¡Al mundo le urge el sello femenino!
Mujeres, Ustedes han marcado la
Cuando Dios las hizo estaba pensando en las tareas más delicadas y sublimes. La creación culminó precisamente con la creación de la mujer, la historia de la salvación está marcada por la participación decisiva de grandes mujeres y en el tiempo determinado por Dios, el Salvador del mundo vino a nosotros a través de una mujer. Si analizamos la historia de la humanidad, no podemos encontrar una cultura sobresaliente donde la mujer no haya tenido un papel decisivo y preponderante. En este sentido, México, como lo muestran nuestra historia y nuestras tradiciones, es cuna de grande mujeres; mujeres que han luchado y aportado a pesar de la hostilidad legal, cultural y social que implicaba el hecho de ser mujer.
Hablando de mujeres, comúnmente roban terreno los temas de la belleza y su capacidad para amar, pero la mujer no es sólo eso, es también inteligencia, astucia, capacidad de desarrollo, dedicación y de manera especial debemos reconocer su capacidad para educar y forjar personas y pueblos. Algunas figuran por sus actos determinantes en momentos coyunturales de nuestra historia, pero el trabajo cotidiano del común de ellas, desde el silencio del hogar, ha sido determinante para marcar un matiz en el modo de ser de nuestros pueblos.
Mujeres ustedes merecen nuestro reconocimiento público, debemos reflexionar y valorar el trabajo de cada mujer, pero esto también debe ser motivo para comprometernos a abrir la oportunidad para que todas tomen el lugar digno que verdaderamente les toca. En ese sentido quiero hacer eco a las palabras de San Juan Pablo II: “Llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora” (Carta Apostólica “La Dignidad de la mujer”, n. 1). Si durante siglos las sociedades se han diseñado desde los varones y para los varones, si en pleno siglo XXI la sociedad sigue saturada de matices patriarcales, sin que la mujer tenga las condiciones necesarias para realizarse plenamente como tal, debemos aceptar que llega la hora en que la vocación de la mujer debe cumplirse en plenitud. No hacerlo, implica una pobreza y limitación desde luego para ellas, pero también para toda la humanidad, pues es seguir sofocando una riqueza que le pertenece a toda la humanidad, la riqueza de ser “hombres y mujeres”.
Los verdaderamente sabios son los únicos que han reconocido que el lugar que la mujer ha ocupado durante siglos, es decir, el hogar, es un lugar apropiado para ella, es más, es un lugar sagrado. Pero también llega el momento de proclamar que aunque ese lugar es sagrado y que ahí todo lo ha hecho muy bien, ese lugar no es exclusivo para ella, ni es el único lugar donde pueden figurar. Necesitamos la aportación de la mujer también en los campos del saber, en el mundo laboral, en la vida pública y en todo lo que implica un espacio de desarrollo para bien del mundo.
Mujeres, nunca priven el hogar ese toque sagrado y humano que solo ustedes saben dar.
Ya sabemos que cuando en un hogar falta la mujer o ella no hace valer su capacidad, se pierde la cohesión más profunda de la familia; sin ella el hogar está vacío. Sin su empuje y sin sus consejos muchos hombres no hubieran tomado grandes decisiones en la vida o las hubieran tomado de modo equivocado; pero es hora de ir más allá. ¡Mujer, llega a todas partes, pero por favor no te contamines, sino, por el contrario, ayúdanos a humanizar como tú lo sabes hacer!
“Somos herederos de una historia de enormes condicionamientos que, en todos los tiempos y en cada lugar, han hecho difícil el camino de la mujer, despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a esclavitud. Esto le ha impedido ser ella misma y ha empobrecido a la humanidad entera de auténticas riquezas espirituales” (Juan Pablo II). En ese sentido, a la humanidad le urge el sello femenino, no para borrar el masculino, ni para luchar contra él, sino como una aportación, como una saludable complementariedad, que exprese la belleza y dignidad de la humanidad, sustentada en la masculinidad y la feminidad.
Queridas mujeres, en sus manos está la posibilidad de que la humanidad no decaiga más y más. Su capacidad está más que comprobada. Desde su hogar, su trabajo, sus espacios de convivencia, desde donde quiera que se hagan presentes, pueden ser fermento de un mundo más humano. Hoy, más que nunca, nos urge que vivan a plenitud de su vocación de mujer.
¡Oh, benditas mujeres, cuánto las necesitamos! Las necesitamos bien mujeres, bien decididas a contagiar de su amor y de todas sus capacidades al mundo entero. Sin su profunda vocación, la vida entera pierde sentido.
Su grandeza y capacidad está más que probada.
historia.
¡Felicidades!