El Sol de Bajío

Mi pasión por la comunicaci­ón (VI)

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Aprendí pues,

que tener un periódico escolar es muy importante, ya que motiva a los compañeros a sentirse parte activa del Colegio, además de fomentar diversas prácticas necesarias para el ser humano como son el trabajo en equipo, la responsabi­lidad, la creativida­d, la capacidad de redacción y la síntesis.

Aquienes más se dedican, también los prepara para la rutina y dinámica de un trabajo, puesto que les permite desarrolla­r habiinlvid­easdtiegsa­cnióune.vas escritura y la como la Nosotros hacíamos nuestro periodiqui­llo y ya. Ni quien supiera que era un artículo, una crónica, una noticia, un reportaje, una entrevista.

Pero mensualmen­te LA VOZ QUE RUGE siguió saliendo. Había verdaderos amigos que sí se interesaba­n en la publicació­n: Gustavo Mora, Pepe Lomas, Adolfo Lati, Pepe Núñez, Fermín Espinosa, Javier Díaz Cevallos, Juan José del Villar, y otros que se me escapan. Otros compañeros de salón ofrecieron su ayuda, que mucho agradecí, pero sí hubiera sido una revoltura.

Siguieron publicándo­se las secciones de anécdotas, películas, cuentos, etc. Y los amigos del salón escribían principalm­ente sobre actividade­s deportivas. Allí en el Colegio se jugaba futbol, voleibol, basketbol, frontón, y eventualme­nte beisbol.

Nuestro maestro de deportes Constancio Córdoba fue un destacado dirigente nacional de basketbol y nos tenía bien entrenados, y si nos portábamos mal, nos quitaba los zapatos tenis y nos hacía caminar sobre charcos de agua. No era muy agradable con alumnos que no podían cumplir al pie de la letra sus instruccio­nes; llegó a tener actitudes que nos llamaron la atención, algo grosero, digamos. De todo ello hubo constancia en el periódico. Trabajamos bien con él, trabajamos fuerte. Y como dije antes, años después dirigió magistralm­ente a la selección nacional de basketbol.

El periodiqui­to

interesó. Varios compañeros me entregaban sus textos, pequeños o discretos, o grandes y extensos. Alguien escribió que cuando salíamos a recreo, en el centro del patio había un gran árbol con una grande caja de madera llena de balones y pelotas; la mayoría tomaba las pelotas para jugar, pero a veces un grupo de malvados metía a mi amigo Adolfo Lati a la caja vacía; se sentaban encima, y no lo dejaban salir hasta finalizado el descanso. Al término, el pobre Adolfo levantaba la tapa y le caían encima todas las bolas y pelotas que regresaban a su lugar de resguardo. Quise mucho a Adolfo, buen amigo, muy tranquilo y cumplido en su labor. Falleció hace unas semanas, y no me queda más que desearle buen camino.

La VOZ QUE RUGE también registró el día que la tienda de la escuela empezó a vender, a la hora de recreo, unos exquisitos panes nuevos, hoy muy conocidos, pero que entonces fueron la gran novedad, no solo en la escuela, sino en la ciudad: las trenzas. Qué ricura, salir corriendo a comprar una trenza y devorarla en menos de 5 minutos. Han pasado casi 70 años y las trenzas siguen siendo ricas, no como entonces porque en esos años todo lo nuevo se disfruta y de deleita más.

En algún número del periódico recuerdo que alguien escribió sobre un partido de fútbol que el Colegio México disputó contra su aguerrido enemigo el Instituto México, allá en las instalacio­nes del rival. En el equipo contrario jugaba un muchacho grandote y fuerte, un año menor que yo, Plácido Domingo. Jugamos y ganamos. Y recuerdo que al ir al baño para lavarnos la cara y las manos, ya que la cancha era de tierra, sin pasto, Plácido no lo hizo y le corría el lodo por la cara y el cuello, pero no le importó, así se fue. Nos produjo una

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