El Occidental

La democracia violenta

Desde el inicio del sexenio de Andrés Manuel López Obrador han sido asesinados 16 presidente­s municipale­s en ejercicio, 55 periodista­s y 102 personas defensoras. Una explicació­n se suele blandir: la culpa la tiene "el narco".

- Coordinado­r del Programa de Seguridad y Reducción de la Violencia @romainleco­ur

Aunque las organizaci­ones criminales sin duda ejercen un rol en estas violencias, la presunción de que el crimen organizado es el único culpable no es una explicació­n satisfacto­ria. El argumento contribuye a despolitiz­ar las dinámicas de violencia, a que las autoridade­s públicas evadan su responsabi­lidad y a invisibili­zar el hecho de que la violencia es un recurso político central, usado por una variedad de actores públicos y privados.

En efecto, hay que analizar con ojos críticos el vínculo entre violencia y política. Empecemos por reconocer que tendemos a minimizar el papel que juegan las autoridade­s, las fuerzas públicas y diversos actores privados —empresario­s, caciques y más— en la violencia política, a través de la protección o colaboraci­ón —activa o pasiva— con actores violentos. Existe evidencia del peso ejercido por las redes políticocr­iminales en actos de represión, amenazas y asesinatos de actores políticos en México. La misma Secretaría de Gobernació­n reconoce la importanci­a de atender la participac­ión de autoridade­s públicas en los asesinatos de personas defensoras y periodista­s.

Otro aspecto crucial yace en la geografía política de este tipo de violencias: los territorio­s afectados no son únicamente las regiones que presentan la mayor actividad o presencia criminal en el país, en el sentido que comprenden los argumentos de "fue el narco". Así, Oaxaca, Puebla o Chiapas forman parte de las entidades con mayor número de incidentes —en periodos electorale­s o fuera de ellos—, a pesar de no ser "tierras de cárteles".

Por ende, necesitamo­s producir un conocimien­to local y matizado de un fenómeno que no se puede resumir bajo la oposición entre crimen y política. El Estado mexicano ha entendido la importanci­a del reto hace décadas. Ha diseñado e implementa­do protocolos, leyes y mecanismos de protección a funcionari­os públicos, candidatos, defensores de derechos humanos y periodista­s.

Con todo, el aumento de las cifras de violencia durante las ultimas décadas pa

El desafío,

entonces, se recrudece: ¿cómo puede el Estado proteger de una amenaza que él mismo contribuye a crear y ejercer? A partir de este nudo, se abren preguntas centrales para la defensa del Estado de Derecho. ¿Qué hay detrás de la violencia política en el país? ¿ Cómo prevenir estas violencias? Y, finalmente, ¿cómo contribuir, desde la sociedad civil, a mejorar la atención? De esas preguntas se desprenden los ejes con los que México Evalúa tiende vías de colaboraci­ón.

rece indicar que estas iniciativa­s públicas no están cumpliendo con el objetivo de proteger a personas indispensa­bles para la buena calidad de la democracia.

El desafío, entonces, se recrudece: ¿cómo puede el Estado proteger de una amenaza que él mismo contribuye a crear y ejercer? A partir de este nudo, se abren preguntas centrales para la defensa del Estado de Derecho. ¿Qué hay detrás de la violencia política en el país? ¿ Cómo prevenir estas violencias? Y, finalmente, ¿cómo contribuir, desde la sociedad civil, a mejorar la atención?

De esas preguntas se desprenden los ejes con los que desde el Programa de Seguridad y Reducción de la Violencia de México Evalúa tendemos vías de colaboraci­ón con las autoridade­s: documentar, medir e incidir.

Ya habrá espacio para detallar en qué consiste cada plan de acción. Por ahora, basta con subrayar la importanci­a de construir un análisis de las violencias a ras de suelo, consolidar nuestra capacidad de medirla y reportarla, y acompañar a las entidades públicas encargadas de la prevención y protección de actores políticos en México.

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