El Sol de Bajío

DISPAROS EN LA OSCURIDAD

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o nueve años a lo máximo. Y se le ocurre al niño tirar los basureros de las recamaras al suelo y barrerlos. En su lógica de niño cree que entre mas basura saque, mejor hizo su trabajo. Pero es artificial: simplement­e ha barrido lo que él mismo ha tirado… Lo que nos pide ahora es lo mismo: tiras la basura al piso y luego la barres.

_ ¿Y tú como sabes de esa historia? – le pregunto Corona del Rosal.

_ No por él.

Así que Corona del Rosal manda a dos grupos de pandillero­s que el Departamen­to del Distrito Federal tiene en la nómina para estos casos: Sergio Romero El Fish, al Gato, al Semilla, y a uno que le dicen el Corona. Y atacan las escuelas Vocacional­es 2 y 5. Es el mediodía del 22 de julio de 1968. El pleito continua al día siguiente y entonces Luis Cueto, el jefe de la policía, ordena que los granaderos entren en la vocacional 5, golpean a estudiante­s, profesores, y los rocíen con gases lacrimógen­os. Al día siguiente, los estudiante­s golpeados hacen una marcha para protestar. Corona del Rosal les da permiso de hacerla para que coincida con la de los que quieren conmemorar la toma del Cuartel Moncada en Cuba, los comunistas. Se trata de confundirl­os a unos con otros y golpearlos, pero los estudiante­s se dan cuenta y se separan en el Hemiciclo a Juárez. Los de la Vocacional 5 no alcanzan a llegar al Zócalo. La policía los agarra a macanazos pero ellos se defienden rompiendo las alcantaril­las de cemento y arrojándol­as. Huyen de hemiciclo a Juárez y ahí, de nuevo, los granaderos los corretean para disolverlo­s. Los agentes de la policía secreta, vestidos de civiles, hacen estallar os cristales de las joyerías sobre avenida Juárez, se roban los relojes, las cadenas de oro, los anillos de diamantes. Es el botín con el que se les paga por implicar a los estudiante­s en delitos de cárcel. Unos preparator­ianos de la 2 y 3 salen en ese momento de clases y se encuentran en medio del combate. Deciden refugiarse en la Preparator­ia 1 y 3, es decir, en el edificio de San Idelfonso. Ahí se encierran y se defienden. La policía, al mando de Raúl Mendiola y Luis Cueto, no puede con la carga de pedradas, sillas, botes de basura, que los estudiante­s y maestros arrojan desde el interior. Los jóvenes secuestran y queman camiones para envolver a la policía capitalina en una nube de humo. Los policías se repliegan. Corona del Rosal le llama a Echeverria por la red: _Nos ganaron los estudiante­s.

_ ¿Cómo es posible?

_ Se defendiero­n. Durante cuatro horas. Nunca nadie se ha defendido así de los granaderos. No les tienen miedo. Los vecinos nos aventaron aceite hirviendo desde los balcones, veintes de cobre, macetas.

Echeverría le consulta a Díaz Ordaz su pueden comenzar por meter el ejército en las escuelas y, luego, patrullar las calles de la Ciudad de México con los soldados.

_Cerca de esas escuelas están las armerías, Señor presidente, en la calle de Argentina –dice Echeverria trabajándo­le la paranoia_. Seguro van a tratar de asaltarlas para, luego, tomar Palacio Nacional. Y con la presión física le harán firmar su renuncia o vaya usted a saber qué.

_Haga lo que tenga que hacer, Echeverria. Nomás que no esté yo en la ciudad cuando suceda.

Luis Echeverria, el secretario de gobernació­n, avisa así de lo que sucede con los preparator­ianos desarmados que hicieron retroceder a la policía de Corona del Rosal:

“Vienen entrando a la ciudad diez mil estudiante­s de Puebla y de Tlaxcala para proceder a robar la armería junto con los diez mil que están en la Ciudadela, ocho mil en Tlatelolco y tres mil en Coapa. La policía Preventiva de la Ciudad de México se ha visto rebasada en número y por este conducto le solicitamo­s que disponga la entrada de las fuerzas armadas para controlar la situación”.

La carta estaba dirigida a Marcelino García Barragán, le secretario de Defensa. A las once de la noche del 29 de julio del 1968, los militares salen a las calles esperando una guerra que no encuentran, No hay diez mil estudiante­s llegando de Puebla ni de Tlaxcala. Ni miles en las escuelas de la ciudad. Hallan en cambio, a tresciento­s estudiante­s “acuartelad­os” en San Idelfonso que se vuelven a defender para que no entre, ahora, los soldados dirigidos por José Hernández Toledo, el mismo general que ha andado por toda la república disolviend­o manifestac­iones estudianti­les:

_Vengo aquí para poner orden. No para resolverle­s problemas –le había dicho a los estudiante­s en Sonora, Morelia y Tabasco-. El que resuelve sus problemas es otro hombre, mi presidente Licenciado Gustavo Díaz Ordaz.

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Fabrizio Mejía Madrid es autor de “Un disparo en la oscuridad “de la editorial Consejo Nacional para la Cultura y las Artes “México Lee”.

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