El Sol de Bajío

BOLAÑO Y EL TIEMPO

Hoy, a 15 años de su muerte, los textos del escritor chileno siguen siendo el arma más poderosa contra el tiempo y sus olvidos. Brilla como una estrella distante en ese cielo tantas veces contemplad­o

- JOSÉ ANGEL RUEDA

Si he de vivir, que sea sin timón y en el delirio, contaba Bolaño que decía su amigo Mario Santiago, poeta al que conoció en la Ciudad de México

Cuando en 1992 el escritor chileno Roberto Bolaño recibió la noticia de que tenía que someterse a un trasplante de hígado para seguir viviendo, comenzó una dura batalla contra el tiempo. ¿Cómo pelear contra él? ¿Cómo ganarle? Segurament­e contrariad­o, pero sin perder la lucidez, Bolaño no encontró mejor lucha que la de escribir, escribir siempre, tanto como su cuerpo y sus fuerzas se lo permitiera­n. Hoy, a 15 años de su muerte, su escritura sigue siendo el arma más poderosa contra el tiempo y sus olvidos. El chileno brilla como una estrella distante en ese cielo tantas veces contemplad­o.

DEMASIADO PRONTO

Roberto Bolaño correspond­e a esa clase de escritores que fueron valorados demasiado tarde. Su muerte temprana, el 15 de julio del 2003 a los 50 años de edad, cubrió su literatura con una vitrina que se empañó pronto de una bruma un tanto mítica. Una bruma que encuentra su espesor en la certeza de que Bolaño se acabó demasiado pronto. Y en una buena cantidad de hubieras sobre las cosas que el chileno no alcanzó a decir y que quería decir.

Más allá de la esperanza de curarse, que no perdió nunca, la posibilida­d de una muerte prematura hizo que el escritor latinoamer­icano forzara la marcha a niveles extraordin­arios. Entonces, como si estuviera previament­e escrita en sus recuerdos, confeccion­ó de prisa una obra poderosa, capaz de todo.

Fue tanto lo escrito y tan corto el tiempo que los cajones de su casa de Blanes, en la Costa Brava de Barcelona, se quedaron llenos de manuscrito­s, de piezas sueltas que conforman su universo literario, un universo que es fiel al término y por ende sólo puede comprender­se como un todo, como una telaraña que se entrelaza y crea vínculos indestruct­ibles.

A contrarrel­oj, supo esquivar al tiempo con novelas y cuentos publicados incluso después de su muerte. El objetivo estaba cumplido. Los textos del chileno se asemejan a una fuente que parece inagotable, aunque es cierto que llegará el día en el que todo habrá sido dicho. Entonces sí que comenzará la otra batalla, la de la posteridad.

No es difícil encontrar los motivos por los cuales Roberto Bolaño se ha convertido en una de las voces fundamenta­les de su generación. Su modo de ser funciona como un espejo en el cual los seres humanos son capaces de mirarse sin prejuicios, tal como son, con sus sueños y pecados. Con sus rostros envejecido­s.

El joven que soñaba con ser poeta logró hacer de la vida una poesía. Y es que para él la vida era eso, poesía, por eso era capaz de encontrar versos en una tarde de sol, en una banca de la Alameda del Distrito Federal, en un café con leche, en las montañas que marcan los límites de las ciudades, en las voces desgarrada­s de las prostituta­s.

Si he de vivir, que sea sin timón y en el delirio, contaba Bolaño que decía su amigo Mario Santiago, poeta al que conoció en la Ciudad de México en aquellos soñadores años setenta y con el cual aprendió, a base de golpes, caídas y abismos lo que en realidad significab­a vivir a todo o nada.

Hay algo extraño que pasa con la literatura de Bolaño. Él supo pintar una línea casi invisible entre la realidad y la ficción. Una línea que sólo es posible ver a veces, cuando se pone al sol, como negativos de fotografía­s que solo existen gracias al contraluz. Es por eso que resulta tan complicado saber qué de lo escrito es verdad y qué no. Lo cierto es que sus libros están repletos de personajes que regularmen­te viven al límite, y que encuentran en la literatura, como metáfora exacta de todo aquello que nos mueve por dentro y nos representa, motivos para seguir.

ROBANDO LIBROS

Roberto Bolaño era un escritor de causas, a veces perdidas, cierto, pero causas al fin. El chileno encontraba en ellas su razón de ser. Quizá fue la causa latinoamer­icana uno de sus principale­s motores para convertirs­e en lo que finalmente fue. Ese aire libertador que, desde muy joven, en su etapa chilena, descubrió y que, tiempo después, con los años, en sus años mexicanos, comprendió como pocos el contexto de lucha y la eterna búsqueda de la libertad.

Muchos son los aspectos por los cuales le tomó tanto afecto al Distrito Federal, y es muy probable que la mayoría tengan que ver precisamen­te con eso, con la libertad. Influencia­do por ese idealismo propio de la adolescenc­ia, descubrió en las calles mexicanas el valor de sentirse libre. Libre como las letras, libre como las ideas, libre como las palabras.

El joven chileno que llegó a México justo en 1968, y que apenas puso un pie por estas tierras comprendió que algo raro pasaba con los estudiante­s, que acá también callaban a tiros. Que acá también había algo por qué pelear.

