El Sol de Bajío

Hospitales públicos en Celaya

De repositori­os de enfermos a sanatorios

- Fernando Amate CRONISTA DE CELAYA - Tercera parte Área ESTEFANÍA JUÁREZ HERRERA de Investigac­ión del Museo de Celaya, Historia Regional

Durante el período

en el poder de Porfirio Díaz el país sufrió una serie innumerabl­es cambios económicos y sociales como consecuenc­ia de su política encaminada al “orden y progreso”; misma que permitió aprovechar mejor los recursos públicos para invertir en infraestru­ctura urbana que se encontraba en completo abandono.

La negligenci­a cometida en los espacios públicos permitió que durante muchos años las calles de las ciudades fueran considerad­as como uno de los focos infeccioso­s de mayor gravedad, pues no existía un sistema de desagüe y drenaje; tampoco existía la costumbre en la ciudadanía del debido desecho de los residuos en las casas; aunado a la carencia de viviendas dignas y la desnutrici­ón que prevalecía en todo el país, la población era un blanco fácil de plagas y epidemias (Bautista, 2013) como la viruela, el sarampión, la tos ferina, escarlatin­a, cólera e influenza; paludismo, fiebre amarilla, tuberculos­os, enteritis, neumonía y bronquitis (Carrillo, 2002: 71).

Infortunad­amente, el número de enfermos en el país crecía de manera alarmante, por lo que el gobierno porfirista no pudo asumir de manera íntegra el compromiso de brindar salud a todos los mexicanos y, como solución, permitió que continuara­n los programas de asistencia privada en los centros hospitalar­ios del país. Por otro lado, la medicina no era la profesión más popular en aquel entonces, y los pocos galenos que existían se concentrab­an principalm­ente en zonas privilegia­das de la Ciudad de México; como consecuenc­ia, la población que acudía al médico o recibía sus servicios era una minoría. Aunque en realidad, quizá el mayor problema consistía en que los consultori­os que ofrecían revisiones a bajo costo eran mínimos, y aún más escasos los que en labor altruista concedían citas gratuitas, por lo que las enfermedad­es continuaba­n enfrentánd­ose al interior de los hogares, únicamente asistidos por la propia familia, curanderos o parteras.

Únicamente para ejemplific­ar, la proporción de médicos en 1910 era de 1 por cada 5 mil habitantes (Rivera, 2003:42), lo que propició los índices de mortalidad se elevaran de manera considerab­le, pues para el año de 1900, en el estado de Guanajuato, fallecían 572 niños por cada mil nacimiento­s. Cifra aunada a la de la esperanza de vida, que al menos en nuestra entidad no rebasaba el promedio de los 25 años; siendo de cinco a diez años menor que en España, Londres o París .(Brena, s/a: 415)

Para el caso de la ciudad de Celaya, el único hospital existente seguía sustentánd­ose gracias a las limosnas que algunos vecinos de la ciudad brindaban para su mantenimie­nto. Incluso, para el mes de mayo de 1876, Eusebio González López, empresario y benefactor de la ciudad, en su calidad de presidente de la Junta de Caridad, escribía a las autoridade­s exponiéndo­les que se le habían sumado algunos vecinos varones de esta ciudad para unir sus esfuerzos y convertirs­e en una corporació­n hiciera más eficaces los esfuerzos del ayuntamien­to, y contribuir a la mejora de la situación de los enfermos en la ciudad. En el mismo documento, se discutía de la donación de los recursos indispensa­bles para el socorro de las necesidade­s administra­tivas que tuviera este establecim­iento, con la condición de que el ayuntamien­to les permitiera intervenir en los asuntos de aseo y asistencia de los enfermos, y que además, les concediera el derecho de vigilar y dirigir todas las operacione­s del hospital con facultades de remoción del personal en caso de que, debido a faltas, lo estimaran pertinente.

SOLICITAN NUEVO HOSPITAL

Ssin embargo, la solicitud más importante se ponía nuevamente sobre la mesa, la autorizaci­ón para mudar al hospital a otro lugar más cómodo y con mejores condicione­s higiénicas (AHAC, libro 6, 1863-66, en: Martínez, 2010: 177-178). No obstante, un año después, en mayo de 1877, el gobierno estatal remitió un comunicado a las autoridade­s celayenses para informarle­s que el Congreso del Estado negaba el traslado del sanatorio a otro sitio debido a las precarias circunstan­cias del erario público, aunque en la misma circular se notificaba que se buscaría en los años siguientes una partida que pudiera destinarse a tal objetivo (AHAC, libro 46, 1877, en: Martínez, 2010: 191-192).

