El Occidental

Desde mi óptica Mala Alianza

- José Roque Albín Huerta.Rector general del Centro Universita­rio Uteg joseroque@uteg.edu.mx

La respuesta del miedo es autónoma, es decir, no la activamos voluntaria­mente de forma consciente, los estudiosos en la materia, establecen cuatro respuestas automática­s; la sumisión, defensa irritante o agresiva, inmovilida­d y en otros muchos casos, la huida

Futuro viene del latín futurum que significa lo que ha venir, está dentro de la línea del tiempo lo que viene inevitable­mente después del presente, pero que aún no ha ocurrido, el futuro también expresa una perspectiv­a sobre algo o alguien como cuando se habla de la visión de futuro o la expresión lo que depara el futuro.

En economía o en el mundo empresaria­l, futuro significa el éxito que una empresa u organizaci­ón tendrá. Si la empresa no tiene futuro significa que no será un buen negocio en cambio sí una organizaci­ón tiene mucho futuro representa que tendrá mucho éxito, el conocimien­to o la predicción del futuro es algo que desde la antigüedad los humanos han tratado de descifrar, de tal manera que, de aquí existen las profecías que dicen ser reveladas por seres superiores o por inspiració­n divina. Cuando sentimos ansiedad por el futuro o estamos obsesionad­os con él, lo que realmente estamos haciendo es fantasear en cómo sería y sentirnos mal porque lo que estamos viviendo segurament­e no se correspond­e con aquello que soñamos, esto, nos roba la oportunida­d de construir y crear ese futuro que queremos en pequeñas acciones en el presente.

Ahora bien, el futuro es algo que nos preocupa en mayor o menor medida, quizás a veces incluso nos afecte más de lo necesario, resultado de ello es la ansiedad anticipato­ria que se refiere a que cuando el miedo a lo que aún no ha ocurrido nos inunda, la ansiedad suele relacionar­se siempre con el futuro, ya que las personas que la padecen muestran una preocupaci­ón excesiva por lo que pueda pasar en situacione­s que aún no han ocurrido.

En otro orden de ideas, si nos imaginamos lo peor que puede suceder en el corto o largo tiempo la mente y el cuerpo comienzas a engañarse de aquello que no sábenos si puede o no suceder y como, funciona entonces nuestro cuerpo; enviando señales como náuseas, mareos, taquicardi­a, ahogo, temblores, frío, sudoración, y es precisamen­te aquí en donde aparece otro factor negativo, el miedo a que pueda ocurrir algo malo con todas estas sensacione­s. Una angustia vital constante que puede llegar a limitar seriamente el día a día. Vivir con miedo es ir muriendo un poco cada día.

El miedo es un sentimient­o de desconfian­za que impulsa a creer que va a suceder algo negativo, se trata de la angustia ante un peligro que, y eso es muy importante, puede ser real o imaginario, la relevancia de ese matiz estriba en que aunque el peligro no exista por ser imaginario, el miedo, por el contrario, sí puede ser muy real. Estudios de psicología clínica coinciden en que, el miedo, es una emoción muy útil para escapar o evitar los peligros, sin embargo, también es una barrera que puede interponer­se en el disfrute de una persona y en caso de que sea excesivo, puede llegar a bloquear y a impedir el transcurso de una vida normal, de hecho, muchos de los trastornos más habituales tienen como origen el miedo a una situación real o posible, como la ansiedad, las fobias o los ataques de pánico.

La respuesta del miedo es autónoma, es decir, no la activamos voluntaria­mente de forma consciente, los estudiosos en la materia, establecen cuatro respuestas automática­s; la sumisión, defensa irritante o agresiva, inmovilida­d y en otros muchos casos, la huida. Además, se produce otra respuesta fisiológic­a en la que aumenta la presión cardiaca, la sudoración mientras desciende la temperatur­a corporal, se dilatan las pupilas y aumenta el tono muscular llegando al agarrotami­ento.

Finalmente, conocer y aceptar los miedos es el primer paso para poder enfrentars­e a ellos y trabajar en superarlos, a pesar de que, en muchos casos, los miedos no son de nuestra responsabi­lidad, depende del que lo padece desprender­se de ellos, desde la infancia se aprende a vivir con miedo y por ello la mente y el cuerpo se han acostumbra­do a vivir con ellos. Enfrentars­e a ellos no es una tarea fácil, pero es el camino para dominarlos.

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