Los primeros frutos de la semilla del racismo
El abuelo de Erik le visita a él y a su familia una o dos veces al año. Rodolfo Rodríguez vive en México, pero se da “su vuelta” por la ciudad de Los Ángeles, California, en donde a sus más de noventa años gusta entre otras cosas de dar paseos vespertino
Así lo hacía en días pasados con el paso lento que nueve décadas le han dejado, cuando accidentalmente se tropieza con una niña que caminaba con su mamá por la misma acera.
Sin haberse caído, voltea para encontrarse con la primera bofetada de la madre de la niña, una mujer de unos cien kilogramos que desató su furia contra el lánguido señor que sólo se tapaba de los golpes que aumentaron cuando la treintañera Sra. Jones incrementó su ataque con una loza que agitaba contra la cara de Rodolfo al tiempo que le gritaba consignas como “regrésate a tu país”.
No conforme, Laquisha Jones incitó a un grupo de jóvenes a que la apoyaran en continuar propinando la golpiza al viejito mexicano. Al final, Rodolfo terminó con costillas rotas, fracturas en los huesos faciales y golpes en todo el cuerpo.
El incidente es uno más que se suma a la lista de ataques verbales y físicos que siguen aumentando en el país con la bandera de las barras y las estrellas desde que el entonces candidato y hoy presidente abriera la puerta con sus ofensas racistas, particularmente en contra de los mexicanos y de todos los inmigrantes.
Desde el contenido de sus declaraciones orales y escritas -groseras e insultantes- hasta sus políticas públicas, el inquilino de la Casa Blanca no sólo propicia, sino incita a que sentimientos como el racismo y la misoginia tengan cabida en este tiempo y espacio del Trumpismo. Lo que antes no sólo era “políticamente incorrecto” sino moralmente de plano mal, hoy cada vez es más “el pan de cada día” en el país de los billetes verdes. Si el Donald llamó “violadores y delincuentes” a los mexicanos, si basado en declaraciones como esas fue electo presidente, “¿Qué hay de malo?”, se deben preguntar los ignorantes que siguen haciendo eco de tales estupideces y que seguramente también habrían votado por él.
Hechos como el del señor Rodríguez, quien ya se “recupera” en casa de sus familiares en Los Ángeles; hechos que trascienden a la prensa porque alguien lo grabó o tomó foto en su teléfono se están multiplicando cada vez más en momentos y espacios en que nadie sacó su teléfono celular; lo peor es que la misma comunidad latina -la indocumentada- que otrora era invitada por las autoridades para denunciar crímenes y actos criminales como éste, hoy tiene temor de acudir a las mismas, pues no saben ya qué día, al reportar un crimen serán ellos, los indocumentados, arrestados. Pues aunque las policías municipales tienen su independencia en si reportar o no a un inmigrante ilegal, muchos se han unido a la línea de odio del presidente.
El temor ya está sembrado entre los indocumentados; el odio está dando frutos también entre los ignorantes. Tristemente el cielo es el límite para la división y el racismo que el presidente sigue logrando en este país; situaciones que parecían impensables hasta hace menos de dos años, cuando un afroamericano ocupaba el escritorio que hoy ocupa Donald Trump.