El último Zar
“La experiencia demuestra que los hombres y las palabras son incapaces de gobernar los acontecimientos” Nicolás II de Rusia.
Hoy termina la aventura de miles de aficionados que fueron a Rusia a apoyar a su equipo o simplemente turistear. Termina un ciclo que movió millonadas de dólares, euros, rublos, yenes, riyales, reales, pesos y otras monedas. Termina el venturoso episodio que atrajo la atención de todo el mundo. Termina el campeonato mundial futbolístico. La FIFA se retirará ufana a su sede en Zúrich Suiza, feliz por el éxito deportivo y a contar -sirva la expresión- los talegos de dinero producido por la justa.
Vuelve la calma a Rusia que dejó sembrada la semilla para futuros visitantes con los atractivos que tiene esa gran nación. Calculan que en los próximos cinco años triplicarán el número de turistas. Después de los espacios deportivos, los medios televisivos escogieron para transmitir los eventos el conjunto de edificios civiles y religiosos situado en el corazón de Moscú. El Kremlin frente al río Moscova, la Plaza Roja y el Jardín de Alejandro; las cúpulas en forma de bulbo que rematan las torres de la Catedral de San Basilio, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, aunque no sea el asiento del patriarca ortodoxo ni el centro religioso moscovita.
Numerosos patrimonios culturales tienen origen religioso. Las divinidades egipcias, griegas, romanas; las hindúes, chinas o niponas; las de Mesoamérica o de la Polinesia fueron destino del hombre más allá de la muerte. Credos que han girado hacia la religión cristiana en sus diversas modalidades, al islamismo, al judaísmo, al hinduismo y otras en menor proporción. La mayoría de los
mortales que no son agnósticos están bajo el amparo de esas devociones.
El legado religioso se forja en el patrimonio cultural representativo de las artes plásticas; la arquitectura, el dibujo, la pintura, el grabado y la escultura. Otra herencia que no se toca, que no se ve, es la música. La música que no reconoce fronteras, la música que ha trascendido a través del tiempo, la música gratificante, la música inspiradora de sentimientos de amor, de gratitud, de felicidad, a veces de añoranza y de recuerdos gratos o de tristeza sin perder la propiedad de las obras que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. El mundial de Rusia nos hizo revivir los aportes al arte universal, el que no muere, que sigue vigente a través de los siglos.
Una ciudad emblemática de la historia rusa es San Petersburgo, (Leningrado en la época soviética), la segunda más poblada, la Venecia del Norte con sus más de 400 puentes que atraviesan los canales que por ella pasan, capital cultural de Rusia, adornada con palacios, iglesias y museos. Ahí se encuentra el afamado Conservatorio Nikolái Andréyevich Rimski-Kórsakov (Sherezada, Capricho Español) por donde pasaron Tchaikovski, Músorgski, Brorodin, Rajmáninov, Balákirev y tantos afamados compositores cuya música deleita los gustos de todo el orbe.
Otra ciudad, intención primaria de escribir estas líneas, la cuarta con mayor población situada al pie de los montes Urales en la Rusia asiática y sede en la eliminatoria de la copa mundial de futbol es Ekaterimburgo. Metrópoli con su Catedral de “La Sangre
Derramada”, en que estuvo la Casa Ipátiev donde se cometió el asesinato con toda su familia del último emperador ruso, el Zar Nicolás II a manos de los bolcheviques.
Muchas leyendas se han tejido acerca del crimen de la familia Romanov, lo cierto es que fueron baleados en un rincón del sótano de la casa. Destaca la versión muy discutida pero jamás comprobada que asegura que la hija menor del zar, Anastasia, sobrevivió al tiroteo en que murieron sus padres, hermanos y varios miembros a su servicio (once personas en total) aniquilados la noche del día 16 al 17 de julio de 1918, hecho que inspiró una exitosa película de animación que revive la falsa historia en que Anastasia logró escapar de la ejecución.
Se están cumpliendo 100 años del fin de la dinastía Romanov establecida en el siglo XVII que accedió al trono en 1613 con la coronación de Miguel I, (hijo del patriarca Filaretoque) que gobernó al país hasta que la revolución de 1917 obligó al Zar a abdicar y confinado en Ekaterimburgo.
Un relato fascinante de la historia de la dinastía Romanov, sus amores, dominios, la defensa moscovita de la invasión napoleónica, el estigma de la hemofilia que padecía el único hijo varón y heredero del trono de Nicolás está vertido en el libro “Nicolas y Alejandra” –“El amor y la muerte en la Rusia Imperial”- (En español ediciones B) escrito por Robert K. Massie, premio Pulitzer, donde nos cuenta en esta obra un fragmento apasionante y trágico de nuestra civilización. Léala, en Celaya pídasela al profesor Gordillo, le fascinará.