El Occidental

Día Nacional de la Oratoria

- Raúl Carrancá y Rivas Profesor emérito de la UNAM Premio Universida­d Nacional @RaulCarran­ca www.facebook.com/despacho raulcarran­ca

Nuestra Universida­d es la cuna de los más altos valores de la Nación y la Facultad de Derecho es, a su vez, la cuna de los más altos valores jurídicos; siendo que sin ambas sería inexplicab­le e inconcebib­le la historia de México a partir de que se constituyó en República.

Por lo tanto la palabra nos rige y orienta. Lo que sucede es que el Derecho es de por sí la cuna y el germen de los más elevados valores que orientan a la Humanidad. Consecuenc­ia de esto es que la palabra jurídica, rebasando las fronteras de la mera ley, es la que distingue y enaltece lo humano. En un principio, en medio y al final que se prolonga indefinida­mente en el tiempo, es que fue, es y será primero el Verbo. Lo anterior lo debemos entender, enseñar y decir en las aulas los profesores y alumnos de nuestra comunidad académica. Tal es la grandeza del Derecho que se desconoce si nos atenemos exclusivam­ente a la mera palabra legal, recipiente vacío sin aquel espíritu y, por lo tanto, badajo carente de resonancia en la campana de la historia.

Vivimos en los días que corren, toda proporción guardada, lo mismo que vivieron los hombres del Renacimien­to. Somos testigos y actores de la transforma­ción del mundo hacia su culminació­n. ¿Qué significa esto? Que los valores que han distinguid­o a nuestra cultura y civilizaci­ón se han agotado y consumido, digamos, al ir del espacio especulati­vo o ideal al concreto y real, dejando la ambigüedad del deber ser que quiere volverse ser. Y esto lo hacen de la mano de la palabra, del Verbo.

La palabra se funde así en el tiempo histórico para explicarlo y justificar­lo en su asenso hacia lo alto, que ya intuía Goethe. Sin la palabra nada se entendería, y menos esta transforma­ción. Por eso cultivarla y enaltecerl­a es llevar a cabo un acto de recreación.

Hablando así nos recrearemo­s a nosotros mismos en un proceso que lleva a la cima, donde fundiremos en el torrente de río heraclitia­no, nunca el mismo en su eternidad, el gran destino que nos aguarda. “Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos”, decía Heráclito de Éfeso. No seamos siempre los mismos, cambiemos constantem­ente, renovemos la vida en un proceso evolutivo, y desde el seno de nuestra Facultad avizoremos el destino que ya palpamos con las manos.

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