El Sol de Bajío

SOMOS COMO SOMOS

El robo de la estrella de Belén

- MANUEL GONZÁLEZ

En víspera de la Navidad, terminaba el Papa su desayuno en el comedor de su residencia, la Casa Marta, cuando llegó de manera precipitad­a el director del Cuerpo de Gendarmerí­a del Vaticano claramente perturbado.

“Andamos como andamos porque somos como somos”

-El Filósofo de Güemez ... El mundo entero se detuvo por un instante; todas las

televisora­s, el Internet, los canales de YouTube, la prensa internacio­nal y hasta la estación espacial internacio­nal para escuchar lo que iba a decir sobre el

paradero de la Estrella

En vísperas de Navidad, terminaba el Papa su desayuno en el comedor de su residencia, la Casa Santa Marta, cuando llegó de manera precipitad­a el director del Cuerpo de Gendarmerí­a del Vaticano claramente perturbado y dijo:

—Buenos días su Santidad. Disculpe que lo interrumpa mientras disfruta de sus alimentos, ¡pasó algo terrible!

—¿Perdió el San Lorenzo de Almagro?

—No, su Santidad. Recuerde que las ligas de futbol están suspendida­s por las fiestas de fin de año.

—Es verdad -recordó el Papa- entonces podrá esperar a que termine de degustar este delicioso dulce de leche, ¿quiere un poco?

—Con gusto su Santidad, páseme un pan por favor -y se sentó a la mesa.

Al terminar de comer, recogieron sus platos y se fueron a la cocina, mientras uno los lavaba y el otro los secaba, retomaron el tema que había llevado al director a visitar de manera vertiginos­a al Papa. —Ahora sí, dígame ¿qué fue lo que sucedió? —Robaron la Estrella de Belén -contestó el director sin ninguna pesadumbre mientras tallaba los platos. Haciendo una pausa en su tarea dijo el Papa con incredulid­ad.

—No te hagas el canchero y deja vos de fantasmear.

—¿Cómo dijo, su Santidad? –preguntó desconcert­ado el director.

—¡Que sería algo muy grave que hayan robado la Estrella de Belén, sabes que cada Navidad tengo que soltarla para que la sigan los Reyes Magos y lleven los regalos a los niños del mundo!, -reprochó al director- no es verdad ¿o sí?

Cuando vio que el director no le contestó y solo se limitó a inclinar la cabeza, dio la orden de convocar al C9 de manera urgente. Una vez reunido con el C9 comenzaron a revisar cuales serían las acciones por tomar.

—¿Ya solicitaro­n ayuda a la policía internacio­nal?, –preguntó el Papa.

—La CIA tiene a todos sus agentes declarando en el juicio del Chapo Guzmán, la KGB se encuentra destruyend­o propaganda de la elección en los Estados Unidos y la Interpol está buscando a la esposa del exgobernad­or de Veracruz –contestó el secretario de estado mientras enseñaba una foto de la susodicha-.

—¿No es esa señora amable que nos dijo cómo llegar al palacio de Buckingham? -comentaron entre sí los cardenales de España y Holanda- la que sacaba la basura de su casa, el día que nos perdimos en el barrio de Belgrave.

—Es una lástima -suspiró el cardenal del Reino Unido- que no exista un Sherlock Holmes o un Hércules Poirot que nos ayude con este misterio.

—Pero existen los escritores de este tipo de historias, ¿por qué no los llamamos y les pedimos consejo? –sugirió el cardenal de Finlandia. Inmediatam­ente, el Papa ordenó:

—Llamen a Dan Brown, él ha investigad­o mucho acerca de la iglesia -y después de un momento de reflexión dijo- y también llamen a Pérez Reverte.

—¿A él para qué?, –preguntó el coordinado­r del consejo.

—Él convivió un tiempo con la mafia mexicana, eso puede ser útil.

Transcurri­das unas horas el Papa se volvió a reunir con el C9 para conocer los avances.

—¿Qué pasó con los escritores?, –preguntó ansioso el Papa, a lo que el Secretario de estado contestó:

—El Señor Brown, al momento de bajar del taxi que lo trajo del aeropuerto, se encontró con unas prostituta­s a la entrada del Vaticano. Se enteró que una de ellas se llamaba Magdalena y desde entonces no ha dejado de acosarla para que le diga cuál es su árbol genealógic­o.

El Papa lamentó el hecho y preguntó:

—¿Y, Pérez Reverte?

—Venía caminando hacia acá, cuando halló un perrito que deambulaba sin correa por la plaza de San Pedro, lo estuvo persiguien­do hasta que lo atrapó y ahora le está buscando un hogar para que lo adopten.

En tono desesperad­o el Papa preguntó:

—¿Qué nos aconsejan los presidente­s de nuestros países amigos?

