Luis Donaldo Colosio, candidato
“¿Y hoy veremos cómo —de acuerdo con el uso de la política mexicana— el candidato presidencial del PRI rompe con el Presidente de la República, licenciado?”, pregunté la mañana del 4 de marzo de 1994 al político Luis Donaldo Colosio.
Aquella mañana Colosio cuidaba garganta y voz. Semanas atrás se quedó afónico en un mitin en Tepic. De la cajuela de guantes de su camioneta sacó —ofreció— pastillas que le refrescaran el gaznate. Íbamos al monumento a la Revolución. A celebrar un aniversario más del Partido Revolucionario Institucional. Su discurso daría impulso a su campaña por la Presidencia de la República.
Guió su camioneta por Ribera de San Cosme. Lo hacía desde su domicilio en Tlacopac, en San Ángel. En los asientos posteriores viajaban el fallecido reportero Juan Arvizu y el columnista José Ureña. Los acompañaba Ramiro Pineda, vocero del estudioso sonorense nacido en Magdalena de Kino. Sin separar la mirada de la ruta hacia Puente de Alvarado y Ponciano Arriaga me contestó:
“Así ocurrirá. Pero será con mucho cuidado. Ya verás...”
Aquella mañana Colosio cuidaba garganta y voz. Semanas atrás se quedó afónico en un mitin en Tepic. De la cajuela de guantes de su camioneta sacó —ofreció— pastillas que le refrescaran el gaznate. Íbamos al monumento a la Revolución. A celebrar un aniversario más del Partido Revolucionario Institucional. Su discurso daría impulso a su campaña por la Presidencia de la República. Divulgaría ideario y perfil de su gira. Críticos y simpatizantes conferían gran importancia a su visión del país. A lo sobresaliente de su plan. Si bien su “destape” el último domingo de noviembre de 1993 entusiasmó al priísmo, el repentino surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y su caudillo el Subcomandante Marcos en los primeros minutos de 1994 y la terca reticencia del calificado aspirante presidencial Manuel Camacho Solís a reconocer franca, plena, abiertamente el triunfo de Colosio, opacaban el arranque de la campaña.
Cuando finalmente la maquinaria del partido se puso en movimiento para inundar al país con la figura y el pensamiento y el vigor del candidato Luis Donaldo Colosio, ocurrió lo increíble. ¡Colosio llegó muy retrasado a su primer acto de campaña! Durante casi tres horas la muchedumbre se aburrió en Huejutla, Hidalgo. Aquel lunes de enero los reporteros que lo acompañábamos nos despertamos en Tampico. Con una taza de café y una bolsita con un “lunch” trepamos a los autobuses hacia Huejutla. “La tierra donde los Austria son caciques. Los Austria matan a muchos campesinos. Los Austria los explotan y los persiguen”, propalaba la voz del estado.
Huejutla se llenó de autobuses. Iban cargados de hombres y mujeres que cartulina, manta en mano pregonaban su lealtad al PRI. Su afecto hacia el joven candidato cuya prodigiosa melena y su ancho bigote lo tornaban muy familiar. “Tiene la popularidad de Pedro Infante. Van a ver que buen “gallo” tenemos. Le van a hacer los purititos mandados”, presumían los más salidores. Todos a la plaza principal. Todos se seguían. Y Luis Donaldo Colosio Murrieta que no aparecía.
“Amigas y amigos de Huejutla...” —comenzó a decir cuando le llegó el turno. De lejos, protegida por una larga gorra-visera, su leal secretaria Tere Ríos. Guillermo Hopkins paisano, amigo, conocedor del pensamiento profundo de Colosio se quebraba la cabeza. Hacía cálculos el próspero ranchero de Santa Anna, Sonora. El “Ocuka” su rancho nogalero era patrimonio de la familia Hopkins desde hacía varias generaciones. Cada una de sus millones de nueces se iba derechito a las mesas estadounidenses.
“Una campaña floja... Una campaña que no levanta... Una gira sin sal ni pimienta... El candidato no se ve... anémico ante el “Grupo Gente Joven”, en San Luis Potosí... ¿Dónde está Colosio? ...Fuego graneado. Conjeturas: Salinas ya no traga a Colosio... Zedillo, Coordinador de la campaña no aparece en la gira”.
No concluía el mitin en Huejutla cuando allí llegó la noticia: “Manuel Camacho Solís se convierte en negociador de la paz con los zapatistas levantados. Camacho se va a Chiapas”.
Noticia que desplazó a la balbuciente campaña de Colosio. Palideció, se turbó, se desconcertó al saberlo. Y así, dubitativo la emprendió a Ciudad Valles. Así llegó a San Luis Potosí.
Aquel domingo 4 de marzo de 1994 Arvizu, Ureña y yo llegamos muy temprano al domicilio de Luis Donaldo Colosio. Importaba observar la salida hacia el monumento a la Revolución. El instante en que se despediría de Diana Laura, su esposa.
El beso del matrimonio. La caricia a los niños. A lo mejor escuchaba alguna Sinfonía de Mahler. Luis Francisco Trelles Iruretagoyena —Paquico— le había obsequiado un aparatazo de alta fidelidad. Que cuadrafónico ni que niño muerto. Bocinas de piso a techo. Estremecían al condominio horizontal las reproducciones sonoras que disfrutaba el político Luis Donaldo Colosio. El 10 de Febrero —su cumpleaños— recibió ahí a Gabriel García Márquez, a Carlos Fuentes, a Miguel Alemán Velasco.
Los reporteros nos quedamos con las ganas.Ver la despedida del candidato. Nada más. Instantánea familiar. Ramiro Pineda contuvo. “Está nervioso. Se prepara para un gran acontecimiento. Está muy concentrado. No quisiera distraerlo. Comprendan, muchachos... Arvizu, Ureña y Reyes Razo se quedaron con las manos vacías.
“Súbanse, muchachos —nos invitó—. Y Arvizu, Ureña y Ramiro Pineda ocuparon los asientos posteriores de la consentida camioneta verdi-plata. Reyes Razo quedó a su lado. Sin descubierta perceptible la condujo por avenida Revolución, Circuito Interior. Se desvió a la altura de la cantina “La Polar”. Descendió por Alfonso Herrera, llegó hasta Serapio Rendón y pasó frente al cascarón del cine Ópera y el edificio de oficinas de Acción Nacional. Muy animado desembocó en Ribera de San Cosme. Casi en la esquina de la antigua Ramón Guzmán , nos aclaró:
“Yo voy ahorita a un mitin. Para mi, el “acto” tiene otra connotación. Me entienden. ¿Verdad?”
Y rió.
En Puente de Alvarado y Ponciano Arriaga estaba espesa muchedumbre. Al verlo descender contingentes de Guerrero lo vitoreaban.
Se puso el saco. Le quedaba el traje que ni pintado.
“¿Estrenando, Licenciado?”
“No. Lo estrené el ocho de diciembre. El día que protesté como candidato...”
8 de Diciembre de 1994. José Antonio González Fernández y Fernando Ortiz Arana perfeccionaban la ceremonia.
“Hay que evitar que las cámaras capten a don Fidel Velázquez y a don Emilio M. González cabeceando, vencidos por el sueño”.
“Veo un México con hambre y sed de justicia” —dijo en el Monumento a la Revolución Luis Donaldo Colosio Murrieta.
Rompía con el Presidente de la República.
El día 23 de ese mes la muerte lo alcanzó. En la inmunda Lomas Taurinas de Tijuana un hombre lo mató.