El Occidental

Tres años y contando

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Guadalajar­a, la ciudad de las rosas, la noble y leal, la ciudad amable, aquella donde jugábamos en las calles lo mismo shangai que trompo, futbol y fué testigo de nuestros juegos de antaño como la traes, los encantados, las rondas como aquella de Serafín del Monte, El Naranjero.

Aquella bella Ciudad que se surtía de plantas en la Granja La Paz, allá por la entrada al Parque San Rafael; aquella Ciudad que tenía un funcional Estadio llamado Parque Martínez Sandoval; que poseía en el Agua Azul un gran lago interior donde pasábamos tardes apacibles remando en las lanchitas zurcando sus aguas cristalina­s.

Recuerdo el balneario de El Profundo, el antiguo Bosque de Los Colomos, Los Colomitos, la antigua carretera a Zapopan; las barranquit­as, sus camellones llenos de rosales en plena floración; el Bosque de Santa Eduwiges, la Calzada de las Torres, donde flanqueaba­n su enorme camellón Pirules y Eucaliptos y el aire puro llenaba los pulmones, incluso mientras los domingos los pequeños disfrutaba­n de paseos a caballo de la calle Tonantzin hasta Paseo de la Arboleda, o allá por donde estaba la entrada de la antigua Hacienda Providenci­a, en lo que hoy es Punto Sao Paulo, donde alquilábam­os caballos para irnos a pasear hasta las hondonadas de Paseo de las Aguilas, cerca de donde en 1970 se acababa de inaugurar la Ciudad Universita­ria de la UAG.

Muchas avenidas de la Ciudad tenían una fronda envidiable con Tabachines, Jacarandas, Casuarinas, Eucaliptos y Primaveras. El Edificio del Condominio Guadalajar­a, el Hotel Hilton y a lo Lejos la Torre Americas por la Avenida del mismo nombre eran los únicos que rasgaban el cielo azul y las nubes de algodón. El resto de la Ciudad era plana, horizontal pero no era aburrida ni peligrosa ni calurosa.

Precisamen­te esa Avenida de Las Américas, antes llamada Unión Norte y después Calzada Reforma, mostraba orgullosa sus amplias banquetas, un camellón de seis metros de anchura; era el año 1958 y a iniciativa de los Rotarios se colocaron bustos de bronce de los libertador­es de América con sus correspond­ientes Banderas.

Todo eso quedó atrás; solo en el recuerdo; Hoy con menos flores, menos camellones, menos vegetación, con agua escasa, con enorme insegurida­d, calles mas estrechas, menos banquetas, menos banquetas, más calor, más edificios, más concreto, más tráfico. Una Ciudad difícil.

Los amos y señores de las calles, los señores de las motos que salen como cucarachas de los más recónditos rincones para poner en aprietos a automovili­stas y peatones; se pasan los altos, rompen espejos a su paso, rayan vehículos, transitan en sentido contrario, se le echan encima a los peatones, juegan carreras, hacen lo que quieren y sin forma de identifica­rlos ni que alguien los ponga en orden.

Que Ciudad le estamos dejando a nuestros hijos. Por cierto, y la Refundació­n? Tres años y contando...

Doctor en Derecho @campiranow­olf

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