intimidad de comunión
Su discurso nos ciñe a la experiencia salvífica del cordero Pascual. En el momento de la liberación del pueblo de Israel en Egipto. Y nos traslada al sentido eucarístico.
El Evangelio que recibimos hoy, tiene el poder de concedernos el don vital de Jesús. Su presencia real en nosotros. Cuando Juan insiste en el realismo de comer la carne de Jesús, y beber Su Sangre, acentúa que nuestra fe en Jesús, Hijo de Dios, no flota en una idea espiritual, sino que se alcanza con toda evidencia en nuestra experiencia humana.
A los que escucharon estas palabras hace dos mil años: “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes”, les parecía imposible: ¿Cómo puede Éste darnos a comer su carne? Igual que a nosotros hoy en día. Juntos, hemos de aceptar el contenido teológico de las palabras de Jesús. Él habla de su carne como pan. Su discurso nos ciñe a la experiencia salvífica del cordero Pascual. En el momento de la liberación del pueblo de Israel en Egipto. Y nos traslada al sentido eucarístico.
Nosotros, escuchamos: comer su carne y beber su sangre, y nos remitimos sin más a los dones eucarísticos: el pan y el vino, su cuerpo y su sangre. Aquí está lo maravilloso de este texto del Evangelio, en que Jesús desea entrar en nosotros. No solo para que lo experimentemos por breves momentos después de comulgar; también para que vivamos la intimidad de su comunión. Jesús quiere una relación más duradera y profunda. Entra a nosotros para comunicarnos vida eterna, para que vivamos las relaciones íntimas que se crean entre Él, su Padre y nosotros.
En este momento de tu vida, ¿cómo son tus relaciones íntimas? No en el sentido sexual, sino en el de entrar en el misterio de otra persona, en su corazón. Amarla tan profundamente que de pronto no si soy yo o es ella. ¿Con quienes mantienes estas relaciones íntimas que nos trascienden en la comunión?
¡Qué importante destinar esta semana a afianzar nuestro universo de relaciones con Dios y con los demás! De manera particular hoy, cuando vivimos un mundo en el que las relaciones se van haciendo superficiales. Es un mundo de relaciones vacías, condicionadas o engañosas. Vivir así lleva al vacío interior, a la soledad y al sinsentido de la propia existencia. Este es el drama de muchos hoy: que estando hechos para vivir en la intimidad de la comunión, viven al margen.
Para vivir la intimidad de comunión con Dios y con los demás, nos detenemos en estos tres momentos: 1- Hay que saber de banquetes
Como en la primera lectura: la sabiduría prepara un banquete en su casa. Nosotros hemos de ser sabios, para acoger en nuestra casa interior a quienes amamos y, en ellos, a Dios mismo.
Solo quien sabe de ágape, entiende que quien ha venido a su casa a compartir su espacio vital, tiene necesidad de compartir su propia vida. Se trata de hacer el lugar propio para una comunicación profunda.
¿En verdad somos hospitalarios?
2- Aprovechar el momento presente
Porque es aquí, en el mundo, cuyos tiempos son malos, en donde hemos de intuir a Dios. No es necesario esperar a ser santos o hasta el momento de la muerte, para experimentar la intimidad de Dios. Ser irreflexivos o embriagarse de sentimientos, nos impide alcanzar la intimidad de comunión con Dios y con los demás.
Dentro del mundo de tiempos malos, está el mismo mundo, con los tiempos de Dios. Es en la realidad humana, a través de mis seres amados, donde el don de Dios se hace concreto. Por eso hay que aprovechar el momento que vivimos.
3- Hay que vivir presencias que cuenten
Jesús desea eso, que su presencia eucarística cuente. Que la intimidad de su comunión, trastoque todo nuestro ser y nuestro universo de relaciones.
Que cuando vivimos esta intimidad, seamos capaces de permanecer con Él en un ágape de presencias que transfiguran. Permanecemos con Él, bebiendo vida eterna.