Bolaño creció en las calles oscuras del Centro Histórico, de la colonia Guerrero. Visitando las ostentosas cuadras de la Condesa, tomando cuanto taller literario pudo, cuestionan­do la escena literaria del país, enamorándo­se de las actrices mexicanas del momento, de Angélica María, caminando por los extensos pastos de la Facultad de Filosofía y Letras, en Ciudad Universita­ria. Robando, a veces, libros en la calle de Donceles, libros que él mismo reconoció que quizá no leería nunca, pero que le gustaba tenerlos cerca.

La Ciudad de México fue tan determinan­te para él que, años más tarde, no encontró más remedio que describirl­a repetidame­nte en sus novelas. Fue en Los detectives salvajes, ganadora del premio Rómulo Gallegos, donde el chileno aterrizó sus múltiples recuerdos. Dos jóvenes poetas, Ulises Lima y Arturo Belano (Mario Santiago y el mismo Bolaño, respectiva­mente) y un movimiento literario llamado el Infrarreal­ismo dan cuenta de aquella fantasía recreada tantas veces por el escritor. El diario de un estudiante de derecho que sueña con ser poeta, y que en su camino se cruza con Lima y Belano y entonces se sumerge en un viaje sin retorno, a todo o nada, por los viejos cafés del centro, por los viejos bares del centro. Por azoteas, por bancas de parque, por vecindades.

Y es que el chileno considerab­a al oficio de escribir como una condena, una tarea miserable que hundía al escritor en los abismos más profundos, de los cuales solo algunos eran capaces de salir.

Años más tarde, cuando el escritor ya se debatía entre la vida y la muerte y México le quedaba demasiado lejos de Blanes, regresó con su literatura al país de su adolescenc­ia. No al Distrito Federal, sino a una Ciudad Juárez rebautizad­a con el nombre de Santa Teresa, esa ciudad que no por inventada se libró de sus demonios, esa donde miles de mujeres murieron en manos asesinas, y que él retrató con crudeza en las interminab­les páginas de 2666, su obra total.

LAS TRES VIDAS

Suele decirse que la vida de Roberto Bolaño se divide en tres etapas fundamenta­les. Chile, que fue su niñez; México, su adolescenc­ia y Barcelona su edad adulta. El escritor nació en Santiago, pero creció en el sur de Chile, en Bio Bio. Aquellos días han sido retratados en textos breves en los que el autor vuelve de manera somera a su infancia, como un recuerdo borroso.

A los 15 años dejó su país, tomó sus maletas y junto con sus padres viajó al Distrito Federal. A Chile volvió cinco años después, más formado ideológica­mente, regresó para integrarse al proceso de Unidad Popular, en aquellos tiempos de Allende y Pinochet, pero la cosa le fue mal, fue encarcelad­o y vio de cerca la muerte. Luego vino un exilio mucho más prolongado, de 25 años, un exilio que rompió en un viaje fugaz ya como un escritor consolidad­o. De aquellas visitas posteriore­s y de su memoria, que no olvidó nunca, surgió una de sus novelas más aclamadas, Nocturno

de Chile.

Su etapa en Barcelona es igualmente importante. Los textos escritos ahí dan cuenta de un escritor que camina con pasos de gigante hacia la madurez. Llegó a España en 1977 y de ahí comenzó una aventura de superviven­cia. Trabajó de todo, lavó platos, fue botones, camarero, vigilante de un camping en Casteldefe­ls, pero nunca dejó de escribir. Se mudó a Girona, luego a Blanes, conoció a su esposa Carolina López, tuvo dos hijos, Alexandra y Lautaro, pero nunca dejó de escribir.

Y es que el chileno considerab­a al oficio de escribir como una condena, una tarea miserable que hundía al escritor en los abismos más profundos, de los cuales sólo algunos eran capaces de salir. Roberto Bolaño escribía con la conscienci­a absoluta de que la patria de un escritor, antes que otra cosa, es su lengua, son las caras que uno quiere, las sonrientes caras que uno quiere. La memoria, como el cielo reservado para los hombres.

Roberto Bolaño correspond­e a esa clase de escritores que fueron valorados demasiado tarde. Su muerte temprana, el 15 de julio del 2003 a los 50 años de edad, cubrió su literatura con una vitrina que se empañó pronto de una bruma un tanto mítica.

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LUIS CALDERÓN
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 ??  ?? ROBERTO BOLAÑO pasó muchas mañanas y tardes leyendo libros recién comprados, o recién robados, sentado en las bancas de la Alameda de la Ciudad de México.FOTOS: ROBERTO HERNÁNDEZ
ROBERTO BOLAÑO pasó muchas mañanas y tardes leyendo libros recién comprados, o recién robados, sentado en las bancas de la Alameda de la Ciudad de México.FOTOS: ROBERTO HERNÁNDEZ
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LA TRADICIONA­L calle Bucareli aparece de manera recurrente en novelas como Los detectives salvajes y La pista de hielo.
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LAS LIBRERÍAS de viejo, en la calle Donceles, fundamenta­les en la vida y obra del escritor.

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