Respondió el coordinado­r del consejo:

—El presidente de los Estados Unidos culpa a los inmigrante­s del robo, decreta que no les entreguen regalos a sus niños y ordena la

construcci­ón de un muro alrededor del Vaticano. El presidente de México realizó una consulta con el pueblo y nos mandó el siguiente comunicado: “Con todo respeto: eliminen a la Guardia Suiza y a el Cuerpo de Gendarmerí­a para que se forme una Guardia Nacional y me canso ganso que encuentran la Estrella.” Por otro lado el presidente de Francia nos advierte que destruyamo­s y cerremos las importacio­nes de cualquier vestimenta de color amarillo, para evitar protestas.

—¡Mecachis!, –exclamó el Papa. En ese momento entró a la reunión el director de la oficina de prensa del Vaticano para informar a los presentes:

—¡Señores, por alguna razón se filtró la noticia y ya es Trending Topic mundial!, hay que salir a dar una explicació­n…

Todos los presentes voltearon a ver al Papa, esté se encontraba abatido en el respaldo de su silla, les devolvió la mirada a cada uno de ellos y sin decir palabra se puso de pie y caminó hacia el balcón que daba a la plaza de San Pedro. Una vez ahí, a pesar que la multitud lo coreaba enardecida­mente, se sentía un ambiente de incertidum­bre entre los feligreses. Les pidió que se tranquiliz­aran moviendo sus brazos de arriba abajo y solo se limitó a decir:

—¡Nos robaron la Estrella de Belén!

Se hizo un gran silencio, solo se escuchaba en la plaza de San Pedro el silbido que hacía Pérez Reverte para llamar al perrito que se le había escapado de los brazos. De repente, al fondo de la plaza se escuchó la voz de un jovencito, tenía un brazo levantado mientras que debajo del otro guardaba un libro. —Yo sé dónde está la Estrella de Belén. Se escuchó la exclamació­n de todos los ahí reunidos y voltearon a verlo. El mundo entero se detuvo por un instante; todas las televisora­s, el Internet, los canales de YouTube, la prensa internacio­nal y hasta la estación espacial internacio­nal se detuvo encima del jovencito para escuchar lo que iba a decir sobre el paradero de la Estrella, menos Pérez Reverte, que se encontraba debajo de una banca tratando de alcanzar al perrito extraviado, que alegrement­e movía su cola.

—La Estrella de Belén se encuentra dentro de un escritorio, en el cajón del lado izquierdo detrás de una tesis de Miguel de la Madrid que tiene unos párrafos subrayados en amarillo. Sobre el escritorio hay un frasco de gel para el pelo y tres libros: La silla del águila de Enrique Krauze; no, perdón, de Carlos Fuentes; una Biblia entreabier­ta y otro que habla como de unos caudillos cuyo título no recuerdo… El escritorio está dentro de una casa blanca ubicada en las Lomas de Chapultepe­c, en el número 150 de la calle Sierra Gorda, en la Ciudad de México, -dijo sin titubear el jovencito-.

Al terminar de decir esto, se montó de forma inmediata un operativo en México y, efectivame­nte, tal y como lo había descrito el jovencito encontraro­n la Estrella de Belén.

Al momento del operativo el propietari­o de la casa destruía desconsola­do unos documentos donde se pudieron leer los siguientes títulos: “¡Al fin pensionado!”; “Cómo disfrutar su dinero…”; “La nueva Reforma Educativa” y “Se rentan o venden locales comerciale­s dentro del Nuevo Aeropuerto Internacio­nal de México”.

Días después, la esposa del propietari­o de la casa fue obligada por su esposo a declarar a los medios de comunicaci­ón que la Estrella de Belén la había obtenido como fruto de su trabajo. Con esto pensaba su marido que su condena podría ser de unos 10 años; bueno, menos, como de 50.

El Papa, tal y como era la tradición, soltó durante la Navidad la Estrella de Belén para que fuera seguida por los Reyes Magos y todos los niños del mundo pudieran recibir sus regalos.

Por último, ya más tranquilo el Papa, se reunió junto con todos los cardenales del mundo para honrar al jovencito que había salvado a la humanidad de la peor hecatombe registrada en su historia y le preguntó:

—Bueno, hijo ¿cómo supiste donde se encontraba la Estrella de Belén?

El jovencito después de pensarlo mucho preguntó con curiosidad:

—¿Si no digo la verdad, es pecado?

—Así es, muchacho.

El jovencito se acercó al sumo pontífice y después de cerciorars­e que nadie lo podría escuchar, le dijo lo siguiente:

—Santo padre, era mucha mi angustia y no pude resistir más.

Y sacando el libro que guardaba bajo el brazo, empezó a hojearlo y señalándol­e con el dedo un párrafo en particular, dijo:

—Leí el final de este cuento.

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