Color de mujer
se nutría de una intensa actividad social, artística y política. Viajaba mucho pero La Habana fue siempre su hogar y la vida en Cuba el tema principal de su pintura.
A menudo incorporaba
pájaros, flores muy ornamentados.
René Portocarrero nació en La Habana (Cuba) en 1912. Tenía 14 años cuando empezó a dar clases de pintura en la Academia de San Alejandro, pero las abandonó rápidamente por lo que se le consideró ante todo, un artista autodidacta. Aparte de la pintura, Portocarrero se interesó también por la cerámica, la escenografía y la ilustración de libros. Publicó dos libros: “Las Máscaras” realizado en 1935, con sus dibujos y “El Sueño” (1939), con sus dibujos y sus textos. Al final de los años 30, fue profesor en la Escuela Libre de pintura y escultura; también enseñó en la cárcel de la Habana, donde realizó en 1942 un gran mural. Esta realización marca el inicio de una serie de murales ejecutados en diversos lugares públicos. En 1957 y en 1963 participó en la Bienal de Sao Paulo, y en 1952 y 1966 en la Bienal de Venecia.
A lo largo de su carrera, recibió varios premios y distinciones tanto en su país como en el extranjero. Sus obras se encuentran expuestas en diversas colecciones públicas del mundo. En 1967, el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana le dedicó una gran retrospectiva. Consiente de su notoriedad artística, Portocarrero trató numerosos temas en formas de series; principalmente sobre Cuba, su espíritu, su gente y sus fiestas populares. Su trabajo se caracteriza por un gran dinamismo expresivo que suele traducirse por pinceladas vivas.
En los años 80 la escritora Mercedes Santos Moray preparaba en un libro sobre pintores cubanos, entre ellos René Portocarrero, el fallecimiento de él, lo impidió. Afortunadamente, la revista UNION no. 4/1985 publicó algunos pasajes, y en ellos se muestra de manera muy transparente, los motivos inspiradores de su obra posterior a los años 60.
“La llegada de los combatientes de la guerra, todos llenos de abalorios, de adornos, para mí fue una expresión extraordinaria. Yo siempre he sido muy barroco, como decía Alejo. Y fue como ir al encuentro de mi propia pintura, y eso sin proponérmelo, porque yo nunca me propongo nada de antemano. Pintar, pinto con muchísimo libertad. Entonces se me produjo esa claridad de lo barroco y de lo ornamental sobre todo, y surgió la serie de figuras ornamentales, de la mujer como ornamento. Para mí son mujeres revolucionarias, es mi mundo, mi contexto, lo que me rodea”.
“También se produce otra vertiente, la del color de Cuba, que yo quiero mucho, donde se me revelan los motivos populares como los diablitos y las fiestas de carnaval, todo eso a mí se me había dado en forma más o menos incipiente pero que la Revolución contribuye a que se aclare y a que brote como un gran conjunto dentro de mi obra…”
FLORA PARA EL MUNDO…
Una de las pinturas más conocidas de René Portocarrero, es la de “Flora Alonso”, prácticamente se convirtió en una imagen mundial en homenaje a la
mujer. Sobre el origen de esa pintura, señala, en la misma entrevista:
Esta mujer, de origen catalán, le impresionó mucho cuando tenía 8 años. Flora Alonso era una mujer muy linda, fue de testigo a protagonista de un suceso de sangre: tenía un amante y el marido de ella se enteró. El amante era un millonario cubano, de apellido Gómez Mena. El marido, celoso, lo ultimó a balazos. El padre de Portocarrero era abogado y fue el defensor del esposo ultrajado. Tanto a ella como al marido le pedían fuertes sanciones, pero el letrado los sacó absueltos. Cuando Flora regresó a su casa, allí estaba el niño René y vio como la muchacha se engalanaba con un hermoso sombrero y unas costosas joyas. El hecho marcaría al niño Portocarrero para toda su vida. René Portocarrero: “Mi padre tenía las joyas de Flora en la casa. Allí las veía a menudo. Vi cuando ella se adornaba. ¡Qué mujer más hermosa! Esa fue la Flora Alonso que he pintado. Después hasta el Ballet Nacional ha montado una obra inspirado en ella.”
Cuando René Portocarrero murió en el año 1985, a consecuencia de un accidente doméstico, el New York Times lo señaló como el máximo pintor contemporáneo de Cuba. La carrera de Portocarrero se nutría de una intensa actividad social, artística y política. Viajaba mucho pero La Habana fue siempre su hogar y la vida en Cuba el tema principal de su pintura. Portocarrero vuelve siempre a los temas religiosos y mitológicos, a las mujeres y a los festivales latinos.
Su obra está plagada de catedrales, brujas y diablos. Hacia fines de los cuarenta su mezcla ecléctica de estilos conforma un patrón constante, mostrando una masa de detalles de manera compleja e intrincada con una o más figuras u objetos perceptibles que emergen de la misma. Sus naturalezas muertas también están abarrotadas y animadas, a menudo con una paleta impactante.
Sus temas eran a menudo enriquecidos con temas femeninos, con toques de historia cultural. Generalmente Portocarrero pintaba en el estilo “mosaico” y sus retratos eran frecuentemente de naturaleza cubista. Un ejemplo puede ser el de “Josephine Baker”.
Asimismo al igual que Picasso, Portocarrero hizo muchos bocetos “lineales” o de una línea. Generalmente se trataba de perfiles de mujer o mostraban temas de la tradición cubana, y con un aspecto inconfundible.
Portocarrero es recordado por su innovador uso del color y por los temas caribeños. Actualmente su trabajo puede ubicarse en San Francisco, New York, Sao Paulo y en otros museos del mundo.