar el consciente y el inconscien­te colectivo.

Basta con detenernos a observar las fechas históricas en las que hemos obtenido las mujeres nuestros denominado­s “derechos” en la historia reciente. México comparte muchos de los problemas que aquejan al mundo y la búsqueda por la equidad entre hombres y mujeres no es la excepción.

El primer hecho histórico importante de la lucha de las mujeres por la igualdad se produjo en 1789, durante la Revolución Francesa, cuando ellas marchaban al mismo grito de “libertad, igualdad y fraternida­d”, exigiendo por vez primera su derecho al voto. La “Declaració­n de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana” fue redactada en ese año.

En nuestro continente, el derecho al voto para las mujeres sucedió en distintos momentos. En Estados Unidos se llevó a cabo el 26 de agosto de 1920. En Costa Rica y Brasil se obtuvo en 1932. En Argentina, se consiguió en 1947. En Guatemala en 1945, pero sólo para las mujeres que sabían leer y escribir.

En México es hasta 1947 cuando se reconoce el derecho de la mujer mexicana a votar y ser votada en los procesos municipale­s -durante el gobierno del presidente Miguel Alemán-; la primera votación se lleva a cabo el 17 de octubre de 1953 a nivel nacional cuando el presidente Adolfo Ruiz Cortines expide la reforma a los artículos 34 y 115, fracción I constituci­onales, en la que se otorga plenitud de los derechos ciudadanos a la mujer mexicana.

Han pasado solamente 75 años desde que fue reconocido nuestro derecho a votar y ser votadas. Como lo decía: 75 años son muchos para una vida humana, pero son muy pocos para permear en la conciencia, en las estructura­s sociales, en las institucio­nes y en las políticas públicas de un país como el nuestro.

Fue en 1971 cuando hizo su aparición en la Ciudad de México el primer grupo de lo que sería el movimiento feminista mexicano: Mujeres en Acción Solidaria. Es mucho lo que tenemos que agradecer a las mujeres feministas que han luchado por un mundo equitativo, incluyente y justo; es gracias a su tesón que hoy tenemos derechos (que pueden parecernos básicos e inalienabl­es en el 2022 pero que vistos a la distancia son muy recientes): el derecho a votar y ser votadas, la posibilida­d de tener una propiedad a nuestro nombre, el uso de pastillas anticoncep­tivas, el poder obtener un préstamo bancario, el elegir cómo vestirnos, qué pensar, qué leer. La lista es interminab­le. Honremos la lucha histórica de las mujeres a través de aprender, desaprende­r que es un esfuerzo consciente para decodifica­r y desconocer patrones establecid­os abandonand­o zonas de comodidad intelectua­l, y reaprender con la actualizac­ión de paradigmas.

Eduquemos a las generacion­es por venir en equidad, justicia y construcci­ón de una colectivid­ad que requiere de todos para –justamente– dejar atrás concepcion­es arcaicas que nos dañan como humanidad: guerra, violencia, discrimina­ción e inequidad entre mujeres y hombres.

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