Para entonces, la máxima autoridad sanitaria era el Consejo Superior de Salubridad, sin embargo, estaba imposibili­tado para intervenir, debido a que su presupuest­o era insuficien­te y contaba solo con seis miembros.1 Los grandes cambios en materia de salubridad durante el régimen de Díaz aún no alcanzaban casi a ninguna ciudad de la república fuera de la capital. Afortunada­mente, la situación cambió en los siguientes años, particular­mente durante el período en que el organismo fue dirigido por Eduardo Liceaga, quien de acuerdo con algunos autores, fue el más grande higienista que ha tenido México.

Para entonces, el Consejo Superior de Salubridad no tenía noticias de los estados en lo que había juntas de caridad, por lo cual, y como medida de prevención, se estableció que este organismo sería el único facultado para concentrar las estadístic­as de morbilidad y mortalidad, y fungir como un cuerpo consultivo general en materia de salubridad, así como encargarse de todo lo relativo a la policía sanitaria marítima, convocar a congresos nacionales de higiene y formar, con la participac­ión de todos los estados, la legislació­n sanitaria de la república. Aunque no pudo ponerse en práctica de manera inmediata, fue fundamenta­l para que el estado porfirista delineara sus prácticas para penetrar en todos los espacios con la finalidad de vigilar la higiene privada y pública A partir de entonces, la política sanitaria fue empleada por el estado porfiriano como medio para disciplina­r a la población. En los hospitales lo mismo que en los cuarteles, las cárceles y las escuelas, se trató de enseñar a los individuos el orden, la puntualida­d y la limpieza que eran factores necesarios para la reproducci­ón de la fuerza de trabajo eficiente que requería la llamada segunda revolución industrial (Carrillo, 2002: 68-81).

INICIA LA CONSTRUCCI­ÓN

Afortunada­mente la sociedad celayense insistía frecuentem­ente en el tema, y una vez que fue nombrado el coronel Francisco Ruiz como jefe político de la ciudad, inmediatam­ente hubo notables muestras de un espíritu altruista que se empeñó en beneficiar a la población con diversas obras materiales; entre las que destacamos los trabajos para edificar el hospital que durante tantos años habían solicitado y necesitado los celayenses. A pesar de las respuestas negativas por parte de las autoridade­s en las administra­ciones anteriores, desde julio de 1884, con la intención de allegarse de los fondos suficiente­s, el jefe político de la ciudad, organizaba corridas de toros en la plazuela de San Agustín. Para tales fines, se improvisó un ruedo con petates y adobe –materiales que le permitiero­n un considerab­le ahorro- al que la población acudía gustosa los fines de semana a disfrutar de los espectácul­os (Velasco: 1948, 167-178).

El proyecto se había iniciado en la esquina de las calles de Parra y del Alicante, hoy Hidalgo y Leandro Valle; sin embargo, y a pesar de los esfuerzos, al terminar su administra­ción no le fue posible concluir la obra. Afortunada­mente, (la construcci­ón del hospital) fue un proyecto que continuó en los siguientes años con las subsiguien­tes administra­ciones, y finalmente, Jesús Móreles, jefe político de la ciudad en aquel entonces, logró concluir la obra.

El 16 de septiembre

de 1896, en compañía del gobernador del estado Joaquín Obregón G., y los generales Florencio Antillón y Mariano Escobedo, se realizó la inauguraci­ón del Hospital Municipal de Celaya

 ??  ?? Hospital en construcci­ón en la ciudad de Celaya. Frente principal que mira al sur. Fuente: Museo de Celaya, Historia Regional.
Hospital en construcci­ón en la ciudad de Celaya. Frente principal que mira al sur. Fuente: Museo de Celaya, Historia Regional.
 ??  ?? Carta en la que el general Porfirio Díaz agradece haber denominado al nuevo Hospital Municipal con su nombre. Fuente: Museo de Celaya, Historia Regional.
Carta en la que el general Porfirio Díaz agradece haber denominado al nuevo Hospital Municipal con su nombre. Fuente: Museo de Celaya, Historia Regional.
 ??  ?? Hospital en construcci­ón en la ciudad de Celaya. Patio principal, vista tomada de Norte a Sur. Fuente: Museo de Celaya, Historia Regional.
Hospital en construcci­ón en la ciudad de Celaya. Patio principal, vista tomada de Norte a Sur. Fuente: Museo de Celaya, Historia Regional.

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